A Germán Lux la vida le ha forzado a ser duro, a tener paciencia. Y el fútbol no escapa a esa carrera de fondo, a esa entereza. Su viaje desde el interior de Argentina aceleró en River y en la selección argentina, y aminoró su marcha en Europa. Él nunca desesperó. Hoy, una década después, saborea lo que tanto ha anhelado, por lo que tanto ha sabido esperar. Ser un portero importante en Primera División. Un triunfo a fuego lento.

Nunca va al suelo. Lux crece en el mano a mano, sin metros de distancia con su defensa y con la confianza. Así se mostró en Anoeta. Cualquiera va a más en un entorno favorable, esa sensación se acentúa con el argentino. Su primera mano salvadora es definitoria. Le pilló a contrapié y guardaba cierta semejanza con alguna acción en la que se venció hace algunos meses. Esta vez no. El área es su hábitat y los reflejos su mayor cualidad. No va a cambiar. Pero ahora es capaz de diversificar sus prestaciones. Es un portero al que le mejora sentirse importante, no tener competencia que le inquiete. Su estado de forma vuelve a coincidir con el momento en el que más lo necesita un Dépor huérfano sin Fabricio.

El argentino fue el salvavidas de un equipo preocupante. El vértigo solo lo atenúan el empate del sábado, los 28 puntos y que siempre están Lucas y Luis Alberto para sacar petróleo de la nada. Las señales que emite el equipo son inquietantes, no dramáticas. Ni toca fondo ni tira para arriba. Y va perdiendo fútbol y seguridad por el camino. Entre el resurgimiento y la crisis. Y ahí debe saber moverse y levantarse.

El Dépor ya no tiene el control. En gran parte de la primera vuelta dio la impresión de que el partido estaba casi siempre en su mano. Ha perdido la capacidad para ser un todo. Arriba, abajo. Abajo, arriba. Juntos, armónicos. Elegía con acierto dónde presionar, dónde defender, dónde jugar. En las últimas semanas sus delanteros están cada vez más solos, por el centro se desgaja, en las bandas duda. No toca con soltura. Balonazo va, balonazo viene. La grada desea que Víctor Sánchez del Amo encuentre de nuevo la senda tan deslumbrante por la que transitó hasta hace veinte días. Sus matices, sus cambios, levantarán de nuevo la estructura del gran Dépor que había construido junto a sus futbolistas. Hay que remangarse.

Los cimientos del castillo blanquiazul recibieron la primera sacudida en el Bernabéu, pero la más intensa llegó unos días después en la Copa ante el Mirandés. Lo peor no es la eliminación en una competición a la que solo se le ven réditos en las rondas finales, lo más frustrante es la imagen de inoperancia e inferioridad que desprendió ese día. Y siendo el equipo de Primera y ante un conjunto que acaba de perder 4-0 en Leganés. Timorato, dubitativo, sin fluidez en el juego? Poco bueno se puede apuntar del colectivo y de unas individualidades que buscaban hacer méritos para hacer dudar a Víctor y afianzarse en los onces de la Liga. Más de uno se hundió aún más en el asiento del banquillo. El punto de Anoeta debe servir para cortar mentalmente la sangría de 2016, le falta acompañar de fútbol ese renacimiento.

Fernando Vázquez y el Mallorca

Fernando Vázquez ha regresado por fin a un banquillo. Le ha costado año y medio. Más allá de sus imperfecciones, es imposible no empatizar y entregarse a quien creyó en el Deportivo en uno de los momentos de mayor desamparo de su historia reciente (el deportivismo hizo exactamente lo mismo por él). Juan Domínguez y Medunjanin aparecen entre los posibles objetivos para reforzar el Mallorca, parece imposible que se marchen los dos. Una salida puede ser una vía para solventar las deficiencias que muestra el Dépor arriba y en la banda derecha. No debe ser considerada una cuestión menor rebuscar en el mercado. Evitar males mayores, pensar en el futuro. El tiempo y lo que queda de mes de enero aclararán el panorama. Mientras tanto, bienvenido y enhorabuena. Aunque sea como rival, ojalá Fernando Vázquez vuelva pronto a Riazor, ese estadio que le hizo sentir como ninguno.