Portugal recibió este miércoles otro empujón hacia el rescate financiero con la subida de los intereses de su deuda, en algunos casos ya en el nueve por ciento y desbocados por la incertidumbre de una crisis política cuyo cierre aún no tiene fecha.

El presidente de Portugal, Aníbal Cavaco Silva, que no ha aceptado todavía la renuncia que le presentó el primer ministro José Sócrates el pasado día 23, suspendió el lunes sus gestiones sobre la crisis de Gobierno hasta este jueves, en medio de una apretada semana de actos oficiales con destacados visitantes.

Los socialistas, con Sócrates a la cabeza, y la oposición conservadora que forzó su caída, liderada por Pedro Passos Coelho, se han enzarzado en una guerra de reproches sobre la responsabilidad de la crisis económica y de la política, cuyo resultado más claro es que ninguno quiere ser quien pida ayuda externa.

Tanto el proceder público de Cavaco, como el los dos grandes partidos, el Socialista (PS) y el Social Demócrata (PSD) que se han turnado en el poder desde la Revolución de los Claveles de 1974, apuntan a que el fin de la crisis llegará en junio con la celebración de elecciones, anticipadas en dos años y medio.

Pero muchos expertos, dentro y fuera de Portugal, citados hoy insistentemente por los medios lusos, consideran que el país está casi sin margen de maniobra para hacer frente a cerca de 9.000 millones de euros en vencimientos de deuda en abril y mayo.

Ante las constantes especulaciones de que Portugal se verá obligado a pedir un rescate a muy corto plazo, Sócrates reiteró en las últimas horas que no está dispuesto a hacerlo, pese a reconocer el agravamiento de la situación financiera.

"Simplemente está peor", sentenció el primer ministro en funciones poco antes de que Passos Coelho se desentendiera a su vez de la posible responsabilidad de pedir ayuda, al afirmar que si el Gobierno no lo cree necesario, en el PSD no lo van a poner en duda.

El anuncio de los conservadores de que ya trabajan en su programa electoral, y la indignación de los socialistas, que les culpan del callejón sin salida en el que ven a Portugal, han multiplicado también las escaramuzas entre dirigentes de segunda fila.

El portavoz del PS, Fernando Medina, acusó hoy a Passos Coelho de debilitar al país con las opiniones que firma en el diario norteamericano The Wall Street Journal, donde denuncia los errores del Gobierno y duda del cumplimiento de los compromisos fiscales.

Aunque el empresariado y la banca portuguesa se habían alineado en general con las críticas del PSD a los seis años de Gobierno socialista, algunas voces, como la de Ricardo Salgado, presidente del Banco Espíritu Santo (BES) y una de las mayores fortunas del país, advierten ya del costo de la crisis política.

Pedro Santana Lopes, que fue primer ministro con el PSD entre 2004 y 2005, otro agitado periodo de crisis políticas, pidió a Cavaco -su compañero de partido- que "dé un puñetazo en la mesa" y ponga por delante los intereses del país, porque la situación "no está para elecciones" quiérase o no a Sócrates en el Gobierno.

Cavaco ha convocado el jueves al Consejo de Estado, un organismo asesor de consulta preceptiva antes de disolver el Parlamento, tras una semana muy agitada con las visitas de los príncipes de Gales, Carlos y Camila, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, y su antecesor Luis Inacio Lula da Silva.

Las primeras autoridades lusas participaron en dos solemnes homenajes que recibió en Lisboa y Coimbra el ex presidente, que cenó con su amigo Sócrates y recomendó a Portugal no pedir en ningún caso ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI).

Rousseff adelantó hoy el regreso a Brasil por la muerte del ex vicepresidente José Alencar y suspendió las entrevistas con Cavaco y Sócrates así como una cena oficial, que ha dejado más tiempo libre a los líderes lusos para dedicarlo a la crisis.

Pero las esperanzas de que el gigante suramericano concrete ahora alguna ayuda a su antigua metrópoli se enfriaron cuando la presidenta aludió al problema de comprar deuda que no es "triple A", la escala más alta de una clasificación en la que Portugal está en el otro extremo, a un paso del "bono basura".