No hay grandes historias sin algún borrón o alguna línea más que mejorable. Anoche le tocó al Dépor escribir el renglón torcido de su participación en una Copa que anhela que acabe en epopeya, en su tercer título. Muchos no se acuerdan de que el equipo campeón del Centenariazo eliminó a un Segunda B, el Figueres, en semifinales empatando en la vuelta en Riazor o que las pasó canutas en Valladolid en un duelo infame que solo supo resolver en la prórroga. Trámites con susto, como este ante un Llagostera peleón y competitivo, que no se rindió hasta el último segundo. El Dépor sigue en pie y, por fútbol y por historia, tiene derecho a soñar en una Copa con el camino despejado.

El viento de cola de la demostración del Camp Nou parecía que iba a ser suficiente para que el Dépor liquidase por la vía rápida el supuesto trámite. Riazor se disponía a disfrutar. Los caramelos de Luis Alberto y Cardoso en el once redondeaban la oferta de una noche de martes a contramano. Pero el estadio estaba frío. Las fechas, los horarios y la entidad del rival despoblaron las gradas y ese ambiente gélido se transmitió al duelo y a un destemplado Dépor.

El panorama no se parecía en nada al del Camp Nou. Cambiaban los nombres y, sobre todo, los parámetros del duelo. Al Dépor le gusta jugar con espacios y los catalanes no se los iban a conceder. Enfrente no estaba el Barcelona. El Llagostera se las apañó para plantear un encuentro incómodo. Los blanquiazules tenían la pelota, aunque no sabían muy bien qué hacer con ella en las inmediaciones del área. El duelo se acabó igualando y el equipo catalán empezó a verse grande.

Las salidas del Llagostera desde la cueva le dieron réditos. Tras una primera oportunidad para Jonathan, un balón cruzado casi acaba siendo introducido por Róber en su propia portería. El canterano, uno de los más entonados atrás, estuvo listo y fino al corte. Acertó por milímetros. Fue un aviso. Se le estaban subiendo a las barbas.

Esa acción le soltó la melena al duelo. El juego era más rápido y directo, se multiplicaban los espacios. En este contexto, apareció una de las estrellas olvidadas de los coruñeses, Luis Alberto. Primero un soberbio recorte se topó con Ratti y luego una rosca académica rozó el palo. No hubo premio. Todo quedaba en el aire.

El segundo acto vio a un Dépor más activo. Lo justo. Decidió apretar con la idea de evitar sustos y de no protagonizar una sorpresa en su estadio. El duelo se descontroló algo más y el Llagostera tampoco renunció a lanzar algún golpe esporádico. Giva y Mosquito eran sus bazas. Hasta Imaz pudo marcar.

Pero el color del partido era, sobre todo, blanquiazul. Jonathan, Medunjanin, Luis Alberto, Cardoso... Muchos fueron los que lo intentaron. Sin excesos ni claridad. Y un duelo tan sucio solo podía abrirse con un gol poco claro. Un saque de esquina sirvió para los blanquiazules se adelantasen en el primer palo y en el duelo. El autor, Juan Domínguez, aunque su remate fue en semifallo.

El Dépor pretendía que ese 1-0 fuese un punto y final en la eliminatoria. El Llagostera no había dicho la última palabra. Seguía necesitando dos goles y pronto hizo cambios para empezar a andar el camino. Sus ataques se hicieron más constantes. Y en una incursión obtuvo el premio de un penalti dudoso. 1-1 y duelo abierto.

El golpe trastocó al Dépor que ya se había visto ganador y más con un revitalizado Fede Cartabia sobre el césped. Los siguientes minutos fueron naranjas y no estuvo lejos el 1-2. Poco a poco el equipo coruñés respiró, se tranquilizó y empezó a combinar defendiendo con la pelota. Los buenos minutos de Pinchi le ayudaron. No se sacó del todo el susto del cuerpo, pero la reacción le llegó para bracear hasta la orilla y no morir ahogado. Adelante, Dépor.