El Fabril se mentalizó para sufrir y lo hizo en el áspero escenario del Príncipe Felipe de Cáceres para traerse un 0-0 de la ida, que pone la eliminatoria en franquicia y el sueño de la Segunda B a un paso. El próximo domingo hablará Riazor y lo hará al abrigo de la afición coruñesa y en un terreno de juego en el que el equipo de Cristobal Parralo debería imponer su superioridad futbolística para dar el salto a la categoría de bronce del fútbol español, uno de los grandes objetivos del club esta temporada.

El Cacereño estuvo en Segunda B hace un año y es el equipo menos goleado del fútbol nacional, pero sobre el césped se vio que parte de esos méritos provienen de las diferencias existentes en el grupo extremeño de Tercera. El equipo local fió todas sus opciones a la dureza de su fútbol, al juego directo y a un terreno de juego inconcebible en categorías inferiores del fútbol gallego. Jugó sus armas y le salió cruz. El filial, obesionado con sufrir, con la firmeza en su retaguardia, se cansó de achicar balones, aunque en realidad no hubo ocasiones claras. Más sensación de peligro que problemas reales y, sobre todo, muchos nervios, dada la juventud del Fabril. La mejor ocasión del Cacereño se produjo en la segunda parte cuando Pucho mandó un balón al palo ante una indecisión en la cobertura de Quique Fornos y Lucas Viña y la media salida de Álex Cobo, un meta que no se achicó en el juego aéreo.

El problema del Fabril y la razón por la que no se trajo la victoria es que abusó del fútbol directo. Es cierto que el estado del terreno de juego no favorecía la pausa, el toque y el juego entrelíneas que podía haber desarbolado a su rival, pero el filial pudo haber hecho más. Aun así, disfrutó de la mejor oportunidad del duelo en un disparo de Borja Domingo, que estuvo a punto de batir a Camacho, a pesar de que solo disfrutó de un cuarto de hora sobre el césped. Todo en el aire, en una semana la resolución. La Segunda B, al alcance de la mano.