El Dépor no puede ni por fútbol ni por cabeza. Donde antes dominaba, ahora está a merced del devenir de los partidos. Donde se imponía por cabeza, ahora espera amedentrado el golpe de mala suerte. Un Riazor a flor de piel acabó desesperado ante tanto mal fario. Cruel. Un gol en propia puerta de Arribas le volvió a condenar a otro empate cuando había hecho lo más difícil: remontar. Lo paladeaba. Un equipo humano hasta el extremo se cargó al hombro todas sus imperfecciones para a trancas y barrancas acabar arrastrándose hasta el 3-2. Y luego murió en la orilla. De una manera dolorosa con el agravante de la reiteración. Valencia, Villarreal... El equipo coruñés sigue golpeado. Tiene mucha culpa de lo que le ocurre, pero el Karma no para de cebarse con él. Durante muchos momentos estuvo perdido y solo Fede fue capaz de rescatarlo. Debe volver a levantarse, la lucha continúa y él tiene un buen puñado de heridas de guerra. Camina o revienta.

Víctor se mostró en su apuesta. No rehuyó de lo que piensa ni fue permeable al entorno. Incidió en los tres pivotes para Riazor, aunque en esta ocasión Borges jugó más centrado para llegar y ayudar en la presión. Juanfran y Luisinho para ensanchar el campo y Fede y Luis Alberto para asociarse con Lucas. Esa era la teoría. La práctica ya... El Dépor fue prácticamente inofensivo en muchos momentos de la primera parte. En estático no era capaz de superar las dos líneas bien plantadas de los andaluces y en la presión no era eficaz. No recuperaba arriba y no tenía espacios para hacer daño. Estaba atascado. Y su cabeza no le ayudaba a tener fe.

El Málaga estaba cómodo. En defensa y en ataque. Tocaba fácil, jugaba andando. Se le notaban maneras, su colmillo no estaba afilado. Aun así, varios balones en profundidad sembraron el pánico en Riazor. El miedo estaba latente. Nada se definía hasta que a partir del minuto 20 el Dépor empezó a mostrarse. Fede se animaba y las conexiones, aunque a trompicones, empezaban a surgir. Los fallos de Kameni fueron el último empujón. Lucas falló. Parecía gafado. Una, dos veces. Y entonces la falta de contundencia se trasladó de área. Y llegó el error, el gol y la depresión. El bendito balón parado.

Un saque de esquina (esos que el Dépor siempre tira a la basura) sirvió para que la figura de Albentosa intimidase por arriba y Charles desnudase las vergüenzas blanquiazules robándole la cartera a Luisinho. Ese tanto sumió al equipo en el desconcierto profundo. Riazor estaba frío, deprimido, como sus jugadores. Tuvo una Lucas, pero primero Kameni y luego Welington bajo palos lo evitaron. No había manera. O eso parecía. Una gran jugada de Juanfran y, sobre todo, de Fede justificó la fama de llegador de Borges. La defensa del Málaga estuvo indolente. Al Dépor se le abría el cielo. Había vida, pero no se marchaban los problemas. Llegaba el descanso.

Ese tanto psicológico debía haber valido para expolear al equipo coruñés tras la charla de Víctor. No fue así. No está bien. Son demasiados golpes. Está sensible y la autoestima no le sobra. Así, el Málaga dio un paso al frente y el duelo se empinó para los locales. Iba sobreviviendo, el partido no iba por donde él quería. Y si encima no para de penar a balón parado, pues el desenlace parecía escrito. Camacho fue el encargado de firmar de cabeza el 1-2.

Si el Dépor ya estaba nervioso, en ese momento más. Como en la primera parte lo rescataron el propio Málaga y su luz en las tinieblas de esta noche de marzo, Fede Cartabia. Un slalom desde el banquillo local a la portería de los Blues. Y gol. 2-2. Era el empate. Su magnífica jugada contó con la connivencia de un blandito Málaga, sobre todo, de Miguel Torres, temeroso de ver la roja. 2-2, partido nuevo y aire, mucho aire.

Desde entonces el Dépor empujó lo que pudo y se agarró a Fede. Era el único que tenía claridad y poco a poco los coruñeses se animaron. Al menos, tenían contundencia. Después de tanto golpe no es fácil creer, pero lo hicieron. Una jugada de banda a banda terminó en los pies de Fayçal y su centro tendido le dio ese segundo extra a Lucas para adelantarse a la defensa. Balón a la red, decimoquinto gol, remontada certificada. O eso parecía. Ahí llegó el mazazo más fuerte, ese que aún le aturde. Otra vez a balón parado y en esta ocasión con Arribas como ejecutor en la portería equivocada... Llegaba el 3-3. Riazor, abatido, se frotaba los ojos, cabeceaba. Tras el aturdimiento, hay que ponerse de nuevo a remar. Necesita mejorar y una ráfaga de buena suerte. Mientras, sigue tocado, pero en la brecha.