El Dépor es la sombra de lo que fue hace tan solo unos meses. Entristece y desconcierta la comparación, pero solo hay algo peor que vivir de la nostalgia: no asumir la realidad, no pelear por buscar una solución. El equipo coruñés fue esta noche un barco a la deriva en el mar del Athletic. Y lo peor es que el gran responsable del oleaje que se lo llevó por delante fue él mismo. Horroso, preocupante. Sin ánimo, sin respuesta ni desde el césped ni el banquillo. El margen con el descenso se estrecha y la preocupación se dispara de manera exponencial. Es el momento del cambio desde dentro, desde la agitación, desde el golpe de haber tocado fondo, desde la inteligencia y desde la unión. No le va a sobrar nada. Si hace un año pudo, esta vez no puede ser menos.

Es difícil encontrar una faceta en la que el Athletic no superase al Dépor en la primera parte. Sin ideas en ataque, sin un plan creíble desde el banquillo, sin seguridad atrás, perdiendo la batalla en la media y, por encima de todo, sin alma. El equipo coruñés está en una crisis existencial profunda y lo primero que debe conseguir es volver a ser competitivo. En el estado en el que está era imposible que ni le hiciese cosquillas a los rojiblancos. La primera parte arrojó un 2-0 en el marcador, pero pudieron ser más. Aduriz, a sus anchas, Susaeta, comodísimo en la banda, y el resto de sus compañeros encontrando espacios en zonas intermedias y trenzados paredes con suma facilidad. El Dépor naufragaba.

El desastre ya lo anunció Aduriz en el minuto 2. Se plantó con tanta facilidad ante Pletikosa que más de un deportivista rezaba para que fuese un accidente. Era más bien un aviso. El '20' del Athletic hizo lo que quiso ante Lopo y Arribas. El panorama era desolador. Lucas estaba solo, no tenía con quién asociarse. El Dépor no robaba, solo achicaba balones. Era cuestión de tiempo que sobreviniese el desastre. Fueron Muniain, en un error de cobertura en el segundo palo, y Aduriz, en otra jugada a placer, pero pudo ser cualquiera.

Pletikosa, Jonás, Lopo, Laure y Oriol fueron las apuestas de Víctor, dos de ellos ya estaban de vuelta a la caseta en el descanso y porque los cambios están limitados. Era el reconocimiento de que su plan había fracasado, algo que siempre es mejor que negar la realidad o empecinarse en el error, como ha ocurrido en más de una ocasión. En realidad el técnico volvió a apostar por una fórmula híbrida. No eran cuatro jugadores interiores, pero sí tres y uno con tendencia a irse hacia la misma zona del campo como Aduriz. Pagaban Luis Alberto, Álex y Juanfran. Y así ni tuvo la pelota ni creó arriba ni se blindó. Con los cambios hizo algo más natural al equipo, aunque ya había llegado muy tarde al duelo.

El inicio de la segunda parte fue como un soplo de aire fresco. En dos minutos el Dépor había conectado y había creado más peligro que en toda la primera parte. En un balón suelto Lucas hizo de nuevo maravillas. El regalo para Oriol supuso el 2-1 y un tenue rayo de esperanza. Duró dos minutos, el tiempo que tardó el equipo vasco en activarse y el coruñés, en reincidir en la mitad de sus problemas, los defensivos. Entre Lopo y Arribas volvieron a dejar solo a Aduriz, que casi le dio tiempo a tomar un café mientras esperaba por el balón. 3-1 y duelo acabado. Su ausencia no explica todos los males de este equipo porque con él tampoco ganaba, pero a Sidnei se le echa de menos a cada segundo.

Y por si quedaba la más mínima duda Aduriz se encargó de enseñarle los galones a Mosquera y robarle la cartera para hacer el 4-1. Donde no hay que dudar y sí despejar, el coruñés buscó proteger. En el pecado fue la puntilla. Quedaba media hora, pero desde ese momento la mínima tensión que le quedaba al duelo desapareció. El Dépor tocaba para evitar el sonrojo, San Mamés aplaudía a su héroe y solo los suplentes bilbaínos hicieron el amago de buscar más. Media hora de la basura que el Dépor ni siquiera supo aprovechar para restañar su autoestima. Ni golpeó arriba ni se aseó atrás. Estaría bien no subestimar este hundimiento coruñés. Ni el técnico ni el vestuario. Ni paños calientes ni crecimientos superfluos. El Dépor está peligro y cuanto antes se reconozca la situación, antes se le salvará. Otra vez a sufrir.