Ese estado de ansiedad en el que vive y en el que han obligado a vivir al deportivismo parece empujarle a no detenerse, a quemar etapas de manera voraz. El empate del Getafe ha abierto las compuertas. Hay que decidir, hay que hacer, hay, hay... No. El Dépor aún no está salvado. Lo dice la matemática y a veces lo gritan las sensaciones. Sí es cierto que, como ocurre con estos días primaverales, la luz empieza a aparecer en su horizonte con esos siete puntos de ventaja con nueve en juego. Una victoria o el enésimo empate y llegará el momento de disponer, de solucionar este sudoku hecho club.

Algo tiene que cambiar. Esa es casi la única unanimidad en el deportivismo. Una victoria en cuatro meses, la dejadez en y en torno al equipo y el deterioro que se empieza a transmitir a todos los niveles exigen medidas. Firmeza ante la autodestrucción. Negarlo es casi tan ridículo como pensar que todo empieza y acaba en Víctor Sánchez del Amo. Al técnico, considerado el mejor de la primera vuelta, le ha podido la gestión de la crisis. No ha sabido transmitir la realidad ni atajar la deriva futbolística y emocional. Tiene debes, nadie lo duda, pero no es el único. Ofrecer su cabeza a las primeras de cambio y sin que haya una autocrítica a fondo y a todos los niveles es una coartada perfecta para el resto de actores implicados en este desastre. Hay jugadores que son la sombra de lo que eran. Sin fútbol sin personalidad. Y la plantilla cuenta con mimbres para salvarse, pero tiene excesiva dependencia de Lucas y Sidnei y se le han visto costuras en las bandas y en la delantera cuando han venido mal dadas. En definitiva, para que un equipo se despeñe han tenido que fallar muchas cosas y el Dépor no es una excepción.

Para bien o para mal, llegará el momento de tomar las decisiones y habrá que hacerlo pensando en el bien del Deportivo, el único que está por encima de todo. Los jugadores, los técnicos y los entrenadores pasan, siempre queda el escudo. Y esa debe ser la óptica. Nada de equilibrismos, ni institucionales ni mediáticos. En este contexto y como hace un año, aparece la figura de Tino Fernández. Con Fernando Vázquez fallaron las formas y, sobre todo, la elección del sustituto. Un año después aprendió. Escuchó, pero tomó él la decisión. Supo ver que el equipo necesitaba referencias, un gestor y canalizador de sentimientos. Soluciones, no proyectos. Y se encomendó a Víctor, ese que salvó al equipo y ahora parece el origen de todos los males, ese que nunca tuvo el respaldo total. Existe la duda de si tocando determinadas teclas de la caseta puede restaurarse la armonía con el mismo jefe al mando, de si hay que oxigenar también otros departamentos del club o de si el propio entrenador puede o debe hacerse a un lado. A veces no es cuestión de ser bueno o malo, o estar o no preparado, simplemente ya no es tu sitio. Siempre preservando su legado, sin enfangar a un integrante de un equipo histórico. Pronto tocará actuar, la iniciativa será de Tino Fernández, quien tiene réditos después de su gestión de hace unos meses. Pero antes, hay que salvarse.

Fede y la grada

Y a pesar de todo el Dépor tiene casi hechos sus deberes. Y debe certificarlos este fin de semana. La igualada del Getafe ante el Valencia le alivia, aunque tampoco debe servir de excusa para otro paseo. Es el momento de olvidar los reproches y las diferencias e impregnarse del espíritu de Fede Cartabia y de la animosidad de una grada que no ha dejado de viajar, a pesar de los espectáculos que ha tenido que presenciar. El argentino es impasible ante la marejada que le rodea. Ha sufrido la desconfianza y siente cómo su equipo se desmorona a su alrededor. Ni así. Él baja la cabeza, trabaja, se faja en defensa, coge la pelota, crea, disfruta, busca soluciones, se carga de responsabilidades que él no las ve como tal. Aptitud y actitud. Pasará el tiempo y cuando se repasen sus números de este ejercicio, es muy probable que se considere una etapa de transición en su carrera. Pero Fede ha crecido. Y mucho. Ante la adversidad y rebuscando en sí mismo, para ser mejor de lo que era. No estaría mal que todo Riazor se contagiase de la fe de los que viajaron a Sevilla o a Eibar y que el equipo se fijase en el argentino para tener respuestas cuando pareces encontrarte en un callejón sin salida. Seguro que así tocará celebrar el domingo.