Solo no puede. Ni fútbol ni fuerzas. El Dépor, su equipo, necesita que su grada le tienda la mano. Si existe alguna mínima posibilidad de salvarse, será recorriendo el camino juntos. Es tan real como injusto pedirlo. Es cierto que nada anima, que no representan y que desde hace tiempo se está produciendo un pegajoso proceso degenerativo que consume. A veces ni cabrea. Se han deshilachado esos vasos comunicantes que unen el césped y la grada. Nada proponen desde abajo, poco apetece ofrecer desde arriba. Abismo inminente, rescate ineludible. Desde luego, no será por ellos, debe ser por ese sentimiento con el que muchos han nacido, crecido y que llevan dentro, tiene que ser por aquellos que sí han llevado el escudo con honor. El enésimo-penúltimo servicio de una grada al límite, que ha demostrado mucho más en las malas que en las buenas.

Este equipo precisa ya de un rescate futbolístico y emocional. Riazor no fallará, mientras le ofrezcan un mínimo y deje de avergonzarse partido tras partido. Y el vestuario y los técnicos deben hacer la otra parte. El deportivismo necesita un catalizador, como hace cinco años lo fue Fernando Vázquez en esa salvación interrupta. Alguien que una, que ejerza de líder en el campo y fuera de él y que guíe, que convenza de que es posible, de que hay una causa común por la que luchar, no una cita cada semana que ver con las manos en la cara y pasando cuentas del rosario. Sin Álex, Laure o Lux, hasta ahora se ha visto un vestuario descabezado, sin química y con futbolistas impermeables a la responsabilidad y sobreprotegidos desde todos los estamentos del club. Lucas Pérez estaba llamado a asumir ese rol, no lo ha conseguido, necesita también gente que le quiera oír. Es hora de que alguien dé un paso al frente y de que el resto esté receptivo. Los que están o los que vengan.

Y fútbol, más fútbol, y no de ese que se juega con la pelota pegada al pie. Las contrataciones deben servir para no vivir con sobresalto cada tiro a puerta y para elevar el sentido táctico de un grupo justo en esas aptitudes. Dos o tres piezas que respondan ya, que mejoren al resto, que sirvan para prescindir de los acomodados y que permitan que lleguen las soluciones desde dentro, las que van a salvar o condenar a este equipo. En un mercado de certezas y rendimientos inmediatos, ha llegado una realidad sin artificios (Eneko Bóveda) y una apuesta arriesgada (Maksym Koval). Aire fresco. Queda, al menos, un fichaje más, el que en teoría marcará la diferencia y sostendrá al grupo en ese agujero negro que se ha generado en la zona de pivotes. Tienen mucho trabajo, el terreno de juego los enjuiciará.

El balón, la viabilidad

Son innegables y destacables los avances económicos que se han producido en el Dépor y, sobre todo, el paso adelante que supuso la firma del crédito con Abanca. Pusieron al enfermo en planta. Pero la incontestable realidad es que el mejor plan de viabilidad que existe en el fútbol profesional español es la permanencia en Primera División, la red sobre la que hacer piruetas, la que hace que todo luzca. Un técnico, un consejero y el director deportivo fuera, el equipo en descenso y sin rumbo, la secretaría técnica sin cabeza visible. Nadie libra a ningún conjunto del séptimo para abajo de verse obligado a luchar por la permanencia en una temporada torcida, pero la gestión deportiva del club está lejos de lo mínimo exigible al decimotercer tope salarial de LaLiga. Un argumento salvavidas en las estrecheces que debe servir también como termómetro cuando la cuenta corriente anda más holgada. Los consejeros son los primeros que lo saben. Han errado el tiro. Los que están y los que se han ido y el entorno que escogieron. Enero de 2019 aparece ya en el horizonte, queda un año para las elecciones en el Dépor y mucho debe menear en esta parcela el presidente, Tino Fernández, para, en una hipotética reelección, presentar un proyecto deportivo que vuelva a ilusionar. Ojalá que sea con el equipo en Primera División.