La confianza viene de las sensaciones, no de los resultados. Muchas veces van de la mano. Cuando separan sus caminos, aparecen las dudas, los diferentes puntos de vista. "Si nos tenemos que preocupar ahora, entonces el año pasado estábamos tirados todos de un puente". Alberto Lopo pidió paciencia tras el milagro de Anoeta recordando que hubo tiempos peores. Claro que existieron, aunque lo vivido hace unos meses fue tal desastre que no es una convincente vara de medir. El Dépor ha estado perdido en gran parte de este 2016 por mucho que fuese llenando su granero de manera tímida. Punto a punto, duda a duda. Desde este domingo sí que tiene de nuevo razones para volver a creer, para pensar que más allá de la coyuntura hay un verdadero grupo que le regalará a su grada una salvación solvente, un equipo con el que estar tranquilo. Lo que dicta el césped. Todo pasado es relativo y se puede utilizar a gusto del consumidor. Mala tentación.

La mejoría en el Deportivo vino de la revitalización de Lucas Pérez y, sobre todo, de su capacidad como equipo para elegir dónde presionar de manera efectiva a su rival. Mezclaba su juego, su posicionamiento. Pero cuanto más arriba mordía y más arriba le cerraba la puerta a su rival, más crecía y más daño hacía la pareja Lucas-Luis Alberto lanzándose con espacios. Todo está conectado. El gol del coruñés le animó y, de repente, apareció la olvidada fluidez en el toque. Había vuelto ese gran Dépor. Durante muchos momentos al adinerado Valencia no le quedó otra que mirar, lamentándose de su propia mala suerte. Negredo lo rescató cuando ni olía el área rival y, de paso, le ofreció de nuevo un puñado de excusas a su técnico y a su equipo. Allá ellos. Lo que queda en A Coruña es que este Dépor, en campo contrario, con espacios y con Pedro Mosquera renacido, es otra cosa. El camino está trazado.

A pesar de las luces, no se puede ocultar que el equipo coruñés se encuentra en el momento más delicado de la temporada. O rompe hacia arriba y vive relajado lo que queda de ejercicio o se mete en una dinámica que le obligará a mirar lo que resta de temporada por el retrovisor. La percepción del peligro es lejana y a veces ese es el peor enemigo. Al Rayo Vallecano no hace falta explicarle que está ahogado, lo siente a cada segundo. La autoestima solo la recuperará del todo el conjunto blanquiazul dando un golpe encima de la mesa, ganando. Ese es su verdadero y principal cometido. El resto saldrá solo.

Y su rival no es un áspero compañero de viaje en estas lides. Los equipos de Paco Jémez siguen en los últimos años un patrón. Tocan fondo en torno al final de la primera vuelta y el inicio de la segunda, y de repente emprenden la remontada con una serie de victorias consecutivas que les dan aire de cara a la primavera. Hace unos días arrolló a un Celta que acumuló caras desconocidas. Un aviso. El Deportivo debe aprovechar el efecto Riazor y esa idea innegociable de los madrileños de sacar el balón jugado desde atrás para acentuar su presión arriba y golpear. Por la vía rápida. Una victoria que le dé la velocidad de crucero necesaria para centrarse simplemente en jugar al fútbol y no en salvarse. Sin angustias.

Adelantarse a la jugada

Uno de los beneficios de tener una posición holgada en la Liga y haber hecho en verano los deberes en la planificación, es que el Dépor puede salir al mercado de enero sin necesidad ni urgencias. No tiene que agarrarse a lo primero que pille por delante. Puede ver más allá, adelantarse a la jugada. Le queda una semana. Con la seguridad, siempre relativa, de que sus puntales no se van a mover, sus carencias están arriba y, sobre todo, en la banda derecha. Y la secretaría técnica trabaja en ese sentido. No estaría mal apuntalar la estructura ante posibles sacudidas inesperadas en los próximos meses y mirar al futuro. Buscar activos, construir. Ojalá haya alguna sorpresa y que sea agradable. Trabajo hecho de cara a un mes de junio que será de nuevo muy movido. El deportivismo está a la espera.