"¿Qué es Zara para ti?", le pregunté a Amancio, ya en una conversación sin reservas. Y en ese tono me contestó: "Para mí es serenidad, no espectáculo. Es una marca que ha nacido en una compañía que quiere ver a la mujer de todo el mundo bien vestida, sin extravagancias. Existe el mismo estilo de mujer en todos los Zara. Es verdad que siempre seleccionas un estilo porque no sería posible tener en cuenta las características del mundo entero. No diseñas diferente para ochenta países; diseñas un vestido para ochenta países. No es tan complejo", me cuenta Amancio. Como sé que le gusta que comparta con él los chascarrillos sobre cosas que me han ocurrido en relación con su filosofía comercial, escucha con atención cuando le relato algo que viví un día del mes de agosto en Madrid, cuando vi en Zara de la calle Velázquez una chaqueta de pura lana que me pareció perfecta. Como hacía un calor infernal (42 grados), pensé que era el momento menos apropiado para comprarla y decidí esperar a septiembre, antes de salir hacia México. Pero cuando fui a la tienda, pese a que Madrid parecía aún una sucursal del desierto, ¡la chaqueta estaba agotada!

Por más que la buscaron por las restantes tiendas de España no había un solo ejemplar, ni siquiera en los escaparates, que en estos casos suele ser la última esperanza. Así que me tuve que resignar a viajar sin ella. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al llegar a México DF, salí por la tarde a dar una vuelta alrededor del hotel para despejarme de las diez horas de avión y me encontré, en la mejor calle de la capital, con una tienda espectacular de Zara y ¡la susodicha chaqueta en la vitrina!, como dicen ellos. Por fin podría adquirir la que pensé que sería mi uniforme de invierno. Entré en la tienda sin dudarlo y la desilusión fue enorme: aquel saco también estaba agotado en todo México y el del escaparate era para una clienta que lo recogería el día que cambiaran la mercancía.

Amancio se rió divertido y me dijo que, conociendo la empresa como yo la conocía, debía ya saber que una parte fundamental de su estrategia era no repetir la producción para evitar precisamente los uniformes: "Si una prenda de Zara te gusta, tienes que comprarla casi en el acto o te arriesgas a quedarte sin ella. La ropa es universal y nuestro cliente tiene los mismos gustos, como se constata cada vez más. Ahora, para lograr".

Algo que Amancio considera fundamental es ser fieles a su esencia. "A mi mujer, Flori, que como sabes se dedicó durante muchos años a temas de diseño, le he comentado muchas veces que no quiero que en nuestras tiendas haya ningún tipo de lujo, que no tiene nada que ver con la esencia de lo que somos. Lo nuestro es la mujer real, el público real, no sueños". Con relación a esto me contó que, hacía poco tiempo, al ver en una de las tiendas piloto del edificio central de Arteixo, como parte del escaparate, una lámpara sofisticada que le pareció poco adecuada para el producto, pidió enseguida que la retiraran. Le resultaba ostentosa y poco acorde con lo que siempre ha sido Zara. Habló con el encargado del tema y le explicó a fondo sus razones para intentar mantenerse en el perfil habitual de buen gusto pero sin salirse de los esquemas propios, respetando su ADN. Y el encargado le comentó que, más que no haber acertado con la elección, lamentaba haber estado solo en un trabajo tan fundamental, sin haber podido contrastar sus ideas con algún compañero para conseguir entre ambos un equilibrio. Le confesó a Amancio que se sentía solo en ese campo tan imaginativo, creativo e importante para transmitir la verdadera imagen de la marca. "Tenía mucha razón. Todos los que tenemos la responsabilidad de no traicionar los principios sentimos muchas veces esa soledad; necesitamos gente a nuestro lado a quien recurrir. Necesitamos amigos".

Cuando le pregunto qué es lo que le mantiene en la brecha después de tantos años, me contesta: "Aprender y crecer. Yo sigo observando lo que ocurre en el mundo y escucho. Hasta hace pocos años los países ricos eran los árabes y Japón; ahora están los rusos y China. Hay en esta parte del mundo un tanto por ciento de gente con mucho dinero que gasta todo lo que tiene porque lo que se gana fácil se gasta fácil".

Un fin de semana en Roma

Amancio me cuenta que ha pasado un largo fin de semana en Roma, en la Embajada de España ante la Santa Sede. Ese edificio, la representación diplomática más antigua del mundo, fue creada por el rey Fernando el Católico en 1480. El conocido Palacio de España dio nombre a la famosa Piazza di Spagna, siempre abarrotada de turistas que suben y bajan las escaleras de piedra rematadas por la iglesia vecina de la Trinitá dei Monti. Esta joya del Barroco se debe en parte al genial escultor Borromini, que diseñó la ampliación del edificio y la imponente escalera que sube hasta el vestíbulo principal de la embajada, donde nos sorprenden dos magníficas esculturas de Bernini: El alma beata y El alma condenada.

Situado en pleno centro histórico de Roma, el palacio, a lo largo de la historia, fue punto de encuentro de un mundo divertido, en el que artistas de todo género se mezclaban con los romanos que acudían a este lugar para disfrutar de uno de los espacios que sigue siendo de los más conocidos de la capital italiana, siempre rebosante de vida. Por este palacio pasaron ilustres invitados como Garcilaso de la Vega, Casanova y el pintor de la corte Diego Velázquez.

Los distintos embajadores que han ostentado esta representación forman parte de la historia política de nuestro país desde la época de los Reyes Católicos hasta hoy, ocupándose desde Roma de la defensa de los intereses que afectaban a los asuntos de religión.

Pese a que el tema no se ha divulgado, Ortega está ocupándose personalmente de restaurar la embajada. El embajador le invitó a pasar con ellos el puente de la Inmaculada del año 2007 para que presenciara una ceremonia tradicional en la que el Papa acude al monumento de la Virgen que está situado frente al Palacio de España. Allí, siguiendo una costumbre muy antigua, el bombero más veterano de la ciudad sube a una escalera y corona a la Virgen. Después el Santo Padre lee un discurso frente a la multitud que llena esta plaza cargada de historia. Los embajadores reciben al Papa en la puerta y luego presencian la ceremonia desde el balcón de la fachada principal. Amancio, fiel a su empeño de no ser jamás protagonista de ningún acontecimiento, se negó a estar allí en esa ocasión, pero prometió viajar más tarde, y así lo hizo los primeros días de febrero de 2008.

Ha vuelto impresionado por la grandeza de Roma, por la belleza que se respira en sus calles, porque ha tenido la inmensa suerte de visitar el Vaticano con su gran amigo, el embajador Paco Vázquez, tantos años alcalde de La Coruña. "¿Sabes el comentario que hizo alguien y que me contaron al día siguiente de volver?: ´Es posible que haya visto pasear por Roma a Ortega con el alcalde´ -me cuenta, soltando una gran carcajada-.Tiene gracia, para empezar, que alguien me reconozca por la calle, pero, además, que al embajador de España alguien le siga llamando ´el alcalde´. ¡Marca mucho esta tierra!".

Amancio admira a Vázquez. Es buen amigo suyo y cuenta con verdadero entusiasmo lo que ha disfrutado con ese anfitrión de lujo que le ha llevado por todos los rincones de la capital italiana. "¡Pensar que yo he estado en Roma unas cuarenta veces, pero siempre por cuestiones de trabajo! Es una ciudad que me entusiasma cada vez que la visito, pero qué distinto es lo que he vivido este fin de semana".Y entonces da rienda suelta a sus recuerdos: "Una tarde nos invitaron al Palacio Colonna. Otra maravilla. ¡Y cómo nos atendieron los príncipes! Me parecieron exquisitos por su naturalidad y su clase. Lo más impresionante para mí fue que cuando saludé a la princesa ésta me dijo que se había empeñado en conocerme y en invitarme a su palacio porque admiraba mucho mi trabajo. ¡Con lo que tienen en Roma de moda fantástica, con todas las grandes firmas del máximo lujo internacional y, por lo visto, esta mujer de la aristocracia romana más antigua está chiflada con Zara! A mí eso me abruma. No me acostumbro a escucharlo. Me sigue pareciendo que no es para mí. Cuando se lo comenté a mi amigo Paco, me dijo: ´¿Pero tú sabes quién eres?´.Y le contesté: ´¡Cómo no voy a saberlo! Y por eso precisamente pienso que no es para tanto".

Le pregunto si es verdad que está financiando con su dinero personal la restauración del edificio. Quien calla otorga. Por encima de su silencio elocuente, porque no lo puede negar, deja clara su forma de actuar. Como ya he comentado, no le gusta presumir y desvía la conversación de forma inteligente hacia las impresiones de su viaje:

"En la vida hay que tener amor por la belleza. En Italia tienen ese sentido muy metido y se respira. Por ejemplo, al ver la fachada del Palacio de España descubrí que estaba pintada con cuatro colores iguales o parecidos con diferentes matices. Es lo que le da esa calidad impresionante. Y Vázquez se lució los tres días que estuve. Para empezar, cuando llegué aún no había retirado la bandera española grande, como recién estrenada, que había colocado en el edificio para recibir al Papa. Otro día me llevó a ver todos los archivos de la Biblioteca Vaticana y de esa parte de los Museos. Hicimos un buen recorrido por una mínima parte de Roma, porque en tres días no se puede abarcar lo que guarda esa ciudad. Me impresionó mucho el Panteón y tantos monumentos que hablan desde las ruinas de otras civilizaciones. Es una ciudad que te traslada al pasado. De todo lo que vi lo que más me emocionó fue la estatua de la Pietá. Me resulta imposible pensar que un ser humano haya sido capaz de hacer una cosa tan sublime, tan divina. ¡Qué maravilla el amor de los italianos a su ciudad, a su historia, a la belleza! Estoy decidido a volver".

Y al hilo de su discurso me hace una confesión que da muchas claves de sí mismo: "En esos momentos tan especiales es cuando veo mis carencias. Al hablar de mi trayectoria se repite mil veces que me puse a trabajar a los trece años. Es verdad, pero no se añade que, como no podía hacerlo todo, no estudié lo suficiente. Ahora lo echo en falta. Para lanzarme a trabajar con esa edad tuve que renunciar a muchas cosas. Todo es tan sencillo como eso. Mi universidad es mi profesión. Yo quería ser un empresario diferente, cambiar socialmente el mundo. Y lo que puedo decir mirando hacia atrás es que conseguí lo que me propuse porque la materia prima del gallego es extraordinaria. Todos se comprometieron con mi empresa más de lo normal. Este viaje a Roma no fue un viaje de negocios, pero al volver a La Coruña lo primero que hice fue transmitir a los demás la admiración que producen nuestras tiendas. Y no para que sean unos engreídos, sino para que caigan en la cuenta de la responsabilidad que tienen. Las de Roma estaban a reventar. No me acostumbro a ver a tantas clientas elegantísimas llevando grandes bolsas llenas de nuestra ropa".

De su pueblo de León

al mundo

"Las cosas son fáciles -habla pensando en voz alta lo que le sugiere la situación que vive-. Rebuscamos demasiado y las complicamos. Lo que hay que hacer es trabajar con pasión. Esto es lo que a mí me enseñaron mis padres, unos obreros normales, que pasaron las estrecheces de aquellos años en España. Vivieron en el País Vasco antes de la guerra; luego destinaron a mi padre a Busdongo, el pueblo de León donde yo nací. Después de la guerra volvieron al País Vasco. Yo viví en Tolosa hasta los doce años, que fue cuando nos vinimos a La Coruña porque destinaron aquí a mi padre. Volví por aquella zona cuando abrimos la primera tienda en Oviedo. Es una aldea muy pequeña con cuatro casas. Cenamos allí y pregunté a la gente si se acordaba de mis padres. Alguno sí se acordaba, aunque a mí no me reconocieron, es normal. En otra ocasión que pasamos por un pueblo de León haciendo el Camino de Santiago nos vieron y sólo comentaron: "Éstos no son tan señoritos" -lo decían en comparación con otro peregrino que había pasado por allí unos días antes rodeado de periodistas que le seguían para hacer un reportaje que más tarde salió en el Hola-.Yo sería incapaz de algo parecido, todo lo contrario, vivo feliz siendo uno más".

Comprendo que está recorriendo su vida, uniendo el pasado y el futuro. En esa línea le pregunto cuál es la ciudad del mundo que más le gusta: "Son tan diferentes -me dice sin dudarlo-. Ahora tengo a Roma metida dentro y volveré. México me llamó mucho la atención por su pasado, por los contrastes de la pobreza y la opulencia? ¡Cuánto tenemos que aprender! Y hacia el futuro es muy sorprendente Dubai, una ciudad imponente edificada sobre el mar y la arena".

Cuando me intereso sobre si tienen muchas tiendas en esa zona del mundo, Amancio demuestra estar absolutamente al día de lo que ocurre: "Hay muchas en todos los países árabes, pero por su complejidad cultural son franquicias".

Viendo el panorama sin fronteras al que llega este hombre con su trabajo, y aunque sé que le molesta que le hablen de su fortuna, tengo que preguntarle para qué le sirve tener tanto dinero. Su respuesta es clara: "Para gastarlo donde crees que lo tienes que gastar, sin hacer alardes. Y para ayudar a muchas personas y a sus familias a vivir con dignidad". Cuando alguien ha logrado semejante éxito y situación en la vida, ¿qué te puede hacer sufrir? "No hay nadie que me pueda hacer daño. Lo pasado está pasado. Es como si te pones una coraza.Y también te digo que yo no guardo rencor a nadie". Ante la insólita contundencia con la que me responde, muestro mi expresión de asombro y le comento: "¡Me parece imposible lo que me dices!". Entonces rectifica: "Bueno, si tienes sensibilidad sufres por todo, pero a otro nivel. La injusticia, por ejemplo; lo que está ocurriendo en el mundo te cabrea. Pero en lo único en lo que realmente no acepto el mínimo ataque es en los míos. Con los hijos soy inflexible".

La expresión de este hombre vuelve a ser la de siempre cuando recuerda a su madre, doña Josefa. Se emociona con un cariño inmenso. Aflora a su mirada el recuerdo de aquella mujer que murió a los noventa y cuatro años: "Flori, mi mujer, le atendió hasta sus últimos días.¡No dejó de ir a verla ni un solo día! Recuerdo que una vez la llevé conmigo a Marbella, en mi avión, y me miraba con esa admiración que sólo una madre puede expresar: ´¿Puede ser éste mi Choliño?´, se preguntaba. Ella me llamaba así y hoy mis sobrinos me llaman tío Cholo. Mi padre, sin embargo, era más serio. Un hombre de una pieza que murió a los noventa. Y la que me quiere como si yo fuera un extraterrestre es mi hermana Pepita".

¿Qué te mantiene en la brecha después de tantos años? ¿Eres el mismo hombre que vio un nicho en el mercado de la moda para entrar? ¿Sigues mirando con ojos de descubridor?

Al escuchar mis preguntas se divierte y se le refleja en los ojos precisamente la realidad de los años en los que ha sido el primero en llegar al trabajo y el último en salir. Casi a modo de disculpa me explica: "Ahora llego a las once, aunque siempre estaba aquí a las nueve de la mañana, porque sé que he delegado en personas muy responsables que lo tienen todo en sus manos. La hoguera necesita leña para estar encendida, para que esté viva". Como este rato de tertulia después del almuerzo se convierte en el típico momento en que se habla de todo, sale el tema de la situación actual ante la crisis económica que se avecina. Ortega no muestra ningún temor: "La crisis no puede asustarte, no puede dominarte, porque el miedo te paraliza.Yo recuerdo cuando era pequeño y volvía por la noche a mi casa, a 2 kilómetros de la estación, que algunas veces sentía tanto miedo que no podía dar un paso? Con miedo no se funciona. Siempre hay que arriesgarse".

EL PAZO DE ANCEIS

Cambio de tema y le hablo a Amancio de Fernando Caruncho, amigo mío y gran paisajista que ha diseñado jardines en medio mundo. Me habían llegado noticias de que eran amigos y que él había tenido algo que ver en la remodelación del famoso pazo de Anceis, propiedad de Amancio, del que se habla como uno de los mejores lugares de Galicia. "Es un pazo muy bonito del siglo XVI. Yo tengo allí una casa de campo y, tienes razón, le pedí a Fernando Caruncho que me diseñara un jardín. Le expliqué que yo quería tener allí vacas y huertas, pero este señor es tan exquisito que pretendía hacerme un jardín francés. Resultó imposible poner en marcha aquel proyecto, pero por encima de aquel episodio somos muy amigos. Me gusta hablar con él de vez en cuando; me enseña cosas de su mundo artístico que me interesan mucho".

Por una de esas casualidades de la vida, pocos días después de mi almuerzo con Ortega me encontré en un avión con Fernando Caruncho, a quien le comenté cómo me habló de él Amancio, hasta qué punto admiraba su forma de ver la vida, su toque estético extraordinario. "Supongo -le dije- que le hiciste una maravilla en su pazo". Fernando me contó:

"El pazo es precioso y la historia que voy a explicarte es genial. Cuando fui a verlo Ortega me dejó claro que no quería que le hiciese un proyecto de jardín para una casa del siglo XVIII, sino adaptada al siglo XXI. Comprendí que la sofisticación no iba con su personalidad y, como la casa es para el dueño y no para quien la diseña, traté de complacerle al máximo. Hablamos bastante antes de lanzarme al proyecto, porque es importante conocer al cliente". Aquellas conversaciones con Ortega le causaron un efecto imborrable a este artista que trabaja para grandes personajes de medio mundo. "Tiene esa cara del hombre de la tierra, con la perspicacia del que mira muy allá, a la distancia. Ninguno capta muy bien hacia dónde mira. Él sí lo sabe, pero su punto de mira es un misterio para los demás. Cuando piensa no está reflexionando sobre principios conceptuales, sino que su pensamiento gira en torno a una idea en coherencia probablemente con un mundo interior que él posee y que los demás desconocemos. Lo grande de este hombre es que no ha cambiado con el dinero ni con el éxito. Es impresionante, único entre todas las personas que conozco. Es precisamente esta esencia suya de hombre sencillo, de la tierra, lo que le da un valor especial para seguir trabajando con tanto empuje. En su circunstancia pienso que ser tan mundialmente conocido es un gran hándicap. Es difícil no subirse al tren de la tontería, y él ha optado por lo contrario: ha preservado su intimidad como la base sobre la que apoyar su vida. Le hice un proyecto agrícola ajardinado. Tenía sus prados, como me había pedido, y una gran piscina para sus hijos, pero mis ideas iban un poco más allá de lo que él quería. ´Es lo más bonito que me podían haber proyectado -me dijo al verlo-, pero no lo voy a hacer así´.Yo lo entendí. Me estaba diciendo:´No me obligues a hacer esto en mi casa. Prefiero quedarme donde estoy, siendo quien soy, sin pretender nada más.´ No quería un ambiente en el que no iba a encontrarse cómodo. Se trata de un dilema muy importante: ¿puedes llegar a hacerte a ti mismo?, ¿hasta qué punto? Y ¿hasta qué punto tú ya no puedes continuar haciéndote sin dejarte influenciar por un entorno en el que perderías tu verdadera personalidad? Es un planteamiento que en él tiene mucha enjundia, porque protege mucho su idiosincrasia. Estoy convencido de que Amancio es un hombre de misión, y el riesgo de perder ese carácter que le hace único puede ser demasiado grande. Él está tan convencido de lo que es y de lo que tiene que hacer, que algo que le lleva a sentirse fuera de lugar le hace recapacitar. Así me lo dijo:

´¡Qué pena no hacerlo como me lo has diseñado, pero no debo! Prefiero quedarme donde estoy´. Cuando hay una fuerza concreta unida a una misión, cuando estás tan convencido de lo que eres y de lo que debes hacer, no has de cambiar tu opinión. No me dio pena porque la experiencia se había terminado en el personaje. Nos comprendimos y así surgió esa amistad. Fue una conclusión muy auténtica, muy sincera: ´Yo lo que quiero vivir es con esta sobriedad propia de mi vida. Vamos a llamar a las cosas por su nombre. Lo que me estás planteando yo no lo quiero incorporar a mi entorno privado porque de alguna manera me va a contaminar. Para mí sería una muestra de grandeza, y yo no quiero salirme de mi sitio´. Me dio una lección al dejar patente que no quería tener aquello que no corresponde a su esquema de vida, por mucho que lo admire".

Fernando Caruncho siguió contándome su historia: "Pasaron unos años y volvió a llamarme. Aunque no había salido adelante mi proyecto del pazo, me pidió con la misma confianza que le ayudara en su nueva casa de La Coruña. Cuando le presenté mi proyecto, me dijo lo mismo: ´Es extraordinario, pero no posible´. La casa es preciosa, pero totalmente cerrada, con la entrada por detrás. Tiene un patio central que es la columna vertebral, con un lucernario. Le hice un pequeño jardín con una fuente central y le sugerí que pusiese en la pared una gran pintura de Hernán Cortés, un cuadro que le dejó fascinado y es lo único que sigue allí de mi proyecto. Me dio pena que no arriesgase un poco más. Le falta que alguien le diga: ´¡Tira para adelante!´. Aun así, me lanzaría a hacer grandes proyectos con él".

Antes de terminar la conversación con Amancio, tenía otra cuestión importante para plantearle: "¿Qué te falta por hacer después de lo que ya has hecho? ¿Piensas que, además de esa labor colosal que da trabajo cada mes a tantas personas, familias que viven gracias a Inditex y a un millón de personas que de forma indirecta dependen de esta empresa, deberías hacer algo que pasara a la posteridad como tu gran obra? ¿Qué te gustaría hacer por la humanidad?". "Sé que la sociedad te demanda mucho en ese aspecto. Te pide que frente a las tragedias, los peligros y las desigualdades del mundo hagas algo importante, paralelo a lo que has logrado en la vida empresarial. Y te piden que crees algo. Pero, ¿qué es ese algo? Yo miro a nuestro alrededor, África por ejemplo, y me pregunto: ´¿Por dónde empezar?´.Yo no me conformo con dejar a la posteridad una pirámide o un monumento. Miro a África y veo una puerta abierta. Se ha hecho una labor impresionante en Marruecos, por ejemplo, y en tantos otros lugares donde se ayuda a muchos miles de personas. Sé que no es suficiente".

La visión amplia del mundo le llevó por contraste a un entorno más cercano. Antes de despedirme, Amancio, como un padre más que piensa en el futuro de sus hijos, me habló de Marta, su hija pequeña, cosa que rara vez había hecho: "Estudió en Suiza y en Londres. Ahora está en Barcelona, ocupándose de Bershka. En el futuro quién sabe. Lo que a mí me da mucha tranquilidad es que ya hemos pasado a la segunda generación apenas sin enterarnos. Lo que no quiero es que en los periódicos se dediquen a hacer comentarios sobre ella. Quiero que la dejen en paz, que aprenda y trabaje, y ya se verá lo que puede hacer el día de mañana. La sucesión se ha despejado porque todo se ha ido delegando".

Aprovechando este giro familiar inesperado, le pregunté por su reciente afición a la hípica. "¿Cómo se te ocurrió hacer el conjunto de Casas Novas?". "No había nada para ese deporte en los alrededores y como no sé hacer las cosas a medias hice algo que no está mal. Ahora pueden montar más de doscientos niños. Mi hija Marta tiene mucha afición y pensé que sería bueno hacer una hípica, pero no sólo para ella. Los concursos son en julio y diciembre. Disfruto mucho viendo montar".