La afición del Deportivo vivió en menos de un minuto los dos extremos de su pasión. Los vítores que acompañaron la llegada a Riazor del autobús con los deportivistas se transformaron instantáneamente en pitos y gritos contra el autocar con los futbolistas del Celta, que llegó cuando algunos jugadores locales todavía no habían entrado en el estadio. Un cruce que se produjo frente a la puerta 0 del estadio y con muchos aficionados a pesar del fuerte viento y la lluvia. No se registraron incidentes, pero se podía notar que sí había mucha emoción en el ambiente, aunque siempre dentro de la sana deportividad que debe reinar en un derbi entre herculinos y olívicos.

Los futbolistas del Deportivo fueron descendiendo del autocar con el técnico Víctor Sánchez a la cabeza, la mayoría concentrados en la música que escuchaban por grandes cascos, aunque alguno como Mosquera o Laure agradecieron a la afición su apoyo. Faltaba poco más de una hora para el pitido inicial y los gritos de ánimo y cánticos sirvieron para que los jugadores se diesen cuenta de la importancia del encuentro aunque sea la jornada 12, si es que les quedaba alguna duda.

Contra el eterno rival, no hay concesión que valga, y el jueves en el entreno en el escenario del encuentro ya se había dado el primer paso. Además del excelente ambiente creado con las gargantas, bufandas y banderas blanqiuazules, algunas bengalas y cohetes dieron aura de choque trascendente a la llegada de los equipos. El derbi ya estaba servido, y con todos los ingredientes.

Mientras el Deportivo enfiló Manuel Murguía desde el Paseo Marítimo como de costumbre, el autocar del Celta llegó cuando menos lo esperaban los seguidores blanquiazules. El bus celeste entró en la vía procedente de la ronda que posee el nombre del club herculino, en sentido opuesto a los locales. Así, la salida de los jugadores del Celta del autobús quedaba protegida por el propio vehículo, muy cercano a las paredes del estadio.

Además de los intensos pitos y gritos, Iago Aspas fue el más recordado por los hinchas, pero todo sin incidentes, como se espera de una afición ejemplar que en pocos segundos pasó de abrir el cielo a los blanquiazules a crear un infierno para los visitantes.

Día largo e intenso

Después de la tempestad con la llegada de ambos equipos, llegó la calma y todas las fuerzas se centraron en el partido. Fue el punto culminante después de muchas horas con el derbi en mente, con las trabajadoras del mercado de la plaza de Lugo con sus vestimentas blanquiazules, y con multitud de hinchas que llenaron los bares cercanios a Riazor desde muy pronto.

A ello contribuyó que a las seis y cuarto se jugase el Madrid-Barcelona, que hizo que durante casi dos horas los aficionados se preocupasen por los televisores, en los que se presenció la exhibición catalana que acabó con algunos cánticos celebrando la derrota del Madrid, no la victoria del Barça.

También se pudieron presenciar grandes medidas de seguridad. Un amplio despliegue policial escoltó a ambos autocares, sobre todo al del Celta, y controló a la multitud que se agolpaba frente al punto de entrada de los jugadores al coliseo deportivista. La Policía Nacional tuvo trabajo extra y no por el comportamiento de los aficionados, sino por la proximidad de los ataques terroristas que asolaron París la semana pasada. Así, varios agentes se encargaron de revisar los sumideros que hay en la zona de Manuel Murguía frente a la puerta 0 del estadio en busca de algún objeto sospechoso, pero todo estuvo dentro de la normalidad.

Finalizada la larga espera fuera del estadio, la hinchada local entró a sus localidades antes de lo habitual para apoyar a los suyos desde el calentamiento y recibir a ambos equipos, ya listos para jugar, con un espléndido mosaico blanquiazul que estuvo acompañando por el himno gallego, que coreó todo el estadio al unísono para hacer de la fiesta del fútbol gallego un espectáculo por todo lo alto.