El Dépor jugó un partido en diferido y el verdadero triunfo o fracaso de esta tarde a medio gas en el Calderón se sabrá en una semana. La goleada valdrá la pena si ante el Levante certifica media salvación. El problema de este Atlético-Dépor para los coruñeses es que, a pesar de las buenas intenciones de un grupo voluntarioso, nunca creyó en la victoria. Desde el banquillo al césped. Entre que era inferior, que lo sabía, las rotaciones y los fantasmas que revolotean por su cabeza después de tres meses sin ganar acabaron desmoronando un castillo de naipes con una estabilidad más que dudosa. Un equipo hecho jirones.

El conjunto coruñés arrancó el partido siendo todo buenas intenciones. Víctor se dejó la mitad del equipo en A Coruña y bastante parte del otro 50 por ciento en el banquillo. Su mente estaba en el duelo ante el Levante, pero su apuesta en el Calderón debía mostrar, al menos, un equipo digno que quizás pagase sus reservas con una derrota, pero no con consecuencias psicológicas de cara a un partido crucial que le ahogará en una semana. Era una alineación estratégica.

Pero el Dépor no se descompuso, al menos de inicio. Lo pasaba mal Manuel Pablo en la izquierda, Lopo en la carrera y en general todo el grupo en la salida de balón, pero no se desdibujaba. Laure se fajaba con Carrasco y Filipe. El equipo no rehuía el choque ni escapaba del juego físico de su rival. Arropado atrás y agarrado a la solvencia de Borges y a la creatividad de Fede Cartabia, buscaba sentirse cómodo juntando líneas, cerrando líneas de pase, y corriendo, liberándose con espacios. Incluso respondió en la primera prueba a balón parado. Era un once decente y consciente de que su presencia en el duelo pendía de un hilo. Se sabía inferior a su contrincante, pero no rehuía el cara a cara.

Al castillo de naipes le retiraron la primera carta cerca del minuto veinte. A Manuel Pablo le faltó todo el oficio que dictan los cuarenta años de su DNI para atacar un centro largo de Filipe. Esperó el despeje con el pie y le ganó la partida un tren de mercancías llamado Saúl Ñíguez. 1-0. Voraz.

Ese tanto parecía el principio del fin. Contra pronóstico no lo fue. Lo que sí supuso fue un cambio de guión. El Dépor reclamó tímidamente la pelota y al Atlético no le importó dársela. El juego posicional no es tampoco su fuerte. Le gustan los espacios y el balón parado. Tuvieron varias los rojiblancos y Griezmann se vio celebrando el segundo antes del descanso. Curiosamente, el Dépor seguía vivo. No estaba incómodo tocando. Eso sí, al acercarse al área se le hacía de noche. Lo más parecido a una ocasión fue un disparo muy desviado de Borges y un remate de Jonathan ante Oblak que quedó invalidado por fuera de juego. Milagrosamente había partido.

El Atlético tampoco fue un ciclón en el inicio del segundo acto. Su táctica es la del martillo pilón y con dos golpes básicos: el balón parado y robar-correr. Sin excesos. Así poco a poco encimó a su rival que intentó disimular que temblaba. La ensoñación duró quince minutos. Justo cuando, entre la lesión de Manuel Pablo, los reajustes y el enésimo saque de esquina, Filipe y Griezmann retiraron la segunda carta de su fortaleza de papel. Castillo derrumbado. Quedaba media hora, el duelo ya había terminado.

Simeone sacó la calculadora para preservar a sus estrellas mientras el Dépor lo intentaba por compromiso. Si no creyó al principio, menos ahora. Apareció Jonathan cuando ya no hacía falta y hasta Oriol tuvo una oportunidad. Hubo tiempo para que llegase el tercero de Correa. Pero lo que más daño hizo en esa jugada fue ver a Lux sobre el césped doliéndose de la rodilla. Sus últimos minutos en el campo parecieron una inconsciencia por su parte y por la de Víctor. Hablará el parte médico. Los blanquiazules salen arañados, pero existe la duda de si este duelo le pasará factura en su inestable estado anímico. Todo dependerá de cómo esté el argentino y de lo que ocurra en una semana. El Dépor, en el aire.