"Si lo mantuve los 90 minutos, eso quiere decir algo". Ya se olía Marco Antonio Boronat que Manuel Pablo iba a tener un recorrido largo cuando lo hizo debutar con la Unión Deportiva Las Palmas, el 18 de septiembre de 1994. Fue en el Muro de Zaro, el campo del Avilés, en un duelo de Segunda B (1-1) que sirvió de estreno para aquel jovencísimo lateral derecho. Empezaba a asomar la cabeza en el primer equipo amarillo, junto a otros canteranos como Toni Borrego o Guillermo Castro, tras destacar en sus categorías inferiores. Dos temporadas después, en la 1996-97, Manuel se convertía en futbolista profesional. Tenía 20 años. Mañana cumplirá 40 y lo hará con la ilusión intacta por seguir ayudando desde donde le toque, sea o no dentro del campo.

Fuera de la lista para recibir al Valencia, esta tarde él también jugará su partido en Riazor dando ánimos a sus compañeros y haciendo piña en el vestuario antes del encuentro. Siempre sumando para el grupo, como hizo desde el primer día que pisó A Coruña. Esta es su decimoctava temporada en el Deportivo, probablemente la última de corto, pero antes de colgar las botas y pasar a los despachos tiene la oportunidad de convertirse en el octavo cuarentón que juega en Primera en toda la historia. Tres exdeportivistas forman parte de ese selecto club: Donato Gama, Jacques Songo'o y su amigo Juan Carlos Valerón, que sigue sumando partidos en la elite con Las Palmas.

Inseparables desde que se conocieron en la cantera amarilla, el destino los volvió a reunir en A Coruña años después. Primero aterrizó Manuel, en 1998, como el tapado de una operación en la que el Dépor pagó seis millones de euros por él y por el argentino Turu Flores. Dos años después, en el verano de 2000, Valerón llegaba a Riazor procedente del Atlético de Madrid junto a otros dos rojiblancos: José Francisco Molina y Joan Capdevila. Tres refuerzos de lujo para el flamante campeón de Liga, en el que Manuel Pablo destacó como uno de sus pilares. Y lo siguió siendo hasta llamar la atención del todopoderoso Real Madrid, que en 2001 llegó a ofrecer 42 millones de euros por su fichaje y el de Molina. Faltaba un año para el Mundial de Corea y Japón, el lateral era un fijo en la selección y Lendoiro prefirió esperar a que se revalorizarse aún más. Pero una grave lesión el 30 de septiembre de 2001 en un choque con el céltico Giovanella -fractura de tibia y peroné- frenó su progresión, aunque no su ilusión por el fútbol. Estuvo casi un año de baja y con muletas celebró la Copa del Centenariazo antes de volver a los terrenos de juego con más ganas que nunca. Media vida dando ejemplo, en las buenas y en las malas. Y ahí sigue, incombustible a los 40.