El Dépor pasó por todos los estados en Anduva. Siempre incómodo, tanteó el precipicio con los dedos tras ese gol de Álex Ortiz, finalmente pudo hacer justicia empatando y casi gana y le clava el estoque a su rival. Fue un día para pocas exhibiciones y aún a medio gas, el equipo coruñés se mostró un punto superior y debió poner la directa en esta Copa. No fue así. Tendrá que remachar el pase en Riazor y el Mirandés ha demostrado que hay una cosa que no va a hacer nunca: rendirse.

Hoy no tocaba disfrutar del fútbol, era un día para meterse en faena. El Dépor debía jugar un partido al nivel de intensidad e inteligencia táctica del Mirandés para en última instancia imponer la calidad de un equipo de Primera. No fue posible. En realidad, el conjunto blanquiazul parecía haberse aprendido la lección. Mucha rapidez en el toque, paciencia, cambios orientación para descolocar la presión del voluntarioso Mirandés... El plan se cumplía en campo propio y al pasar la medular, pero cuando se acercaba al área rival ya no estaba tan lúcido. Primero por la derecha, luego por la izquierda... Jonathan estaba perdido y Oriol se fajaba, pero el resultado era que Raúl, el meta de los burgalenses, seguía inédito. Buen juego de piernas en el ring de Anduva, pocas combinaciones certeras, de las que hacen daño.

Y mientras buscaba dar con la tecla, el Mirandés seguía con su plan, cual martillo pilón. Presión hasta el ahogo, ataques rápidos, fútbol directo, acumular muchos futbolistas en el área rival. En la medida que el Dépor le dejaba, buscaba hacer daño en el juego posicional. Y luego estaba el balón parado. Antes de que empezase a rodar el balón, el laboratorio era una de las mayores amenazas del equipo de Terrazas y en cuanto se vieron las caras sobre el terreno de juego, el temor se confirmó y fue aún mayor. En cada acción se palpaba el peligro. El Dépor respondía, la sensación era que el Mirandés estaba al acecho. En una segunda jugada, Lopo perdió la marca y apareció de la nada Álex Ortiz en el palo largo.

Quedaban veinte minutos para llegar al ecuador del duelo y el Dépor empezaba a vivir en el filo de la navaja. El gol le hizo daño. Ahondó en sus dudas y envalentonó al conjunto burgalés que vio el cielo abierto y el segundo al alcance de su mano. Poco a poco el Dépor se rehizo, hasta probó a Raúl. Nada muy reseñable. Estaba jugando con fuego.

Tras el descanso y por un momento, se pudo trazar un paralelismo con la segunda parte ante el Villarreal. Los miedos y las ataduras se guardaron en un baúl, el equipo de Víctor hizo muchos más disparos a puerta en dos minutos que en toda la primera parte. Se le veía activo, al Mirandés algo más agobiado. Era más intención que claridad, ya era un paso. En uno de esos lanzamientos lejanos, entre Jonathan, Raúl y el bote de balón casi llega el empate.

A partir del cuarto de hora el Dépor empezó a languidecer. Nunca tuvo contra las cuerdas a los burgaleses. Ahora iba a menos. Mucha voluntad, pocas luces. Llegaron entonces los cambios y definitivamente mejoró con las caídas a banda derecha de Jonathan y la entrada de Cardoso que conllevó retrasar a Luisinho al lateral. Al Mirandés se le nubló entonces la vista por el cansancio y su rival creció en torno a la pelota. Por fin, Lopo y su cabezazo enmendaron su partido y pusieron justicia para un equipo que no merecía perder.

El Dépor no le perdió entonces la cara al duelo, pero las urgencias no eran las mismas. Durante algunos minutos se le vio cerca de la remontada, sobre todo, al final con ese disparo a la madera de Oriol Riera. No se termina de quitar la maldición. El Mirandés también lo intentó, aunque con más corazón que pericia. Nada parecía capaz de variar el guión del empate. Y así fue. Esta vez no había ningún Fernández Borbalán.