De avergonzar a competir. No hay nada más terapéutico que la perspectiva, la brújula de la opinión. Aún reconfortado por el empate ante el Atlético, algún deportivista no puede obviar esa pregunta que le viene de dentro: "¿Y si hubiéramos sido más valientes en la primera parte?". El fútbol ficción nunca ofrece respuestas reales, analizar el pasado, sí. Hace un año esos mismos aficionados que el viernes salieron radiantes de Riazor rezaban todo lo que sabían y más después de ver a su Dépor ser arrollado por el Getafe. Yoda pareció aquel día el futbolista total. No era un equipo, era un desastre. Deslavazado, sobrepasado en defensa, inútil en ataque. Doce meses después siempre hay matices, pero este grupo es una realidad, un todo. Pudo no ser tan timorato en el primer acto, necesitaba más jugadores por delante del balón, hubo apuestas discutibles en el once. Todo es mejorable. Lo palpable es que compitió, algo impensable hace 365 días. Le faltó nada para ganar, casi pierde. En la brecha. Ojalá en noviembre de 2016 Riazor tenga las mismas sensaciones. No habrá mejor señal.

Jugar ante un equipo grande es medirse ante él y sus circunstancias. Con la pelota el Atlético intentó ser arrollador de salida y se desplegó todo el segundo acto con el freno de mano echado. Quería finiquitarlo rápido. La Champions no solo se disputa los miércoles. El Dépor, sin nada que hacer entre semana, se dispuso de inicio a resistir y madurar el duelo. Ya habría tiempo de ganarlo. Mientras, se afanó en no perderlo. Nunca se sabrá cuál habría sido la respuesta rojiblanca con espacios y la guardia abierta, ni las prestaciones blanquiazules adelantando la línea y entrando en el cuerpo a cuerpo. El intercambio. Lo que sí fue evidente es que el conjunto coruñés construyó un muro inabordable. En el 50% de su trabajo cumplió más que con nota. Dos rebotes y una individualidad de Tiago lo condenaron. Pedir más es lícito, pero hizo su trabajo, poco que reprochar. El fútbol no es una regla de tres, ni las situaciones son trasladables. Hay variables. Irse arriba con el Atlético guardando la ropa le funcionó minutos más tarde, ¿habría pasado lo mismo si ambos hubiesen buscado la victoria?

Más allá de las circunstancias, la reacción del Dépor le equiparó con el conjunto exuberante del principio de Liga. El Atlético se dejó hasta cierto punto. Tampoco se prodigaron los coruñeses en ocasiones porque enfrente tenían a uno de los mejores grupos de Europa defendiendo. Aun así, la intención, el ritmo y el toque retrotrajeron a la grada a hace un mes. Pedro Mosquera volvió a hacerse grande como en la remontada ante el Athletic. Fayçal encendió el motor. Fede Cartabia y Jonás estaban por fin más acompañados. El Galgo va a jugar más de lo que muchos imaginaban. Y, claro, Lucas.

El coruñés se hace más grande cada día que pasa. Su figura crece con lo tangible y lo intangible. Sus seis goles le colocan como uno de los mejores futbolistas de la Liga; el cómo le eleva en A Coruña, entre el deportivismo y en la historia. Estaba siendo uno de sus peores días. Áspero. Y fue capaz de cumplir con su rutina de convertir lo extraordinario en cotidiano, como su volea ante Iraizoz. Emocionalmente su valor es incalculable para la grada. Es alguien de la casa que se tuvo que marchar, peleó por volver y lo logró a lo grande. Vive su sueño. Y, Lucas, una de las estrellas del equipo, tuvo la humildad de ir a luchar una pelota inútil. Otro triunfo. Tampoco renuncia en ningún momento a dejar su impronta de calidad sobre el césped. Así definió. Es un ejemplo. En Abegondo y en cualquier rincón de la ciudad. Y lo demuestra cada día, cada semana.

Su Liga

Al Dépor le lanzará el empate ante el Atlético. No hubiera sido reprochable caer. La verdadera Liga coruñesa vuelve a golpear en su puerta este sábado ante el Levante. El calendario se empina para los blanquiazules, que pocos oasis encontrarán hasta el final de la primera vuelta. El Ciutat de Valencia y el Insular en dos semanas deben otorgarle la tranquilidad necesaria que se ha ganado por sensaciones, pero que debe refrendar en puntos. A recoger lo sembrado.