La convocatoria de Víctor Sánchez para el partido de ayer contra el Atlético ya hacía pensar en una alineación como la que se presentó. La parada en el Vicente Calderón se presentaba como una escala incómoda, de esas en las que no hay nada más aparte del apeadero en un viaje de largo recorrido y en la que casi ningún pasajero se anima a estirar las piernas. Era obligado para los deportivistas hacer parada en el estadio rojiblanco, por más que la semana que viene se jueguen buena parte de la permanencia en un partido decisivo contra el Levante al que comenzaron a mirar antes incluso de hacer las maletas para viajar a Madrid.

Ese compromiso es el punto de no retorno para los deportivistas en su trayecto hacia la permanencia. No hay vuelta atrás después de un itinerario que se presentaba cómodo en los primeros tramos y que se ha ido virando sinuoso con el paso de los kilómetros.

El Deportivo ya no es aquel conjunto lustroso que arrancó el campeonato, por el camino ha ido perdiendo potencia en la misma medida en la que se ha ido vaciando un depósito que se llenó al máximo en la pretemporada. Son trece jornadas consecutivas sin ganar, por eso extraña que renuncie a alguna de las que todavía quedan por delante. El mensaje es contradictorio, mientras se pretende inclinar el discurso hacia el optimismo, rechazando los razonamientos interpretados desde el banquillo como negativos, se fía todo el botín recaudado en tiempos mejores en jugadas a una sola carta.