La banca será la gran protagonista de las próximas discusiones entre los Veintisiete. La constitución de un único supervisor bancario a partir del próximo 1 de enero, que el presidente de la Comisión Europea (CE), José Manuel Durão Barroso, presentó el pasado miércoles como el primer paso para la unión bancaria, ha vuelto a dividir a los socios europeos. Y los bloques, una vez más, están claros y cada uno tiene sus razones más o menos disimuladas. Ahí está España, que necesita cuanto antes resolver sus problemas de financiación y deuda y que, curiosamente, ha encontrado un aliado en el socialista galo François Hollande. Al otro lado de este nuevo eje bancario Rajoy-Hollande se sitúa Alemania, la "bestia negra" a la que los países del sur de Europa deben enfrentarse a diario con su estricta gobernanta, Angela Merkel, al frente. Y, por supuesto, no hay que olvidar a los países de la UE que no han adoptado el euro, con la City londinense marcando el paso y un Gobierno británico entregado en cuerpo y alma a defender los muros de su distrito financiero, paraíso de las transacciones internacionales. En definitiva, el debate es a quién se le entrega la llave de la caja y para qué.

España defiende la propuesta porque tener en marcha un único supervisor bancario, el Banco Central Europeo (BCE), supondría que la inyección de dinero al sistema financiero español no computaría como deuda pública, ya que la recapitalización se haría directamente a los bancos a través del fondo o mecanismo de rescate. El Gobierno de Rajoy cuenta con el respaldo de Francia, que en la última reunión del Ecofin celebrada en Chipre demandó que se cumplan los acuerdos y fechas adoptados en la última cumbre europea de junio.

Enfrente, una vez más, Alemania, el país que más aporta en los rescates a los países del sur de Europa y que exige control y poder como contrapartida. No es que el país teutón se oponga a que haya un único supervisor bancario, sino que exige limitar sus competencias exclusivamente a la gran banca. El ministro germano de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ya aseguró el pasado miércoles que la iniciativa propuesta por Durão Barroso es "una buena base", pero que debe primar la "calidad sobre la cantidad", y que "por razones prácticas" no es imaginable que el BCE pueda a corto plazo asumir adecuadamente "el control de 6.000 bancos". Un razonamiento que cuenta con el apoyo de Bélgica.

Control del banco alemán

La otra parte del discurso que, lógicamente, Schäuble eludió verbalizar es que, en realidad, Alemania quiere que sus bancos regionales y locales, con unos balances gravemente "tocados", sigan controlados por el banco central alemán, el Bundesbank. Al menos, durante un tiempo prudencial. Quiere tener protegidas precisamente a aquellas entidades alemanas cuyas cuentas crecieron y se agujerearon después, con los cuantiosos préstamos a los países del Sur que ahora no pueden devolver los créditos.

Londres repite liderato entre los países que pertenecen a la Unión Europea, pero no tiene el euro como moneda. Su objetivo es, una vez más, proteger a la City, su gran feudo financiero. Y el de sus acompañantes, encabezados por Suecia, es evitar que el BCE se convierta en una entidad todopoderosa que limite e incluso reduzca la capacidad de la autoridad bancaria europea (EBA en sus siglas en inglés).

En el horizonte, aún más que lejano pero no por ello menos complejo y preocupante, se perfila la mutualización de la deuda, paso último de un sistema común que arrancaría con un único supervisor bancario para avanzar hacia fondos de garantía de depósitos, un mecanismo de liquidación único y un sistema fiscal único.

La partida bancaria ha empezado a jugarse sobre el mapa europeo. Es una partida capital. Y es que, ya se sabe, quien controle el dinero, tiene la llave del mundo.