El deportivismo se revuelve en una eterna y pegajosa incomodidad. Ni el equipo arranca ni le representa ni los rivales le dan la estocada certera para, al menos, dejar de sufrir. Un chicle que ya no sabe a nada. Cada semana le regalan una vida extra, que de tanta nadería ya no se ve como una nueva oportunidad. Simplemente aparece tal condena, un motivo para rumiar una nueva ilusión y volver a llevarse otro chasco. Una y otra vez, una y otra vez. Un eterno retorno bastante familiar y a la vez nocivo. Una carrera de camellos de feria en la que tiras y tiras bolas y nunca avanzas.

Ni él ni el resto. Ya no están Osasuna, Granada y Sporting, nada ha cambiado. El Dépor sigue ahí, con las jorobas ensilladas desde hace años, peleándose con rivales que lanzan puños al aire. La salvación, un indudable premio mayor que en parte ha tenido un efecto placebo ante la ausencia de autocrítica de cada verano. Una ritual visita para tropezar en la misma piedra, Santo dos Croques. La única diferencia es que esta temporada no es miedo, es realidad. El conjunto coruñés está de lleno en el fango, el calendario no le favorece en el tramo final y cada vez son menos opositores para las tres plazas. Hoy, solo cuatro. Leganés, Getafe, Alavés, Girona y Eibar contemplan de lejos y plácidamente esta lucha.

Los 500 benditos de Mendizorroza tuvieron que volver a padecer otro viaje en el que solo cundió la previa, la compañía y encontrar un hombro y unos oídos para desahogar el disgusto. Bastante tienen. No son los únicos. Cuando la pena, la desafección y el cabreo invaden, nublan, es difícil mirar alrededor y contextualizar. Más allá de los puntos, Málaga, Las Palmas y Levante están igual o peor. Los canarios han ido sumando, los andaluces parecen algo reactivados, aunque sin el premio de los puntos, y los valencianos son los que ofrecen mejores sensaciones, pero su último triunfo se produjo en el Pleistoceno. Muñiz está en el aire. Una disputa por ser el cuarto menos malo. Cortoplacismo, mediocridad, nunca se construye. Lo de siempre, justo cuando el Dépor ya no tenía la coartada del tope salarial.

Ni fútbol ni química ni sangre

Seedorf, más italiano que holandés, llegó a Abegondo reforzando al grupo, armándolo, tirando de psicología... De todo, menos fútbol. Un terapeuta más que un entrenador. Clarence, por ahora con una única marcha pero no el origen de todos los males, debe abrir la mente, profundizar en el conocimiento de su plantilla, mejorar en su influencia durante el partido con los cambios y las variantes y, sobre todo, darle algunas pinceladas correctoras a su obra. Básicamente, aportar. ¿Hay tiempo? No paran de ampliarle el margen. La baja de Bakkali ya le obliga a mover el árbol, la presencia de Sidnei también debería. Tiene que escuchar a quien tiene a su disposición. Sí, tienen vicios, los fichajes no están siendo diferenciales y el bloqueo mental y futbolístico les está maniatando, pero este equipo, cuando ha carburado, siempre ha sido en torno a la pelota, a algo de combinación. Unos mínimos. Debe detener la involución. Llega muy sucio el balón a la zona ofensiva, donde también es maltratado.

El Dépor los necesita a los dos y, por ahora, no se beneficia ni de medio. La suma de Andone y Lucas debía multiplicar y, por ahora, sigue dando cero. Al menos, eso es lo que se ve en el terreno de juego. Tampoco llegó a congeniar el rumano con Joselu. Territorial. La poca creatividad general no les ayuda, no destilan precisamente feeling. Adrián fue el único faro futbolístico en la primera parte, mientras el '10' se perdía en controles a modo de cama elástica, pases imposibles y regates frontales, y el '7' se diluía con una línea cada día más descendente en su influencia en el juego del grupo.

La derrota pesa, las formas y el trayecto, más. En el partido y en un hipotético descenso. Algunos aficionados acabaron mostrando su malestar a los jugadores tras el pitido final. La falta de respuesta tras el 1-0, no morir en el área, bajar los brazos... Jugadores de perfil. Duele y cabrea esa sensación de falta de sangre y amor propio que derivan de la cantidad de golpes que se han llevado y de la incapacidad futbolística. Nadie se rebela, nadie empuja. Desde los despachos a la grada. El Dépor tiene vida, aunque bajar a Segunda es una posibilidad patente. Lo ideal sería evitar el trompazo, pero llegado el caso, no estaría de más colocarse para caer bien; siempre será más fácil levantarse.