A Coruña amaneció triste, inquieta, con pocas horas de sueño. Sufre, no se encuentra. No hay mejor termómetro para medir el impacto de un equipo que lo que supone en la vida diaria de su ciudad, de sus seguidores. El Dépor va de derrota en derrota y la desazón se extiende, no hay quien la pare. Sigue el enfado, poco a poco gana terreno la preocupación. El descenso ya no es una amenaza ficticia para que espabilen, es una posibilidad real. El deportivismo sigue siendo un bendito, ya está planificando incluso su viaje a Vila-Real. Más de un seguidor puede estar en desacuerdo con su compañero de grada en cómo canaliza sus miedos, su frustración. Hay quien no pitaría, hay quien no soporta que todo se vea de color de rosa cuando hay barro hasta las rodillas. Gustos, formas de ser. Lo que no se puede tolerar es algún gesto reprobable desde el césped en las últimas semanas o hablar de negatividad y pesimismo externo, poner en tela de juicio a esta afición, su apoyo, la paciencia que ha tenido. Pepe Mel, amigo de inculcar a sus jugadores que deben transmitir para acabar recibiendo, olvidó este mensaje. ¿Con qué ha sido compensada? Ojalá estas palabras formen parte de un plan oculto en el que quiera blindar a su vestuario, buscar enemigos ficticios externos con los que activar al grupo. Más que nunca, y a corto plazo, el fin justifica los medios.

"Colectivamente no hemos sido todo lo buen grupo que deberíamos, en el campo y fuera no logramos esa cohesión". Este pensamiento verbalizado ayer por Álex Bergantiños deja a las claras que algo falla en Abegondo. El vestuario tiene fisuras por las que no ha entrado más agua porque los de abajo no han hecho que la marea suba en exceso. El Dépor es un equipo que en su momento se vio salvado y que no tuvo el grado de activación necesario, y al que ahora le está lastrando un bloqueo mental, agravado por sus limitaciones futbolísticas. Ve crecer la ola que está a punto de romper en él y no sabe cómo encararla sin que le lleve. En una situación con tantos miedos, convendría moverse entre seguridades, las pocas que haya. Quien no tenga varios sentidos en el bien colectivo, fuera. Hay que cortar las malas hierbas para que brote un mínimo y llegue la victoria. Y cada jugador en su sitio. El equipo no está para adaptaciones ni para experimentos que ya se ha visto que no funcionan.

Mel explicó gran parte de la derrota en el fallo de Arribas, no echándole la culpa, pero apuntando que esa desgracia desencadenó un derrumbe anímico y una diferencia en el marcador que el equipo no fue capaz de subsanar. Tiene razón, aunque es una verdad a medias o que, al menos, nunca se podrá comprobar en un escenario ideal sin el error del madrileño. Volvió a insistir en Borges como mediapunta y en Emre partiendo de una banda. Una fórmula que no ha funcionado, que los saca de sitio, que reproduce un ecosistema que impide fluir al conjunto. La banda derecha fue una autopista con las subidas continuas de Juanfran y sus bombardeos al área, el tico está y no llega mientras no se controla la media, y el turco está lejos de su zona de influencia. Edu Expósito, el menos culpable. Fue entrar un imprescindible Carles Gil y reajustar dos variables en esta ecuación y todo se despejó. También es cierto que el Dépor se vio perdido y liberó tensión. Llegó pronto el gol, hizo un click mental y todo se veía de otra manera. ¿Qué tuvo más influencia en la metamorfosis?

El Dépor regresa el domingo a la que fue la tierra prometida de Vila-Real, ojalá vuelva a serlo. Las circunstancias son diferentes. También es la penúltima jornada, tiene un punto más de ventaja que en 2016, pero esta vez el equipo amarillo sí necesita una victoria. Salvarse por la vía del triunfo propio se antoja complicado, no imposible. Parece más factible que el Sporting no gane en Eibar o jugársela en la última jornada en la que podría valerle un empate o necesitar tres puntos ante Las Palmas. Que te salve el resto o todo a una bala cuando has tenido paquetes y paquetes de munición. El panorama se le atraganta a cualquiera. El Dépor debe abstraerse, pensar en jugar al fútbol, ser competitivo y que sus méritos decanten la balanza. Otra fórmula o volverse loco con la calculadora no tienen ningún sentido.

El nivel Ola John

Ola John ha pasado de generar más de una media sonrisa con sus resbalones a convertirse en el mejor en las últimas jornadas. No estaba llamado a serlo y habla del nivel de algunos futbolistas y de los errores en las contrataciones. Aun así, el holandés, con todas sus peculiaridades, es ahora un activo más que valioso. Sí, se trastabilla, se enreda, pero es el único capaz de regatear, de generar desequilibrios, de cambiar de ritmo. No le quema la pelota, no está fagocitado por la situación.