Llegó en una situación agónica como sustituto de urgencia de Víctor Fernández y se va dejando al Deportivo en Primera por segundo año consecutivo. Ese era el objetivo de Víctor Sánchez del Amo, evitar el descenso, y las dos veces lo consiguió, aunque nada tiene que ver el camino hacia la permanencia y el poso que deja este curso con los del anterior. Hace un año el madrileño era un héroe, encumbrado como salvador por haber sabido reconducir la trayectoria de un equipo que era carne de Segunda con su antecesor al frente. Ahora, en cambio, la meta la cruzó a trompicones, con muchos sofocos y pocas alegrías en una segunda vuelta desastrosa. Y, lo que es más importante, con problemas internos de vestuario, personificados en Luisinho y Lopo, que el propio entrenador se encargó de airear en una rueda de prensa convertida en un monólogo de casi una hora sin admitir preguntas al respecto.

Hermético, impenetrable, con verbo fácil para enredar diciendo poco con muchas palabras, de pronto cometió el error de destapar públicamente los trapos sucios, rompiendo uno de los pocos códigos inviolables que aún quedan en el fútbol. Un lunar definitivo que acabó de condenarle y que probablemente también le pesará en el futuro. De nada sirvió la retahíla de mensajes de ánimo que él mismo se encargó de difundir en las redes sociales. Ya estaba sentenciado.

Así es el ya exentrenador del Deportivo. En ocasiones distante, pero a la vez amable y educado en el trato personal. Desde el primer día conectó con la afición, a la que devolvió buena parte de la ilusión perdida en un momento de especial dificultad. Su pasado glorioso durante las siete temporadas que vistió de blanquiazul -conquistó una Liga, una Copa y dos Supercopas- era su mejor carta de presentación pese a su inexperiencia en los banquillos. Tras curtirse a la sombra de Míchel en Getafe, Sevilla y Olympiakos, por primera vez tomaba las riendas de un proyecto.

Madridista de cuna y formación, pero también con un hueco importante en su corazón para el Deportivo y A Coruña, con los que siempre mantuvo un fuerte vínculo emocional desde que en 2006 finalizó su etapa en Riazor. Su regreso como entrenador, el 9 de abril del año pasado, contó con la aprobación prácticamente unánime de todo el deportivismo. 14 meses y dos salvaciones después, su despido genera bastante más división de opiniones entre los aficionados.

Se va como llegó, fiel a su método y a su grupo de trabajo, que lo arropó en la sala de prensa en todas y cada una de sus comparecencias públicas. Gran estudioso del fútbol y amante de su profesión, encaja a la perfección en el perfil de entrenador moderno, atento a cada detalle y tratando siempre de manejar la mayor cantidad de información posible. Mucha pizarra y más vídeo. Junto a sus colaboradores -David Dóniga, Nacho Oria y Carlos Morales, este último incorporado el verano pasado- dedicó jornadas maratonianas a una concienzuda labor analítica, propia y de los rivales. El foco en el partido más inmediato, sin hacer cuentas ni pensar en nada más. Así salvó al Dépor el año pasado pese a ganar solo uno de los ocho encuentros que dirigió en la recta final, resuelta en una última jornada de infarto en el Camp Nou.

Superado ese match-ball tan importante a todos los niveles para el club, en verano inició la pretemporada dispuesto a cocinar el equipo a fuego lento, sin las estrecheces temporales ni las urgencias clasificatorias de su primera experiencia en el banquillo. El Dépor empezó como un tiro, coqueteando incluso con Europa, y se ganó la renovación, pero una primera vuelta brillante dio paso a una segunda parte de la temporada en continua caída libre pese a haber hecho méritos suficientes como para haber sumado algunos puntos más en Riazor.

Trece jornadas sin ganar, diecinueve seguidas recibiendo gol? Malos números y peores sensaciones por las hechuras de equipo plano y sin soluciones. Pocos reflejos mostró Víctor para tomar decisiones con las que enderezar el rumbo, ni durante la semana ni tampoco a lo largo del desarrollo de los partidos. Tardó en dar protagonismo a otra gente -el mejor ejemplo es Fede Cartabia- y casi siempre jugó a lo mismo: balón al espacio para buscar la carrera de Lucas Pérez. Muy pocos matices en un guión que al principio sorprendió pero que los rivales acabaron sabiéndose de memoria. Se marcha con diez victorias en 50 partidos y con el récord de empates en una misma temporada, 18, de toda la historia de Primera División. De salvador a despedido en un viaje de 14 intensos meses sobre un tobogán de sensaciones. Así sale Víctor del Deportivo. Y con el objetivo cumplido, dos veces.