Estaba anunciado que el Sánchez Pizjuán sería una fiesta blanquiazul, pues aunque los 800 deportivistas desplazados al campo del Sevilla eran una inmensa minoría en comparación con los locales, los hinchas del cuadro coruñés dejaron oír sus voces durante muchos momentos del encuentro, especialmente en la segunda parte y al final del partido cuando pudieron celebrar el empate.

A lo largo del día los seguidores se habían movido por las calles de la capital hispalense, siempre del ambiente cordial y de hermandad que viven las aficiones de ambos equipos, incluso compartieron almuerzo y pinchos con buena parte de la parroquia sevillista, aprovechando el sol que lució durante todo el día.

Eso sí, ya en el campo, cada uno tiraba por los suyos. En principio eran los de Nervión los que disfrutaron al ver como su equipo arrollaba a un Deportivo desaparecido y que aguantaba como podía los embistes de los jugadores de Unai Emery. Después, llegó el momento del deportivismo.

Primero fue con el remate de Lucas, que se volvió a sacar un disparo casi de la nada después de haber iniciado el mismo la jugada, aunque el zurdazo fue al centro donde estaba bien ubicado Rico; después llegó la jugada del de Monelos por la banda izquierda con un preciso centro a Oriol Riera que el catalán envió al interior de la portería con el interior del pie.

Un punto con el que ni soñaban, pero aún quedaban unos cuantos minutos y los numerosos córners de que dispusieron los locales hicieron temer lo peor, pero para entonces ni Fernando Llorente ni Iborra, dos perfectos dominadores del juego aéreo, estaban sobre el césped del Pizjuán.

Alegre regreso. Cerca de mil kilómetros de satisfacción y con el pensamiento de que había valido la pena aunque solo fuese por la segunda parte, que fue cuando los futbolistas se levantaron y demostraron que podían sacar algo de un difícil campo como es Nervión.