Poco queda de aquella imagen de Pepe Mel y sus futbolistas saltando eufóricos en un corro mientras Riazor celebraba y se frotaba los ojos después de haber hecho hincar la rodilla al Barcelona Barcelona del 6-1 al PSG. Parecen haber pasado siglos y han transcurrido poco más de tres semanas. Dos derrotas y un empate que han propiciado que Riazor recupere los pitos que ya se habían escuchado en el coliseo en los estertores de la era Garitano. Es difícil escrutar a un equipo que es capaz de doblegar a uno de los mejores conjuntos del mundo tras un momento histórico y luego se muestra impotente para sellar una de las permanencias más baratas y para superar al GranadaGranada, uno de los peores grupos que se han visto en Riazor en los últimos años. Mel llegó para producir un cambio y lo hizo con una fuerza inusitada, pero para que la ola tuviese la fuerza suficiente para llevar al Dépor a la orilla de la salvación necesitaba dotar de contenido su propuesta y que el grupo fuese competitivo de manera continuada. A día de hoy ni fútbol ni convencimiento. Solo un grupo arrítmico que se desconecta o se acelera sin ningún patrón que lo explique y al que le es imposible encontrar su punto de maduración como equipo. Ni pausa para jugar ni tensión para enfrentarse a los retos. Solo funciona cuando tiene el agua al cuello.

Presionado o 'outsider'. Salvo la primera victoria ante el Eibar con Lucas aún al mando, el resto de triunfos se han producido con la sombra de la zona de descenso cerniéndose sobre el grupo o moviéndose como outsider (Barça). Cuando saltó a Riazor ante el Sporting estaba empatado a puntos con los equipos que bajaban. Ante la Real (5-1) solo le separaba un punto, lo mismo que dos semanas después frente a Osasuna. Ya con Mel, en la batalla de El Molinón corría el riesgo de que el Granada lo mandase al purgatorio (dos puntos). Esa adrenalina lo reactivó. En otras ocasiones ha ocurrido todo lo contrario. Ha dejado escapar ocasiones inmejorables en casa para distanciarse del peligro antes del duelo del pasado miércoles: Leganés, Betis o Alavés. En cambio, aunque aún le falta por jugar ante el Madrid, hay que irse hasta el Sevilla y el Athletic para encontrar a los únicos de la zona alta que se impusieron en Riazor. Ni Barcelona ni Atlético ni Villarreal ni Real Sociedad.

Ni Emre ni Carles Gil. El técnico apostó por la dupla Gil-Çolak para dotar de fútbol al equipo en la mediapunta y llevarse por asalto un duelo clave por la permanencia. Las críticas se centraron en las últimas semanas en la figura de Mel por reservarlos en determinados momentos, pero el miércoles les dio voz sobre el césped y hablaron en un tono muy bajo. El valenciano, después de hacer en su tierra el mejor partido de la temporada, estuvo desaparecido y fue el primero en ser sustituido. El turco disfrutó de noventa minutos y confirmó que no está en su mejor momento, a pesar de la añoranza que despierta en el entorno. Se desquició con el árbitro y falló en el timming de los pases en profundidad a Andone, una de sus especialidades. De su nivel depende gran parte de las opciones de éxito en los últimos metros. Es urgente recuperarlo. En contra de ambos jugaron las dificultades que tuvo el Dépor para sacar limpiamente el balón, tampoco sobraba la movilidad. En esa zona, a pesar de las opiniones contrarias que despierta, quien más activo estuvo fue Marlos. Le cuesta progresar y, aunque lo hace con pasos diminutos, se fue ovacionado de Riazor.

El turno del vestuario. Más allá del resultado, lo que desnudó a los jugadores fue la desconexión de la primera media hora ante el Granada. El técnico es el máximo responsable y es el encargado de tocar las teclas adecuadas para sacar el máximo rendimiento del grupo, pero este nivel tan discontinuo señala a la caseta. Ni Garitano ni Mel. Ninguno parece valer. Muchos futbolistas deben dar un paso al frente y finiquitar la salvación antes de buscar culpables. Es su momento.