Japón está inmerso en una ofensiva monetaria, con un plan ambicioso de fabricación de yenes. Los objetivos son cinco: generar inflación, reducir tipos de interés en el mercado, abaratar el coste de la deuda, depreciar la moneda nacional y ganar competitividad exterior. La estrategia, de una gran agresividad y contundencia -el Banco de Japón pretende inyectar en la economía en dos años el equivalente al 30% del PIB y duplicar su base monetaria-, es un plan anticrisis adaptado a las peculiaridades de la situación nipona. El recetario no es extrapolable a otras economías con desequilibrios y rasgos diferentes, pero sus efectos sí se dejarán sentir sobre todas las demás.

Esta política monetaria no convencional o de expansión cuantitativa -equivalente a arrojar dinero sobre el país desde un helicóptero, como proponía una famosa metáfora de Milton Friedman- debería tener efectos inflacionarios en la economía japonesa. De eso se trata.

Desde su elección en diciembre, el nuevo primer ministro nipón, el conservador Shinzo Abe, exigió al Banco de Japón -en lo que se vio como una intromisión en la independencia del banco central- que fabrique inflación para situarla en el 2% en dos años. El objetivo no es heterodoxo: el 2% es el rango inflacionario que el Banco Central Europeo (BCE), tildado de germanófilo y de guardián de la ortodoxia monetaria, tiene fijado como supremo fin de todos sus desvelos.

Lo que les diferencia es la agresiva política de flexibilidad monetaria de Japón, con la que el país, que acumula cinco recesiones en 15 años y atrapado en la deflación desde entonces, pretende escapar de esa trampa inyectando dinero para promover un encarecimiento del coste de la vida que rompa el círculo pernicioso de la espiral de precios a la baja. La deflación retrae la demanda en la expectativa de sucesivos abaratamientos, con lo que cae el crecimiento, se destruye empleo, el paro hunde la demanda y este desplome profundiza más la deflación.

Esta singularidad deflacionaria de la crisis específica japonesa -preexistente a la Gran Recesión actual- explica que el Gobierno de Tokio y el Banco de Japón -a diferencia de Alemania y BCE- no vean incompatibilidad entre los dos objetivos de su plan de estímulos: fabricar inflación y ganar competitividad exterior como vía de salida de la crisis elevando la exportación.

Pese a ello, Abe tuvo que aguardar al relevo el 19 de marzo del entonces gobernador del banco emisor, Masaaki Shirakawa, y el nombramiento de Haruhiko Kuroda para doblegar al banco central y domeñar su política monetaria.

La depreciación del yen para mejorar la competitividad exterior de las producciones niponas es la otra gran finalidad. Para Japón una divisa barata es un objetivo crucial. El compromiso de emisión de 60 a 70 billones de yenes pretende forzar un tipo de cambio que abarate los bienes y servicios nipones en el mercado exterior y neutralizar las tensiones que tienden a apreciarlo como consecuencia de las políticas monetarias expansivas de China, que mantiene artificialmente bajo el yuan, y de la Reserva Federal de EEUU, y las pretensiones en ese mismo sentido del Banco de Inglaterra. La soterrada guerra de divisas entra así en una nueva fase.

La estrategia persigue reducir cargas financieras a las empresas, impulsar la bolsa y la confianza económica y abaratar al Estado la colocación de deuda y la renovación de vencimientos, mientras la inflación contribuirá a reducir el peso de la deuda pública sobre el PIB.

Para España un yen a la baja es una mala noticia porque aprecia el euro y resta eficacia a la devaluación interna española. Pero la huida de inversores de la deuda japonesa, poro rentable, hace atractiva la de los países periféricos de la UE y hace caer la prima de riesgo española.

Precisamente la política monetaria nipona ha disparado ya la cotización de la bolsa de Tokio y llevó a mínimos al yen, lo que provoca un beneficio visible para las grandes corporaciones del país.

Para 2013 las exportadoras niponas, un pilar que sostiene cerca del 40% de su PIB, se mostraron optimistas en sus previsiones de beneficios al confiar en que se mantenga el tipo de cambio favorable.