El Dépor camina sobre ascuas y ni se inmuta. Ni sangre ni amor propio, mucho menos fútbol. Hace semanas que sus pasos le llevan irremediablemente a Segunda y, más allá de caer o no, no es capaz de rebelarse ante un destino que parece marcado. Es cierto que la genialidad de Munir es la que le saca del partido, pero hasta entonces sus méritos había que buscarlos con lupa y a partir del trallazo estuvo a años luz de ser una amenaza. Se esperaba más de un equipo que se jugaba la vida y al que habían venido a ver 500 seguidores. Muerto. El Alavés es todo lo contrario. Sin hacer un gran partido, se le cae la confianza de los bolsillos. Mérito de Abelardo. Seedorf, en cambio, no ha sido capaz de producir un cambio real en el grupo. Solo lleva dos partidos, la evidencia golpea a la vista. No hay salida.

El holandés pretende desde que llegó alumbrar un Dépor nuevo. Sin alegrías, sin despistes atrás. En los primeros minutos se pareció mucho a sí mismo, a su yo de toda la temporada. Un paso en falso, varios despejes blandos y algún jugador mirando y casi llega el 0-1 de Rubén Duarte. El palo le dio una vida extra, que durante muchos minutos intentó aprovechar de manera tímida.

El equipo vitoriano, empujado por su grada, quiso jugar con ritmo, mandar, llevarse el duelo por la vía rápida en los primeros minutos. Pronto chocó con el muro herculino y bajó un par de marchas, no le hcían flta. El Dépor acabó animándose y levantó la mano para adueñarse de la pelota. Sin chicha. Todo lo bueno que ocurría para los coruñeses en ese primer acto estaba asociado a Adrián. Él creaba, daba a luz a un grupo atascado a todos los niveles. Su mejor socio era Bakkali, que ensayó de nuevo ese disparo de fuera hacia adentro que mandó al palo. La suerte volvía a ser esquiva.

Al Dépor le faltó claridad y malicia en los últimos metros, entre otras muchas cosas. Quien estuvo horrendo fue Andone. Ensució cualquier posibilidad de contra, de balón dividido, de inicio de jugadas de peligro. Malos controles, pases a ninguna parte. No fue su día y el Dépor lo pagó. Contagio.Mientras los locales sesteaban, el equipo coruñés parecía ser algo mejor, no lo traducía en nada.

El descanso aletargó al equipo coruñés y despertó al Alavés. Sin excesos, el conjunto vasco se lanzó a hacer méritos para llevarse el encuentro. Jugaba con espacios en el balcón el área y ganaba las pelotas sueltas, mientras su rival se iba diluyendo. Adrián ya no estaba, crecía el agujero en la zona del pivote. Aún así, las sensaciones tampoco terminaban de canjearse por ocasiones y goles. Hasta que llegó el chispazo.

Munir parecía inofensivo en esa jugada. Se revolvía con el balón, mientras atistaba la portería a distancia. De repente, vio que Bóveda y Krohn-Dehli le ofrecían medio metro y armó un disparo que fue imposible para Rubén. Le sale uno de cien. Más mérito suyo que demérito del meta de Coristanco, aunque como muchas veces queda la duda de si pudo hacer algo más. Sigue sin dar puntos, ya no se esperan.

El gol fue un golpe durísimo para el Dépor. Salió su peor cara, la inexistente. En la media hora que quedaba no tuvo ni un atisbo de respuesta ante la situación planteada. Andone y Lucas parecían enemigos. Once sombras vestidas con la banda gallega que ni deben saber lo que significa la palabra remontada. Ni empujaron ni metieron balones arriba, hasta los saques de esquina se quedaban cortos. Los fichajes no aportan y Seedorf no ayudó tampoco con los cambios. Todos se dejaron llevar. LaLiga se va a hacer larga y en el horizonte lo peor ya no parece bajar a Segunda, sino cómo hacerlo. La olla a presión sigue silbando.