"Una situación como ésta, cuando hay países que se financian a tipos negativos y otros a unos precios inasumibles, no se puede aguantar durante excesivo tiempo". El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, repitió ayer este mensaje en cuatro periódicos europeos a cuatro días de la reunión del consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE) en la que la autoridad monetaria europea debatirá la reanudación o no del programa de compra de deuda pública de los países periféricos que soportan elevadas primas de riesgo.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) se convirtió ayer en un aliado de las demandas de España e Italia. Su secretario general, el mexicano Ángel Gurría, emplazó al eurobanco a comprar bonos de los estados con problemas de deuda ("y cuanto antes, mejor") para "no poner en peligro" la continuidad del euro. La resistencia está en Alemania, y sobremanera en el Bundebank, el banco central germano.

La compra de bonos de países periféricos por el BCE no en el ejercicio de su independencia y de la aplicación estricta de decisiones de su competencia -control de los tipos de interés, base monetaria, niveles de liquidez y expectativas de inflación-, sino por imposición e injerencia política y con fines ajenos a su mandato -el rescate de estados, caso de Grecia, en mayo de 2010, y posteriormente de Irlanda, Portugal, España e Italia-, generó enormes tensiones en el seno del BCE y sobre todo entre los representantes del Bundesbank.

Primero fue la renuncia del entonces presidente del Bundesbank, Axel Weber, a suceder a Jean-Claude Trichet al frente del BCE, como pretendía Merkel. Weber expresó así su frontal rechazo a que el BCE estuviese actuando de salvador de estados. Luego se produjo la renuncia, por igual motivo, del economista jefe del BCE, el también alemán Jürgen Stark, contrario a la reanudación de ese programa que se había concebido como excepcional.

Ahora el gran escollo para las pretensiones de Rajoy (España) y Mario Monti (Italia) reside en el actual presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. La semana pasada trascendió que podría estar ultimando su dimisión -es consejero del BCE en razón de su cargo- si fracasaba en su empeño de vetar que se abra una nueva etapa de compra de deuda soberana con fines ajenos a los que son propios a un banco central.

Merkel está entre dos fuegos porque son muchas las presiones políticas europeas para que acceda a que el BCE salga al rescate de España e Italia, pero ni su electorado está de acuerdo, ni lo están sus socios de Gobierno ni acaso ella misma esté convencida en su fuero interno. El viernes, su viceportavoz, Georg Streitmann, respaldó a Weidmann para que continúe en el cargo. Weidmann fue asesor económico personal de la canciller alemana antes de que accediera a la presidencia del banco central germano en sustitución de Weber. Y cuando Weidmann dijo unos días antes que la compra de bonos para resolver problemas presupuestarios es lo mismo que inyectar droga a la economía, la canciller le dio la razón.Merkel estará en Madrid con Rajoy el jueves, el mismo día que el BCE debatirá en Frankfort si restablece la compra en el mercado secundario de bonos estatales de los países cuestionados.

El italiano Mario Draghi, que sucedió a Trichet al frente del BCE, está tratando de encontrar una salida. Es un técnico que conoce la ortodoxia de lo que ha de ser una política monetaria escrupulosa, pero que también ejerció como vicepresidente para Europa de Goldman Sachs, el banco estadounidense que asesoró a los Gobiernos griegos en las prácticas temerarias que condujeron al desastre. Para aplacar la resistencia de los "halcones", Draghi publicó la semana pasada un artículo en el diario alemán Diet Zeit en el que defendió la compra de deuda de países acosados como un instrumento no ordinario pero a veces sí necesario de la política monetaria que tiene encomendada el BCE.

Se trata de actuar para garantizar la transmisión homogénea sobre el conjunto del área del euro de la política monetaria que decide el BCE y que en algunos países está siendo distorsionada por el alza de las primas de riesgo. "Cuando los mercados están fragmentados e influidos por temores irracionales, nuestras señales de política monetaria no llegan a los ciudadanos de la zona del euro. Tenemos que arreglar esas obstrucciones", afirmó. Y agregó: "Debe entenderse que cumplir con nuestro mandato algunas veces requiere ir más allá de las herramientas de política monetaria".

El mensaje es: el BCE puede acudir al rescate de países sin que lo parezca justificándolo con un proceder escrupuloso de su mandato monetario.

El BCE no ha vuelto a comprar deuda soberana desde febrero y la prima de riesgo rebrotó y alcanzó máximos históricos desde que existe el euro. Para Rajoy ésta es la prueba de que el problema es Europa y no España o Italia. Pero para el Bundesbank es la confirmación de lo contrario: basta que cese la compra de bonos (la "inyección de droga", según Weidmann) para que las primas se disparen.

A juicio del Bundesbank, de nada serviría comprometer la solvencia y credibilidad del BCE, obligándolo a respaldar la deuda de estados y sus cuestionadas economías nacionales, y vulnerando para ello los estatutos de la institución emisora y sus funciones. La enfermedad que hay combatir no es la prima de riesgo, sino los males que la generan.

El problema es que no hay consenso sobre la diagnosis de los males. Los Gobiernos, liderados por Merkel, sostienen que los ataques de los mercados a determinados países obedecen a los desajustes en el déficit fiscal y al manejo de las cuentas públicas. Pero los mercados dicen lo contrario.

Como dijo el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, en julio, "por cada reforma y ajuste que hacemos recibimos una bofetada en seco de los mercados". Ayer lo expresó el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría: España e Italia "han cumplido sus deberes y han adoptado las medidas imprescindibles, pero los mercados no los apoyan y en realidad los castigan".

Pero si sus Gobiernos están haciendo las cosas bien y cumpliendo "los deberes" con los ajustes, la austeridad y los sacrificios que se les reclaman, otro factor diferente -más allá del déficit- ha de ser la causa del desazón y pavor de los inversores.