El turco se hace querer. Siempre sonriente, adaptado. Todos sus compañeros le quieren dar la pelota o le buscan para hacerse una foto. Ese balón al que pegó con toda el alma fue su carta de presentación en San Mamés, un escenario de tronío. Nunca se arruga. Gritó él y todo el deportivismo, se asombraba el fútbol español. Pero Emre Çolak es mucho más, es como el aire para el Dépor. Da sentido a todo el juego de ataque y es media vida en la salida de balón. ¿Dónde estaría este equipo sin él? Da escalofríos pensarlo. Ve huecos imposibles, se ofrece, desahoga, permite al equipo recolocarse, hace mejores a los que tiene alrededor, golea... Hasta cierra el círculo de esa extraña e inexplicable unión coruñesa con el país otomano. Todo. Menos mal que a Garitano no le ha quedado más remedio que rendirse ante él. Le costó, dio vueltas, muchas veces le sustituye. El fútbol de Çolak es imparable. Hay que aprovecharlo y disfrutarlo mientras sea posible.

Seis elegidas victorias en casi 14 meses. El Dépor lleva desde finales de 2015 pegando pequeños acelerones en momentos puntuales que han ido desactivando a sus rivales. Lo justo, medido. Es un equipo extremamente discontinuo que en esta carrera de lentos se ha dedicado a caminar al borde de la lava. Nota el calor, no se quema. Al menos, por ahora.

Ya sin Babel, el último mes y medio ha sido excesivamente tóxico para el equipo. No solo por las derrotas y los golpes de última hora que harían mella en cualquiera. La serie de victorias morales, de resultados injustos, ha creado una especie de condescendencia en torno al grupo. Es imprescindible tener un plan, creer en él. Y es innegable que el Dépor ha crecido en ese aspecto y también en ataque en torno a la pelota. Pero le está faltando lo más importante: competir. Saber cerrar partidos, no fallar las ocasiones llave, no regalar goles en errores individuales, hacerse fuerte psicológicamente, que se note la mano desde el banquillo con los cambios. La victoria del Sporting tira a la basura cualquier tipo de coartada. Se acabó el tiempo de los peros y de las salvedades, toca fajarse en la arena antes de que el barro le coma.

La portería y el banquillo

Andone, Emre, Babel, Guilherme, retener a Juanfran... Hay muchas luces en los fichajes del Dépor esta temporada. Son futbolistas que se han convertido ya en activos y que, por desgracia, algunos pasarán a ser en un futuro moneda de cambio para pagar la deuda. Donde sigue la inestabilidad es bajo palos. No llega a los límites del año pasado. No se empeña Víctor en alinear a un sobrepasado Manu, pero ni Lux ni Tyton se han hecho dueños de la portería. El polaco ha tenido alguna parada de mérito. Sí, nadie lo niega. Su despeje blando de Bilbao muestra que el equipo coruñés sigue a la espera de un guardameta que le dé puntos tras la marcha de Fabricio. Ni con tres consigue estabilidad. Tarea a apuntar en rojo en la libreta de deberes para este verano.

Y también está pendiente el entrenador. En el Dépor están deseando darle continuidad al inquilino del banquillo. Con buen criterio ya han señalado que es uno de sus debes en una planificación que ha ido a más a partir del ensayo-error. ¿Es Garitano el adecuado para apostar por él a largo plazo? Cualquier negociación por más de un año y antes de lograr el objetivo es un error. El club valora su capacidad para airear un vestuario en el que apenas se respiraba. Más que cierto. Al vasco le ha costado, por momentos, entender al entorno y su bagaje de puntos no se sostiene. Eso sí, ha sido capaz de rectificar su idea inicial y armar un equipo en torno a la pelota. El único camino posible, dados los fichajes. Mérito suyo.

Al Dépor en parte le están condenando errores individuales y en ocasiones los árbitros, dos factores que no se le pueden achacar a él. Pero da la sensación de que a este grupo se le puede exprimir mucho más y que a veces no se ponen sobre la mesa soluciones durante los partidos. Quedan tres meses para salvarse y sellar su posible renovación. Será el momento de pensar en si sus méritos lo deben convertir en el nombre de este proyecto, sin obsesionarse con la continuidad por la continuidad.