En el fútbol profesional hay dos cosas que son fundamentales: los resultados y el estado de la afición de cada club.

En el caso del Dépor, los primeros son penosos y lo segundo desde hace ya demasiado tiempo es un sentimiento continuo entre desesperación y tristeza.

La pelota tiene cierta sonrisa cuando pasa por los pies de Çolak, pero el equipo hace mucho rato que no maneja el centro del campo, que no es capaz de mantener un ritmo adecuado en el juego y lo que es más grave, casi nunca es capaz de tener el control del mismo. Kakuta en carrera y con espacios da cierta verticalidad, a mi entender con menos constancia que la puede aportar Carles Gil, y de ahí para atrás todo el juego ofensivo proviene de centros al área desde los laterales y del esfuerzo enorme de Andone para crear espacios o aprovecharlos. En fase defensiva el equipo comienza concentrado y manteniendo las distancias entre las líneas en ambos sentidos, pero a medida que van pasando los minutos esa tarea se diluye. El equipo empieza a descoserse hasta acabar generalmente en un correcalles que defensivamente se mantiene con basculaciones y profundidad por número de efectivos. Ofensivamente cae en la precipitación de hacer llegar la pelota al área contraria de cualquier manera, lo que causa una desesperación y un desasosiego que hace al equipo largo en su presencia en el campo e insufrible para el espectador que al final en su mayoría solo es capaz de rescatar diez o quince minutos aceptables por partido. Y para una minoría populista la justificación se basa en actuaciones arbitrales, mala suerte y desgracias ajenas de todo tipo.

En definitiva: la institución vive con la imperiosa necesidad de mantenerse en Primera, pero el juego y los resultados son paupérrimos.

Lo demás, son cuentos.