Nadie quería ganar, nadie quería importunar. Lo lógico era que empatasen. Así fue. Este Sevilla-Dépor se sustenta en los hechos, en los golpes. Los goles. El resto sobra y solo sirve para desnudar las vergüenzas de un Dépor incapaz y desconectado, y de un Sevilla con la mente en otra parte. El cómo no desluce el fondo de este punto. El equipo coruñés se personó cinco minutos en el lugar de los hechos para apoyar a los siempre presentes Lucas y Sidnei, y rescatar un empate que le hace acariciar la salvación. Una igualada de oro desde el punto de vista estratégico, pero hay más, mucho más de fondo.

Víctor se compró una pizarra nueva para visitar la que había sido su casa. Fernando Navarro, al centro, para ayudar a Sidnei y Lopo, y proteger algo más al dubitativo Manu, que se mantenía bajo palos. Laterales largos y trivote. Lo que parecía un blindaje se convirtió en una invitación para un Sevilla a medio gas. Escudero y Konoplyanka bombardeaban centros. El Dépor sobrevivía, mientras su meta esperaba resguardado en la cueva y mostraba sus nervios en un regalo a Llorente. El ex del Athletic e Iborra estaban a sus anchas en esos minutos iniciales y eso que tampoco les iba la vida en ello. En realidad, el primer gol hispalense fue más previsible que el guión de una comedia romántica. Centro cruzado de Reyes, dejada de una torre para que remachase la otra. Los hispalenses ganaban por centimetros y por accidente.

El gol tampoco activó a un Dépor que lleva meses deambulando por esta Liga. Es como si no quisiera molestar, que le dejasen tranquilos hasta el próximo campeonato. El problema es que cada partido es una prueba y las derrotas y dejarse ir desgastan. A largo plazo se lo puede llevar la corriente. La que en realidad sí que estaba enojada es su afición, que en un número más que elogiable pobló las gradas del Pizjuán. El punto enfriará algún calentón, no todos. Hoy, por momentos, llegó a pasar de su equipo. Para lo que había en el césped, era mejor montarse su propia fiesta.

Endeble atrás y sin noticias en ataque. Las pocas veces que hizo un esbozo de presión arriba le dio réditos. Fueron movimientos contados. La portería del Sevilla fue en ese primer acto una leyenda urbana. Decían que existía. Pocas veces va a encontrar el Dépor a un rival de esa entidad en tal estado de pasotismo. No iba con él. Al equipo coruñés, solo le salvaba que seguía en el partido.

El segundo acto fue lo más parecido a un simulacro de partido, por lo menos la primera media hora. El Sevilla estaba deseando acabar y que pasase el siguiente rival de la Europa League. El Dépor seguía pidiendo permiso para todo. Era el invitado perfecto. El ritmo del duelo decreció hasta tal punto que parecía una secuencia a cámara lenta. El cambio de Cani por Luisinho tampoco le quitó la cadena a un equipo coruñés que debe replantearse muchas cosas.

Ya sin cinco atrás y sin Luis Alberto, el Dépor no le quedó más remedio que ir a por el empate en el último cuarto de hora. Y le llevó cinco minutos. Solo hizo falta un poco de intención, un pase medido de Lucas y un buen desmarque de Oriol. El primer gol de un suplente, el segundo del catalán. Ya era hora. La patata caliente pasó entonces al Sevilla. Fueron solo diez minutos, pero a Manu y su defensa les tocó sufrir en un mar de saques de esquinas. El Dépor, mientras achicaba, atisbó la orilla de la salvación. Ya está ahí.