Ni en los Cantones ni en Riazor. No cabía un alfiler en la ciudad. Era su día. El Dépor había nacido con un fuerte instinto de superación. El Coruña le tomó la delantera en su génesis. Pronto le superó. Luego no paró de chocar ante el muro del fútbol vigués. Aquel 6 de febrero de 1927 tenía por fin la oportunidad de lograr lo que se había convertido en un objetivo desde su fundación y más tarde en una obsesión: reinar en Galicia. Y lo consiguió. Con emoción, con nervios, con el regusto del triunfo macerado, con lágrimas en los ojos, con pañuelos al viento en el Parque de Riazor... En un día de sol y también espléndido, el Celta cayó 2-1 y la ciudad estalló de júbilo. Alumbraba al primer Deportivo campeón.

"Desde las primeras horas A Coruña tenía el aspecto de los días grandes de agosto", avanzaba la prensa de la época. La ciudad olía a fiesta y en esas circunstancias siempre cumple. Una masa de ilusionados aficionados venida de Lugo, de Santiago, de Ferrol, de Ourense, de Vigo (salieron en bus a las cuatro de la mañana)... abarrotaba las calles. Pronto los seguidores se dirigieron al estadio de Las Esclavas. El duelo arrancaba a las tres y media y una hora antes el campo ya estaba lleno, alguno hasta comió en el recinto. Se adecentó el acceso por Rubine y los aledaños de Riazor para que el barro de los días previos no ensuciase el espectáculo. La expectación era máxima, el duelo no les defraudó.

Isidro, Otero, Rey, Viar, Redondela, Fariña, Guillermo, Vázquez, Ramón, Chaco y Alonso. Once nombres que pasaron a la historia y a los que este Dépor-Celta no les concedió un respiro. El vértigo dominaba la escena. A los dos minutos ya ganaban los blanquiazules. Tanto de Ramón González aprovechando una indecisión de Pasarín, Barril y Lilo. Estallido entre el público y avalancha en una de las gradas. 1-0 y no lo conseguía un jugador cualquiera. El coruñés fue uno de los que encendió la mecha de la rivalidad Dépor-Celta. Él, Isidro, Otero y Chiarroni, los cuatro ya del Dépor en la 26-27, no vieron con buenos ojos ese proyecto con aspiraciones nacionales que era el Celta, nacido en 1923 de la fusión del Vigo y el Fortuna. No se consideraron jugadores del equipo resultante y, animados por la posibilidad de convertirse en profesionales, decidieron mudarse al norte. El viaje no fue sencillo. El Celta, apoyado por la Federación Gallega, no paró de ponerles piedras en el trayecto. Tardaron un año en jugar en A Coruña, Isidro dos. Por fin, compartían césped donde deseaban y conducían al Dépor a su primer título con un coruñés como verdugo.

El tanto espoleó a los vigueses. Pinilla y Polo eran una amenaza. Se multiplicaban Rey y Otero, al que las crónicas veían "ágil y fuerte", rejuvenecido cinco años. A los diez minutos, el empate. Rogelio empujaba a la red un balón ante el que nada haría el sereno Isidro. Y el Celta no se detenía. El Dépor sufrió. Aguantó y se repuso. Buscó y encontró la gloria. Joaquín Vázquez, olímpico de plata en Amberes como Ramón y Otero, se elevó y marcó en un saque de esquina de Guillermo. Fin a la primera parte y ya lo tenía. A aguantar. Y donde se esperaba avalancha viguesa solo hubo dominio deportivista. "Merecimos un 4-1", decía Vázquez. Llegó un contenido y emocionado 2-1, solo perturbado por un córner sobre la hora. El Dépor, campeón.

"En casa aún guardamos con cariño la foto de ese partido. Mi padre jugaba en el Dépor y estudiaba Medicina en Santiago. Tenía mitificada a Galicia". Esta confesión de Javier Viar, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao e hijo del deportivista Viar, es una muestra de aquella alegría prolongada en el tiempo. Felicidad hoy, felicidad entonces. Hubo invasión de campo y los gestos de euforia inundaron la ciudad. Por las calles, en los cafés. Las banderas blanquiazules tomaban A Coruña. Ya de noche, con los alcaldes de ambas localidades y las dos plantillas, el club dio un banquete en el Kiosco Alfonso. El fútbol vigués penaba. Tras años ganando, perdía su hegemonía. Le tocaba mandar a un Dépor, que había rozado el título en 1925 y que esta vez había cuidado los detalles: estuvo una semana concentrado en Pontedeume. La playa de A Magdalena le había dado suerte.

Fue el triunfo cocinado a fuego lento de un club y un conjunto que no se parecen en nada al de hoy. El amateurismo del estudiante Viar es un buen ejemplo. Y no era el único. Alonso no cobraba. Guillermo, que trabaja en la peluquería familiar, tampoco. Algunos sí lo hacían, una circunstancia novedosa en los años 20: Luis Otero, Ramón, Fariña, Vázquez... Han pasado 90 años y el Dépor ha derribado barreras en España y en Europa, pero entonces aquel título fue una hazaña para un equipo modesto, atlántico y con un instinto de superación envidiable.