El Sevilla interrumpió el sueño blanquiazul. Tampoco fue un despertar brusco. Acariciar la zona Champions ya es la más dulce de las ensoñaciones, pero ese empate le dejó con pena y una leve frustración. Iborra y Llorente fueron los ejecutores. El Dépor peleó y compitió hasta la extenuación. Se agigantó en su defensa. El empate era lo justo, el triunfo blanquiazul también hubiese sido merecido. Lucas, con su duende y persistencia, abrió la senda. Parecía el mejor sherpa para transitar hacia una victoria agotadora, pero el camino estaba cortado casi al final. Una resistencia con un botín escaso.

El duelo le requería al Dépor que se colocase a otro nivel. Y no es una frase hecha. El Sevilla está peor, pero sus estatus es de Champions. Sus futbolistas llevan ese fútbol dentro y su necesidad iba a aumentar la exigencia. El equipo coruñés tuvo que desdoblarse. Lanzado, contenido, agazapado, medido, multiplicado. Muchas versiones para contrarrestar las miles de pruebas y trampas nervionenses. Así supo leerlo desde el primer minuto.

Oriol era el hombre de Víctor. Para él, el único que le hizo cambiar de idea tras el duelo de Palamós. Ocho minutos duró la apuesta. Su facilidad para bajar balones y sus desmarques al primer palo tuvieron que quedar para otra ocasión. Jonathan volvía al césped y lo hacía aportando frescura. En los primeros minutos su velocidad mezcló bien con las revoluciones de Lucas. Un peligro.

Primero la tuvo el coruñés. Se plantó ante Sergio Rico y el meta le ganó la partida. Lo nunca visto esta temporada. Lo más parecido a un ser infalible en Riazor acababa de hacerse humano. El zurdo debió darle vueltas. Pocas. Diez minutos después tendría su revancha. Antes, su equipo se lanzó a la presión. Quiso aprovechar los titubeos del Sevilla para agijonearle y pasar a la defensiva. Y lo consiguió, aunque quizás de la manera más inesperada.

El fútbol es de los listos y los fuertes, y Lucas tiene esas dos cualidades. No se ofuscó con su fallo y buscó la duda en Sergio Rico. La encontró. El coruñés demuestra cada semana que es un futbolista de la calle. Pillo. En vez de probar sus estiradas, le hizo agacharse buscando el bote más doloroso en el sitio más obvio. Y la indecisión y el resbaladizo césped helado de Riazor se lo comieron. Gol. Y van diez para el '7'. Cuando parece que Lucas va a parar, da otro paso más. ¿Cuándo se detendrá?

Al Sevilla le costó digerir el golpe. Se pasó algunos minutos groggy en los que dio pie al Dépor a rematarlo. Le puso intención, pero en su mente estaba disfrutar el momento y armarse para un nuevo escenario. Los andaluces empezaron a crecer sobre los pilares que ya le habían dado algo del poco fútbol que había creado. Superaban la presión con más facilidad y el triángulo Gameiro-Vitolo-Konoplyanka hacía el resto. Mariano y Escudero les echaban un mano. Sufrió el Dépor, pero poco a poco subió su nivel en la resistencia con la omnipresencia de Sidnei y Arribas, los mejores anoche. El descanso le dio un respiro.

El Sevilla, en cambio, no se concedió ni un segundo tras pasar por el vestuario. En el minuto uno ya estaba atacando, otra cosa era la efectividad de sus intentos. Los disparos a puerta escaseaban, aunque la exigencia iba en aumento para todo el entramado defensivo coruñés. Acoso y derribo. Emery empezó a ver claro que el partido necesitaba un volantazo si quería sacar algo de Riazor. Lo dio en el minuto 60. Y por desgracia, le salió bien.

La entrada de Llorente cambió el panorama. Su presencia ofrecía la alternativa del juego aéreo, de las segundas jugadas, del fútbol estático. Su inclusión se notó al instante, su sello en el partido llegó un cuarto de hora después. Antes, el Dépor aguantó y aguantó. El duelo era de tal exigencia que quizás no podía tener otro rol en el envite. Eso sí, al resguardarse tanto y fiarse a un escarceo furtivo de Jonathan o Lucas, quedó expuesto a un chispazo.

La entrada de Iborra aumentó las baterías aéreas de los andaluces y, tras una jugada por la banda derecha, se cocinaron el gol entre él y Llorente. El navarro hizo una dejada-alleyoop que descolocó a la defensa blanquiazul. Sus reclamaciones se quedaron en nada por un fuera de juego inexistente en el gol. 1-1, vuelta a empezar y la ola crecía para el Sevilla. Mal panorama.

El Dépor se estiró en la medida de lo posible en los últimos minutos. Contenía a su rival, mientras miraba de reojo la portería de Sergio Rico. Arañó un par de contras, Lucas se prodigó en la presión y las carreras. Nada. Ni él ni el Dépor daban para más con un partido entre semana y con un cambio menos. Se desfondó para llevarse tres puntos y se quedaba con uno. No hay queja. Poco más se le puede pedir a un equipo que lo da todo y que nunca le pierde la cara a nadie.