Un escocés que paga por entrenar al Tudelano, el derbi de Shangái entre el Jumilla y el Lorca... El capital extranjero ha encontrado su particular edén en el fútbol español y día tras día saltan a las portadas de los periódicos situaciones con un punto rocambolesco que producen cierto vértigo entre los aficionados por el riesgo de desarraigo. Unas empresas de sentimientos, como las bautizó Tino Fernández tomando la expresión prestada del empresario Luis Fernández Somoza, que son atractivas hasta en los estratos más bajos. En este contexto, los clubes de la LaLiga Santander están en un lugar destacado en el escaparate del fútbol europeo, pero el capitalismo popular del Dépor le ofrece una coraza prácticamente única en el panorama nacional. Solo la Real Sociedad y el Eibar pueden presumir de semejante blindaje.

Tal día como hoy hace 25 años cualquier deportivista podía ser dueño de su club. Ahora es una situación asimilada y cotidiana, entonces constituía una auténtica novedad. La Ley del Deporte de 1990 obligó a las entidades profesionales a convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas. La aplicación práctica supuso que todos los equipos de Primera y Segunda División, salvo Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna, tuviesen a partir del 1 de julio de 1991 un año para afrontar ese proceso que les exigía suscribir una cantidad asignada, según los baremos de las autoridades deportivas. El Dépor necesitaba 378 millones de pesetas (2,26 de euros) y los socios, a sugerencia de Lendoiro y su directiva, apostaron por blindar su carácter popular: nadie podía suscribir más del 1% del capital social. Así, el Dépor llegó al 30 de junio de 1992, aún con los sudores fríos de la salvación en el Villamarín ante el Betis, cumpliendo el objetivo. Le ayudó una campaña de descuentos asociada a los abonos que hizo más llevadero el desembolso. Incluso el propio presidente aseguró aquella noche que se habían recaudado 15 millones más de los exigidos.

Pero en este caso, más allá del propio fin, importaron las formas. Los días y horas previas fueron una locura en el fútbol español. Los dirigentes levantaron piedra a piedra buscando dinero. No llegaban a los estándares marcados y muchos pidieron adelantos de patrocinios, recurrieron a subvenciones que solucionasen la papeleta o se encomendaron a grandes inversores, que a partir de ese momento pasaron a ser los dueños. Se toparon con la meta asfixiados y con ciertos peajes de cara al futuro. El Dépor, no. Con aire y reforzando sus lazos con su gente, con su ciudad. Seguía siendo de su masa social. Antes socios, ahora accionistas.

"Salimos a buscar a Mauro y a Bebeto con el dinero de la conversión en SAD. Ese fue el lanzamiento", reconoce Lendoiro en 110% Blanquiazul. En 1992 el fútbol español estaba empezando a cambiar. Las televisiones pronto darían rienda suelta a muchas ambiciones, pero aquel dinero juntado peseta a peseta por los seguidores blanquiazules supuso un impulso y permitió traer a Riazor a los dos futbolistas que cambiaron su historia. Durante quince años no hubo problema, se preservó el modelo. Eso sí, la deuda no paraba de crecer y la entidad estaba cada día más expuesta. En 2004, en la semana previa a la vuelta de la semifinal de Champions ante el Oporto, Lendoiro lanzó una ambiciosa ampliación de capital que no tuvo excesiva aceptación en la grada. Así, a partir del 5 de junio de 2007 el Dépor sí que estuvo en peligro. Los accionistas eliminaron el límite del 1% para cada propietario y durante semanas el entonces presidente buscó inversores por todo el orbe. Solo la situación económica de la entidad y las condiciones exigidas por el consejo frenaron la entrada de capital extranjero, algo que podría haber quebrado un modelo que le hizo singular y del que hoy presume.

Desde 2015, derivado de los compromisos adquiridos por la directiva de Tino Fernández con la Agencia Tributaria ante la ingente deuda, el Dépor afronta su segunda ampliación de capital. Y los dirigentes aprovecharon para volver a reforzar el carácter popular del club proponiendo que cualquier accionista pudiera mantener su participación en la sociedad y limitando cualquier inversión a 1.500 títulos (a 60,10 cada uno), en torno a 90.000 euros, incluso en la última fase abierta al público en general. Así el Deportivo roza hoy los 25.000 accionistas y, aunque queda por matizar la cifra, cuando se cierre este proceso, ningún propietario superará la barrera del 2,5% del capital social, algo impensable en muchos clubes de laLiga.

El Espanyol, el Granada, el Valencia y el Atlético con inversores asiáticos; el Málaga de un jeque; el Villarreal, el Celta y el Sporting controlados por un único máximo accionista español; el Alavés y el Leganés por varios empresarios locales y Las Palmas, Sevilla y Betis por grupo sindicados... Todos sin ese capitalismo popular que hace tan diferente a la entidad coruñesa y que ha querido preservar en esta ampliación de capital que finaliza el 31 de enero. Un club de todos, un sentimiento compartido. Una razón más para presumir del Dépor.