Pablo Insua está camino de Alemania a pesar de que las negociaciones sufrieron un parón este fin de semana porque en el país centroeuropeo los sábados y domingos no se trabaja, especialmente los clubes de fútbol. Hoy, el Schalke 04 seguirá insistiendo para llevarse al central de Arzúa, con el que ya podría tener un acuerdo, a expensas de firmar con el Deportivo el traspaso definitivo. La marcha de Insua avivará una maldición asentada en Riazor desde la década de los noventa y que afecta a los centrales.

Faltan pequeños detalles, típicos de todas negociaciones, para que el central se convierta en futbolista del equipo germano; por una parte está la forma de pago, que el Deportivo quiere que sea de forma inmediata; por otra, el porcentaje de la propiedad del futbolista, ya que el club coruñés quiere reservarse una parte por lo que pueda acontecer en el futuro. El despegue del jugador y volver a recuperarlo a un coste inferior o un posible traspaso a otro club, operación de la que obtendría un rendimiento.

Insua era el central del futuro del Deportivo, al que se incorporó en la temporada 2012-13 con José Luis Oltra como entrenador; pero no fue hasta la campaña siguiente, en Segunda División, cuando Fernando Vázquez le otorgó galones. Tras el despido del técnico de Castrofeito y con el equipo otra vez en la máxima categoría, el central de Arzúa perdió protagonismo. Víctor Fernández lo relegó y lo desanimó. Víctor Sánchez no lo recuperó y acabando marchándose al Leganés donde triunfó, otra vez en Segunda, y con el que compitió la pasada temporada en Primera.

Su marcha, que parece inevitable, aviva una especie de maldición que afecta a los centrales que proceden de la cantera, pues desde la década de los ochenta ninguno parece asentarse en la primera plantilla blanquiazul. En los años sesenta y setenta, en aquel Deportivo ascensor, había un hombre fijo en el centro de la zaga: Luis. Un central contundente procedente del Liceo de Monelos, que era fijo para todos los entrenadores en un equipo plagado de coruñeses. En los ochenta, Carlos Ballesta y Ramón Piña fueron los ejes de la zaga al principio. Después le llegó la oportunidad a José Manuel Portela. Y al final, en la época en la que el equipo ascendió, estaba un brillante Antonio Doncel.

El joven lugués brillaba en el centro de la defensa en el Fabril, pero en el primer equipo tuvo que habituarse a la banda derecha y en el lateral perdía mucho, pues por el centro podía dejar más muestras de su calidad. Avanzados los noventa, con Antonio emigrado, le llegó la oportunidad a Piscu, Adrián López. Parecía asentado, pero su agente decidió llevárselo al Wigan de la Premier League. A partir de ahí, su nombre se fue diluyendo en el fútbol profesional. Con Piscu coincidió Rochela, una de las perlas de la cantera blanquiazul. Internacional con la selección española en diversas categorías inferiores, nunca llegó a tener la oportunidad de verdad en el Deportivo y decidió buscarse los garbanzos lejos de España. Llegó a coincidir con Uxío, otro central que parecía que podría asentarse en el Deportivo, pero tuvo menos minutos que el de As Pontes y acabó también fuera del club blanquiazul.

Llegó después la era Insua. Solo Fernando Vázquez le dio confianza y galones; pero tras la marcha del de Castrofeito, el de Arzúa tuvo que salir para recuperar confianza, autoestima y categoría lejos de A Coruña. Y su carrera continuará apartado de Riazor, en su caso será en la Bundesliga; mientras, por aquí se quedará Róber confiando en romper una maldición que dura cerca de treinta años.