Riazor está harto. De merecer y quedarse con la miel en los labios. De las victorias morales y las derrotas seguras. De estar siempre ahí y no ser recompensado. De querer crecer y no poder permitírselo. De sufrir y no tener un respiro. De tanta condescendencia y silbato injusto. No son buenos tiempos en A Coruña. Momentos que miden al deportivismo. Una cosa es ver el desierto ante ti y empezar pleno de fuerzas y agradecido por dos décadas impagables y otra es encontrarse en el medio de la travesía con arena por todas partes y sin adivinar el final cuando el cuerpo ya va pidiendo algún oasis en el camino. Hartazgo y cuestión de expectativas. El Dépor va a sufrir en estos tres meses. Nadie sabe qué va a pasar. Pero lo que es seguro es que sin su grada será casi imposible. Una conexión necesaria y por reestablecer.

Quien piense que los pitos, los murmullos o los pañuelos al viento son producto de un partido o de los últimos meses, se equivoca. Ni siquiera 2014. Hay que retroceder el reloj a 2011. El Dépor se tambaleaba. Ya había dado señales pero parecía imposible que aquel equipo icónico cayese. La afición se asomó al precipicio. Vio la altura y las consecuencias de la caída y, de inmediato, se activó. No evitó el desplome, pero fue el mejor suelo en el que impulsarse para volver en 2012. Fue una luna de miel, de viajes alegres por carretera, de puntos, de derbis inolvidables. Como siempre hubo agonía pero el golpe de un año antes parecía fruto de una pequeña pesadilla. El deportivismo estaba en su mejor momento en ocho años. Llenaba María Pita, inundaba la ciudad, había subido la marea blanquiazul. Desde entonces solo ha visto ante sí diques y más diques.

El poso de esos días y la paciencia de todo aficionado blanquiazul son innegables, pero aquella efervescencia social, aquel capital humano, ha ido perdiendo fuerza, no efectivos. Lógico. Ahogado por las deudas y sin plan de saneamiento, primero lo pagó con un descenso en 2013 y luego con dos salvaciones agónicas, muy discontinuas y no lo suficientemente valoradas ante tales apreturas económicas. Todo empañado por ese sufrimiento sin fin y la sensación de que no se termina de encontrar la senda del crecimiento sostenible en la faceta deportiva. Una montaña rusa que, al principio, tenía su punto de excitación pero que ahora solo marea y revuelve el estómago. Mal cuerpo.

La dictadura de la pelota

El Dépor es hoy mejor club que en 2014. Sí, ha habido decisiones erróneas y momentos difíciles, pero se mire por donde se mire, se analice como se analice, es así. Apuntalado económicamente cuando se desmoronaba, está ante la posibilidad de salvarse y sumar su cuarta temporada seguida en Primera, la tercera mejor racha de su historia; solo superada por sus estadías entre 1991 y 2011 y 1948 y 1957. Perspectiva. Ha creado el equipo femenino, pelea por un estadio digno, trata de manera exquisita su historia y ha conseguido, no sin sudores, una cómoda paz social. Conquistas. Incluso ha sido capaz de reclutar activos como Lucas, Sidnei, Juanfran, Emre, Andone... No es mal botín, pero la dictadura de la pelota le condena. El grupo no compite y acaricia la zona de descenso en pleno desplome. Es cierto que no sobra el dinero, pero no ha habido estabilidad en el banquillo ni pericia en la elección de sus inquilinos. ¿En qué se parecen Víctor Fernández y Garitano? Tampoco ha conseguido sumar la necesaria dosis de oficio a la evidente calidad del grupo.

No hay manera de revolverse ante esa condena de las victorias y los puntos. Es así. Lendoiro vivió uno de sus momentos de mayor contestación social en la junta de 2007. La SAD llevaba años endeudada hasta las cejas pero ese año caía por primera vez a zona de descenso y el deportivismo estallaba. Nadie se libra.

Ahora la clave es volver a zafar, como en los dos últimos años y justo en el ejercicio en el que parecía haber juntado un grupo que le iba a permitir moverse de manera más desahogada en la tabla. Tanta es la premura y el aquí-y-ahora que ni siquiera habría excesivo margen para un cambio en el banquillo. El calendario se echa encima y los perseguidores también. Por ahora, hay que resolver con soluciones internas y con un Garitano que ya ha tenido tiempo suficiente. Más de uno le miró de reojo desde el minuto cero, pero a día de hoy las opiniones sobre él ya no son producto de las fijaciones. Las circunstancias no le han favorecido, pero le cuesta virar el rumbo y no ha sido capaz de blindar anímicamente al equipo ni hacerlo contundente en ambas áreas. Los jugadores también deben dar mucho más. Ya llegarán los debates y las soluciones personales, ahora es el momento de pelear por salvarse. No queda tiempo ni excusas.