Los delanteros siempre hemos sido los privilegiados del fútbol. Los que los aficionados veneran, los que se llevan los titulares con sus goles, los que más cobran y todo eso por hacer lo que mejor sabemos hacer, marcar goles. Todo lo anterior se vuelve penumbra cuando la portería se empequeñece, se agrandan los porteros y la efectividad se diluye. Eso le sucede a Lucas Pérez. De héroe a villano en poco más de 30 partidos de fútbol.

Los goles han condenado al Deportivo al infierno de la Segunda División. Tanto los encajados, con una sangría demasiado prolongada que dejaba sin puntos cualquier partido con acierto ofensivo, como los que no han subido al marcador. Los delanteros de 14 goles o más son los que terminan dando los puntos necesarios para lograr la permanencia, en primera instancia, y después pensar en cotas mayores. Cuando no se tienen esos delanteros se acaba tal y como estamos viendo.

Cuando la situación es como la que vive el Deportivo, ya poco importa el juego. Solo importa acertar con la meta contraria y sumar puntos para seguir pensando en el milagro de la salvación. Ayer tampoco hubo acierto y la condena será tener que evitar el título de Liga del Barcelona. Si eso no sucede las matemáticas serán una ciencia exacta y poco habrá que hacer. Solo reconstruirse.