Cuatro puntos suma el Deportivo en las últimas doce jornadas. No gana un partido desde principios de diciembre, cuando derrotó al Leganés en Riazor, y apenas ha dado síntomas de recuperación desde que Seedorf relevó a Cristóbal en el banquillo. Poco ha solucionado el holandés, incapaz durante el mes que lleva al frente del equipo de lograr una propuesta reconocible a través de la que alcanzar los resultados que permitan abandonar los puestos de descenso. El pobre balance de las últimas jornadas solo encuentra consuelo en las malas actuaciones del resto de equipos implicados en la lucha por la permanencia. El conjunto blanquiazul se agarra a sus posibilidades de salvación gracias a sus rivales; si fuera por actuaciones como la del sábado contra el Eibar, haría ya tiempo que estaría sentenciado. El empate contra los vascos condensa todos los males de un conjunto en situación crítica: nerviosismo, inseguridad y precipitación. A todo eso se sumó el surrealismo de algunas de las situaciones que se vivieron en Riazor y que desembocaron en la pitada con la que la grada despidió a los jugadores tras una igualada que mantiene en vilo la continuidad en Primera una semana más.

Riazor, teatro de variedades. Lo que se había vislumbrado durante los días previos, especialmente después del tropezón en Getafe, como un encuentro trascendental para los intereses de permanencia adquirió el sábado tintes de opereta. Hubo episodios en los que el Deportivo rozó el absurdo y otros en los que directamente lo alimentó. Colaboró a ello la desafortunada actuación del debutante Maksym Koval, acelerado desde el arranque y protagonista principal del esperpento en el que derivó la primera mitad.

Errores en las áreas. El desconocido portero ucraniano puso el colofón antes del descanso, pero la sucesión de pifias había arrancado mucho antes, casi al comienzo del partido, cuando Andone falló la primera oportunidad clara de todas las que dispusieron los deportivistas. A un servicio franco desde la izquierda respondió enviando la pelota al cuerpo de Dmitrovic. Le ocurriría también a Lucas en una jugada similar y repetiría el rumano antes de marcar de semifallo: estrelló otro remate en el palo antes de que el portero del Eibar lo introdujera en la portería. Demasiados traspiés para un equipo tieso en ataque y que encadenaba cinco jornadas sin marcar. Los desaciertos en el área contraria, sin embargo, quedarían ensombrecidos por los que se sucedieron en la propia.

La portería, sin remedio. Muchos esperaban con ansia el estreno de Koval en la portería, aunque tan solo fuera por saber si el ucraniano tenía el cuajo suficiente para solucionar los problemas que se arrastraban en una posición crítica. El ansia por un debut que se dilató más de lo que había esperado, pospuesto también por una lesión en un dedo, le jugó una mala pasada al quinto guardameta alineado esta temporada en el equipo. Falló en el primer tanto cuando intentó atrapar un centro imposible y acabaría por arruinar su estreno con una expulsión merecida en la que Albentosa actuó como colaborador necesario. Más allá de la imagen que dejó el ucraniano, su actuación confirmó la sospecha de que el equipo deberá sobrevivir lo que resta de temporada con los porteros de que dispone y que le tocará a Seedorf lidiar con una situación que no fueron capaces de gestionar Pepe Mel ni Cristóbal Parralo. Koval se perderá el partido en Girona por sanción y Rubén regresará a la portería después de ser señalado una vez más. De tercer portero el curso pasado pasó a meta titular y una lesión le convirtió en la esperanza bajo palos después del discreto rendimiento de Tyton y Pantilimon. Sus errores, sin embargo, le han colocado en una posición incómoda, cuestionado incluso por su propia afición durante los partidos.

Un equipo rudimentario. Todos los males del Deportivo se extienden a la rudimentaria propuesta de Seedorf, en la que apenas hay hueco para jugadores como Emre Çolak. Cuando lo hay, como el sábado, es el primer sacrificado. No quiere alardes el holandés, que busca el camino menos arriesgado sin haber asegurado todavía los cimientos de su propia casa.