Desde que llegó a A Coruña, Clarence Seedorf se ha afanado en jugar dos partidos, el del césped y el de la sala de prensa, que casi siempre se han presentado como mundos paralelos. Mientras el Dépor acumulaba semanas sin ganar (con o sin él) y las porterías contrarias se convertían en miniaturas, ha vendido un crecimiento, un proceso, un camino hacia donde no se sabe muy bien dónde. Una realidad, creada al margen y apoyada en picos de dudosa estabilidad, de la que salir lo más indemne posible cuando se consume la catástrofe, cuando el Dépor se vaya a Segunda y haya que buscar otro banquillo.

"Cuando hablo con vosotros, hablo con la afición". Clarence, siempre sonriente y una percha andante, torció el gesto durante medio segundo cuando hablaba en el Metropolitano. "No voy a seguir todas las semanas repitiéndome", concedió. Por un momento, no dominaba el discurso, no iba por su rego. Y eso, en el fútbol de hoy en día, parece tan o más importante que dirigir a tu equipo, que hacerlo rendir. Ya era Seedorf el dueño del prisma único al analizar los partidos ("los que saben de fútbol...") y, alentado por las indudables buenas prestaciones de su equipo ante el Atlético, se permitió el lujo de decir a Riazor cómo debe sentir, cómo tiene que pensar, expresarse. Más control. El holandés sugirió que la afición debía "hacer autocrítica" si la exhibición ante el Atlético no le llevaba a "tener fe" en una victoria ante el Málaga. Comunicarse con tus seguidores es escucharlos, entenderlos, saber por qué reaccionan de determinada manera, por qué han dejado de creer; a veces simplemente es que se sientan acompañados. Es lógico que en situaciones críticas, los técnicos que acuden al rescate se presenten como locos iluminados que siguen creyendo en imposibles para así poder arrastrar al grupo y al entorno. Entendible, pero siempre con unos límites, y no dando pseudorecomendaciones que apuntan a quien tiene un poso centenario y a quien debería ser tu aliado, no tu enemigo en un trance duro. Seedorf lleva dos días en A Coruña, le falta muchísimo background. Debería respirar hondo y meditar cada sílaba pronunciada antes de hacer algún reparo a una grada que lleva aguantando seis años inestables y unos últimos meses que no se los desearía ni a su peor enemigo.

Mosquera por Andone. Pocas veces una simple variación supuso tanto. Tarde, pero el Dépor pudo encontrar una vía en Madrid. Seedorf olvidó el rombo, adelantó a Muntari y acercó a Çolak al área otorgándole mando en plaza. Nadie ha discutido nunca la calidad del turco, su asignatura pendiente es la regularidad. Aun así y con todos los peros que se le puedan poner como jugador o a la calidad de sus entrenamientos, es un diamante entre la medianía coruñesa. Debería haber jugado sí o sí y su fútbol en el Wanda es la plasmación de lo necesario que es para este equipo. El Dépor, asido semana a semana al tridente, oxigenó por fin su fútbol. Calidad, salida... En definitiva, jugar. Y a través de él dio comodidad a los pivotes y a Lucas y Adrián, que se sintieron por fin asistidos y acompañados. Todo con la presencia de un único jugador y un cambio de dibujo. A veces no es tan complicado.

El trabajo en Madrid acabó quedándose en nada por la mejor demostración de cómo funciona el status quo arbitral y por su ceguera ofensiva, fruto esta última de un colapso y un agarrotamiento generalizados. En Madrid mejoró el engranaje atacante, siempre es un buen y sólido paso. El penalti ya es otra historia. Nadie puede discutirlo con las imágenes a cámara lenta. Coartada para Trujillo Suárez. Pero el hecho de que haya reparado en esa acción, de las que hay decenas en cada partido, y que la haya señalado en contra del conjunto agonizante, baqueteado, y a favor del grande, demuestra cómo son los resortes del arbitraje en España. Ley tan antigua como universal que aúpa a los trasatlánticos (Madrid, Barça o Atlético) y hunde a cualquier formación pequeña que pretenda asomar la cabeza en un gran escenario. No es una persecución al Dépor, es a cualquiera de su condición. Así está montado el sistema, así hay que subirse en marcha a él.

Engañosa mejoría

No es la primera vez que el Dépor afronta un duelo decisivo con el precedente de una supuesta victoria moral y con la sensación de que llega en el momento justo para dar un paso al frente. Casi nunca ha respondido. Riazor estará a flor de piel el viernes. Una moneda al aire. Y no tanto por el descenso, que es algo que se empieza a asumir en el corazón de la grada, sino por el acumulado de derrotas, desilusiones y expectativas frustradas. Llega una nueva posibilidad de darse una alegría y si se consuma, que a nadie le extrañe que sea celebrada de manera efusiva. Pasó el domingo en La Rosaleda. Hay ganas. También está sobre la mesa la opción de que al final de la jornada el equipo acabe colista. Un puesto realmente anecdótico porque los dos que le preceden van a bajar también, pero sería una muesca en el tambor de las vergüenzas de esta temporada. ¿Hasta cuándo aguantarán? ¿Cuál es el suelo en la caída?