De la ambición a vivir fuera de la realidad a veces hay un pequeño paso. En el Deportivo de los últimos años se han mandado muchos mensajes que llevaban a equívoco. En las palabras y en las decisiones. Mantras como "hay equipo para más, para mitad de tabla" se han repetido hasta la saciedad desde todos los estamentos del club. Verano tras verano, incluso en otoño. Y también fichando. Han llegado, sin duda, futbolistas de calidad con el balón en los pies pero de un mismo perfil en muchos casos y se ha fracasado estrepitosamente en la construcción de una columna vertebral que sustente al equipo táctica y emocionalmente ante las adversidades. El fútbol es más que jugar a la pelota. Cada final de temporada de los últimos años ha sido un aviso, nadie ha querido darse por aludido. Leve análisis, a autoconvencerse de que ha sido un resbalón producto de la cartera estrecha y a recorrer el mismo camino, redoblar la apuesta y mirar aún más arriba en la tabla cuando los pies son de barro. El bofetón del derbi fue contundente, escuece más hacia dentro que por fuera, más por el cómo que por el hecho en sí. Tendría que empujar sin dilaciones ni vacilaciones a una reflexión que ya debería haberse producido. Reajustar la realidad, redefinir objetivos, prepararse para sufrir como pocas veces y fichar de inmediato. Dando bajas, no dejando como siempre el portero para el final, agitando como nunca en los últimos tiempos el árbol y rebuscando debajo de las piedras para estirar un límite salarial que este año ya no era tan exiguo. Otros equipos están manos a la obra. El 1 de enero ya debería haber alguna contratación en A Coruña. Siempre con Cristóbal Parralo al mando. Por su trabajo, por mensaje. Se acabaron las coartadas para el vestuario.

El clásico desnudó muchas realidades, algunas llevaban tiempo asomando. Puso definitivamente en el punto de mira a la plantilla de jugadores que conforman este equipo. Un puñado de malas decisiones individuales llevaron a la catástrofe ante el Celta. En defensa y en ataque. Destensión, fallos defensivos que delatan una ausencia de concentración impropia de Primera División. ¿Es entrenable? De poco valen las buenas maneras en otros lances del juego o que no hayan desentonado en el resto del choque. Ser futbolista de élite y más en un grupo que lucha por salvarse exige reducir al mínimo el error, igualar por abajo. Y el Dépor nunca se cansa de regalar, siempre empieza los partidos con hándicap. En ese sentido, no llega al mínimo exigible para competir. Y arriba tampoco lució. Sin bandas, al cuarteto de ataque le pudo la presión del momento, jugar a contracorriente y en el alambre. En los metros finales hubo precipitación. Controles largos, pases tardíos, centros a la olla desde los laterales... Un fallo sistémico en las áreas que aniquiló una mejoría reseñable en la gestación de su fútbol. Es cierto que el estilo de un Celta de mínimos le favorecía, pero antes del 0-2 se vio a un Dépor insistente en la presión, que creía, con las líneas muy arriba y en el que Celso Borges y Guilherme se hincharon a recuperar balones con los que luego no se hizo daño arriba. En ese momento, sí que se vio un equipo, un modelo, un trabajo de entrenador al nivel de pocos en el último lustro en el banquillo de Riazor. Pero toda esa apuesta, ese engranaje en la sala de máquinas debe refrendarse en los extremos del campo y ahí naufragó. Imposible luchar de tú a tú en Primera con ese nivel de agasajos.

El portugués y el pasado

A Luisinho se le vio esta semana mucho más efectista que efectivo. No está mal hablar fuera del campo, pero siempre bajo dos premisas. Desde el respeto y cuando eres capaz de refrendarlo en el terreno de juego. Más preocupado de recordar una realidad heredada que de seguir construyéndola. Ojalá que, además de decirlo, él y sus compañeros hubieran demostrado sobre el césped que el Dépor es un grande y que lo va a seguir siendo. De poco sirve que en la acera de enfrente haya quien no sepa perder ni ganar o que alguno dé lecciones de pancartas cuando aún hay carteles en el recuerdo. Excusas de mal perdedor. Lo primero siempre es reparar en las vergüenzas propias. Jugar, competir y ganar antes de hablar. Cuando se invierte el proceso...