El Dépor parece cada año como aquel actor de acción que se sacude el polvo y mira a cámara con una media sonrisa, mientras respira tras librarse por los pelos de una explosión en cadena. Coquetea con el Apocalipsis, siempre sale indemne y poco a poco, a pesar de que le han salvado en gran parte sus rivales y no mejora ni avanza, va creando en su interior una falsa sensación de inmunidad. "Hay tiempo", "existe margen de mejora", "se pueden cambiar entrenadores", "tenemos más calidad en la plantilla de la que se ve"... "Al final siempre nos salvamos".

El mayor peligro es no querer verlo. El Dépor del paso al frente y la deuda refinanciada debe volver a cuidar sus espaldas y, más allá de sus vergüenzas, uno de los grandes inconvenientes que empieza a asomar en el horizonte es que este año la Liga no parece esa carrera de cojos de la que ha salido victorioso en los últimos ejercicios. Los tres recién ascendidos han arrancado al sprint, Las Palmas ya reaccionó y el Espanyol está en una posición no acorde a su potencial. Por ahora, consuelan Alavés y Málaga, pero no salen las cuentas. La situación exige un cambio, no dejarse ir mientras te mueves lo justo para que la ola no te moje los pies.

La salvación es una lucha que en el peor de los casos (el del Dépor en los últimos años) consiste en ser el cuarto menos malo. Una disputa por librarse en la que lo mejor es cambiar el foco. Solidez ante las eventualidades, mirar a largo plazo para no vivir al día. Crear un equipo con unos automatismos y un estilo y elevar el listón para que no te caiga encima. Nada. El Dépor a día de hoy está lejos de cumplir ese patrón. Parece una quimera tirar de identidad cuando poco han tenido que ver un entrenador con otro en los últimos años y cuando, tras un empate con sabor a derrota, Mel confiesa un plan en rueda de prensa y sus jugadores deslizan otras órdenes en zona mixta. ¿Posesión y protagonismo con la pelota o repliegue y hacer daño con espacios?

Los males blanquiazules son machaconamente repetitivos. Nunca va a por los partidos, responde a ellos. No sabe qué hacer. Es cierto que sus prestaciones defensivas mejoraron en Sevilla, pero no deja de ser por momentos un equipo largo y sin orden (gana pocos rechaces, no sobran las ayudas en banda). Es sonrojante en la creación y le cuesta correr hacia atrás cuando se descubre, tampoco saca excesivos réditos de los intentos de presión arriba. Le penalizan su situación en la portería y los errores individuales, le cuesta establecer sociedades en algunas zonas del campo. Hay jugadores por debajo de su nivel y algunos sobrevalorados. Y el técnico, sin ser el único culpable, es otro de los que está a merced de la situación. Su mano se nota poco o nada. No ha creado ni equipo ni identidad ni valor. Y, aun así, el Dépor no estuvo lejos de ganar al Betis, un conjunto al que se le ve en un camino pero al que en el cuerpo a cuerpo le costó. A los blanquiazules los rescató Fede Cartabia, la calidad individual, el gran valor oculto y por aflorar de este grupo. La esperanza. Ahora llega una semana con pseudosultimátums a Mel. Sin desdeñar lo que pueda venir, el cambio en los coruñeses debe ser más interno que externo y la confianza en un entrenador tiene que ir más allá de doblegar a un tocado Alavés. Muchas veces esos tres puntos solo posponen lo inevitable y hacen que la sangría sea gota a gota y se alargue en el tiempo.

De Sidnei a Guilherme

Pocos se salvaron ante el Betis. Algunos tuvieron picos de fútbol, pero escasos fueron los que se mostraron determinantes o regulares y valientes en los instantes delicados del choque. Arribas, Fede Cartabia, Adrián... y Celso Borges. Nunca excelso pero siempre respondiendo, el tico es un valor seguro en un momento de dudas en la zona de pivotes. Su compañero fue Guilherme, un futbolista por el que se ha hecho una fuerte inversión y que, sin negar una buena fase de fútbol que tuvo la pasada campaña, no terminó de mostrarse sólido y regular. A Sidnei se le notaba en los últimos partidos consumido, al pivote también, pero en una versión más desquiciada. No aportó sobre el terreno de juego y fue un milagro que se marchase sin ser expulsado. Hay que recuperarlo a él, al central y a Emre Çolak, llamados a ser capitales en este grupo, pero debe haber antes una buena gestión de estas situaciones y de sus hipotéticos regresos. Que vuelvan reactivados, con la mente despejada y las ideas claras, no a cualquier precio.