Un dolor cocinado toda la temporada, no hoy. El Dépor lamenta su suerte, se arrepiente de todo lo malo que lo ha hecho este año y llora por haber reaccionado tan tarde. Eso sí, esta noche se mostró heroico y no se achicó ante un rival muy superior como el Sevilla. Incluso logró llevarse un empate que no le vale de nada. Tan inútil que molesta. En el examen de la permanencia parece que no le va a valer con estudiar el último día al cuadro de Clarence Seedorf. Dos coruñeses como Pedro Mosquera o Lucas Pérez pudieron haber sido los héroes de la noche, pero fallaron un puñado de ocasiones en el segundo acto que formarán parte de la historia negra blanquiazul. La grada empujó, creyó y poco pudo reprochar por lo visto sobre el césped en el día de hoy, aunque una temporada es más que dos meses. El milagro de la salvación es ahora más milagro que nunca.

Al Dépor no le sonrió la vida desde el segundo cero en este encuentro como en Bilbao. No había alfombra roja o goles casi desde el vestuario, le tocaba trabajar, resistir, correr detrás de la pelota y esperar su momento. Incluso llevarse golpes. El primero, el más serio de toda la primera parte, lo encajó Krohn-Dehli en un salto con Geis. Quedó KO y aguantó sobre el césped media hora, pero a Seedorf no le quedó más remedio que tirar a Emre Çolak, al que había decidido reservar. Su suplencia y la entrada de Guilherme eran su gran apuesta. El brasileño se colocó en el eje y desplazó a Pedro Mosquera a la izquierda. Seguía el 4-3-2-1. El Sevilla lo sabía, intentó aprovecharlo.

El Dépor quería vértigo, el equipo hispalense, pausa, masticar las jugadas, que cayese de maduro. Mucho juego de banda a banda, buscando dos contra uno en los costados, las costuras del trivote. De ahí su casi 70% de posesión en el primer acto. Y no solo amasaba la pelota, también tuvo oportunidades. En los últimos minutos fue cuando al equipo coruñés se vio más ahogado. Perdonó Banega y Rubén le sacó una gran mano a un irreverente Carlos Fernández.

Antes de esos cinco minutos de taparse los ojos en la grada, se vieron roles definidos en el jueg con un Dépor replegado al que le costaba salir jugando. Eso sí, en cuanto podía, lanzaba a Lucas con pases de Mosquera, Schär... La clave era correr y enganchar con Adrián. Tuvo varias el equipo coruñés. Un cabezazo y una volea del asturiano. Hasta pudo pitar un par de penaltis el colegiado. Uno a Schär y otro a Albentosa. No era nada intervencionista el árbitro. Nada se movió para suerte del Dépor, las plegarias de su afición estaban funcionando. Todo en el aire.

Tras el descanso el duelo entró en modo ruleta rusa. El Dépor estaba en una situación tan crítica que no le valía el empate. Tenía que adelantar las líneas, lo hizo. Y se encomendó a Çolak. Muy activo el turco, empujaba, filtraba pases; el grupo se dedicaba incluso a insistir en presiones imposibles. Se le iba la vida.

El problema es que en los partidos rotos se exponen los equipos más endebles y el Dépor empezó a dejar agujeros bien aprovechados por su rival, aunque sin traducción real en el marcador. Buenas manos de Rubén. Llegaban muy sueltos, ganaban en las bandas, cabalgaban sin oposición... El costado de Luisinho fue un agujero negro todo el partido. También tuvo ocasiones el equipo coruñés, más que su rival. Mosquera lamentará mucho tiempo esos dos remates francos. El primera, a las nubes, el segundo, fuera. Adrián también cabeceó arriba. El batallón de Seedorf no se escondía, mientras el Sevilla iba sacando más y más arsenal. Temblaba y empujaba Riazor.

Los últimos minutos calmaron a los visitantes y sirvieron para ahondar en la sensación de oportunidad perdida. La grada se temía lo peor con la entrada de Nolito, aunque en ese tramo quien mandó y tuvo oportunidades fue el Dépor. Borges mandó su disparo al palo. Y Lucas fue capaz de fabricarse tres prácticamente de la nada. Mérito suyo, sin duda, pero erró en el remate, lo más importante. Se le encogieron las piernas, le pudo la presión. Le persigue un mal fario. A él y al Dépor, al que nunca le sale cara cuando más lo necesita.