Ganó el que le iba la vida en ello. El Dépor esperó el partido, el Málaga lo buscó. Y se lo llevó. Primera derrota, primer revolcón fuera de casa, que debe suponer un aviso. No se va a pasear. La autoestima y la confianza hacen grande a un equipo, también relajan y desconectan de manera inconsciente. No tuvo hambre, no fue el Dépor del que presume su afición. Un día malo lo tiene cualquiera, no puede convertirse en tendencia. Vienen curvas en el calendario y este proyecto debe crecer también desde el sufrimiento y aprendiendo lecciones. Riazor aguarda el viernes.

El Dépor no se hallaba. Víctor rotó, no tanto como en Sevilla ante el Betis. Era una gran oportunidad para Fede Cartabia y Riera. Luis Alberto se presentaba como el damnificado. Pero el Málaga le demostró desde el segundo cero que daban igual los nombres, que no iba a ser un sujeto pasivo, que necesita la victoria. Se llama urgencias. Los coruñeses no las tienen y su fútbol, su gestualidad, sus movimientos destilaban incomodidad. La presión andaluza era alta y las llegadas al área de Lux se producían con una facilidad poco recomendable para los intereses del Dépor. Era todo tan antinatural que hasta Pedro Mosquera se llevó una amarilla por una entrada a destiempo, aunque sin voluntariedad. En esos primeros minutos le llegó con resistir. Tighadouini, Charles. Por la derecha, por la izquierda. Su rival le puso tanta intención como le faltó maldad en sus acometidas ofensivas. Es peor equipo, compitió mejor.

Poco a poco el Dépor se fue ajustando el traje de un partido que no le sentaba nada bien. Le tiraba. Con velocidad y alguna combinación empezó a encontrarse. Una de las aproximaciones deparó la mejor ocasión de toda la primera mitad. Oriol Riera lo buscó por enésima vez y su recorte y remate tenían buena pinta. El palo y su meigallo impidieron el gol. Kameni vio como la pelota se paseaba por su línea de meta.

Esa aproximación animó al Dépor y puso en alerta al Málaga. No dejaron de intentarlo ni uno ni otro de manera alterna. El equipo local estuvo mejor, el visitante tuvo la más clara. Las tablas no era una opción descabellada.

El escenario parecía perfecto para que el Dépor siguiese en progresión en la segunda mitad. Un simple proceso de maduración. El Málaga no se lo permitió, él se dejó. El primer cuarto de hora fue un monólogo andaluz. Los blanquiazules hacían aguas, sobre todo, por su banda derecha. Tal fue el chorreo entre Juan Carlos, Tighadouini y Charles que Víctor Sánchez del Amo se vio obligado a reaccionar desde el banquillo.

Y estuvo a punto de salirle bien. Laure salió al rescate y sus dos primeros minutos en el césped los pasó formando parte de un largo ataque que buscaba apaciguar al Málaga. El incendio parecía controlado, pero un detalle desniveló el duelo. Una de tantas faltas laterales que buscan bote, no encuentran rematador y se topan con la red. Son tan rutinarias como casi imposibles de defender. No exculpa al Dépor, que penó en esa ocasión, pero pudo ser en cualquiera de las anteriores.

El gol lo espoleó en intención, no en fútbol. No fue capaz de darle respuesta a las adversidades del partido. El Málaga, con lo poco que muestra hasta ahora, le superó. Ni siquiera vio comprometida su victoria, a pesar de que aceptaba replegarse. El 2-0 llegó sin buscarlo en exceso. Solo Luis Alberto aportaba algo de luz entre tanta oscuridad. Ni siquiera había un delantero suplente en el banquillo para buscar una opción desesperada. No era el día. Le tocaba ganar al Málaga. El partido del Dépor no era este, ya es otro: asimilar el golpe y mirar al futuro. Ser de nuevo lo que ha sido. Le sobra crédito.