Que ni el viento lo toque. El Dépor lleva años cumpliendo objetivos, en algunos casos por deméritos de sus rivales. No es capaz de ser un equipo, de encontrar el equilibrio, la piedra filosofal. La premisa para que todo fluya, para que los puntos caigan con regularidad y cada fin de semana no sea una agonía. Ni Víctor Fernández ni los últimos tiempos de Víctor Sánchez del Amo ni Garitano ni Pepe Mel. Tampoco termina de encontrar la fórmula el alquimista Cristóbal Parralo. Sus primeros partidos llevaron a la ilusión y merece margen, que se mantenga la confianza. Pero este domingo se mezclaron las eternas desconexiones defensivas y dos componentes diferentes en su once y el Dépor volvió a ser, casi sin pestañear, el peor enemigo de sí mismo. Inestable, pendiendo de un hilo, a merced del partido, nunca mandando. Empató, como pudo ganar y sobre todo perder. Sujeto pasivo.

Se alude mucho a los errores individuales en momentos puntuales y siguen presentes, pero gran parte del agujero por el que se coló el Athletic era futbolístico y estaba en la salida de balón. Las ausencias de Sidnei y Guilherme y el planteamiento vasco le obligaron a sacar la pelota a partir del desasistido dúo Albentosa-Navarro. La idea de Cristóbal (presión arriba, adelantar líneas, juego combinativo...) se desajustaba desde el inicio. El Athletic dominaba o recuperaba en posiciones peligrosas generando situaciones de superioridad y así desnudaba una y otra vez al equipo coruñés, que se mostraba, además, inoperante arriba. Partido. El 0-1 fue una consecuencia lógica a lo que se estaba viendo, su rival llevaba tiempo tocando a la puerta. La recolocación de Fede Valverde en torno a la media hora ayudó a solucionar parte del problema, pero el Dépor, orgulloso y un manojo de nervios, fue incapaz de crear un ecosistema sostenible. De momento, necesita a todas sus piezas para que las ideas de su técnico empiecen a cuajar. Siempre en reconstrucción.

El equilibrio no es sólo futbolístico, también personal. Las casetas de Abegondo y, sobre todo, de Acea de Ama han conocido vestuarios que no se soportaban y que no paraban de ganar. Otra materia prima, sin duda, pero que rendía al máximo de su nivel sin atender a la falta de feeling. Las malas situaciones en la tabla y la falta de minutos ayudan a que afloren estos desencuentros, como el de Arribas y Andone, pero no ocurre solo en equipos de la zona baja ni es sinónimo de condena a una temporada catastrófica. El club tampoco debe obviarlos ni mirar hacia otro lado, que tome las medidas que crea necesarias para solucionar un problema pendiente y que no viene de ayer. Hay quien es reincidente. Y, además, desde la plaza de Pontevedra tienen que buscar, junto a Cristóbal, el punto justo para que haya una convivencia.

Quien está por encima de cortocircuitos futbolísticos y personales es Adrián López. Solo necesita que le respete su cuerpo. Cuando está sobre el terreno de juego y en condiciones, flota, sus prestaciones se elevan dos peldaños por encima de las del resto de sus compañeros. Un futbolista que resuelve sin que le acompañe el equipo. Si la máquina estuviera engrasada y el asturiano no se viese obligado a inventar en algunas ocasiones de la nada, a jugar lejos del área, su fútbol se dispararía de manera exponencial. Más allá de filias y fobias o cuentas pendientes del pasado, un jugador de otro nivel. Sin discusión.

Copa en clave Liga

Salvo milagro, la Copa del Rey está perdida y debe tomarse como un encuentro de preparación, que dañe lo menos posible para el fin de semana. Cristóbal aclarará hoy sus planes para mañana. De entrada las rotaciones deben estar más presentes que nunca y Pedro Mosquera tiene que ser un fijo en el once tras el golpe anímico del domingo. La mejor de las rehabilitaciones la da la competición. El equipo caerá eliminado en Gran Canaria pero, ante la eterna fragilidad como grupo que siempre le acompaña y lo justo que va en el campeonato de la regularidad, ni debe exponerse a la lesión de un futbolista importante ni puede alimentar la reacción de un Las Palmas que viene de empatar en Anoeta. Un duelo en diferido.