Muchos de los institutos y observatorios de prospectiva están corrigiendo al alza sus previsiones sobre España. Hay unanimidad. Ninguno de los veinte centros dedicados a realizar con asiduidad este tipo de análisis prevé nuevos retrocesos para el país durante 2014. Los pesimistas calculan un crecimiento del 0,7%. Los optimistas lo llevan hasta el 1,2%. Después de años sumidos en el negativismo y los nubarrones, al fin contamos con base para avalar un cambio de tendencia. Indicios reales con los que apreciar la botella medio llena antes que medio vacía. A ellos necesitamos aferrarnos para iniciar el despegue. Los ciudadanos tendrán que seguir soportando esfuerzos pero ven por primera vez que sus desvelos dan frutos.

Las exportaciones mantienen el tipo. La balanza de pagos, la diferencia entre ventas al exterior e importaciones, arrojó entre enero y octubre del año pasado un saldo positivo de 4.200 millones de euros. En 2012, durante el mismo periodo, arrastraba un déficit de 15.300 millones. La moneda única, que algunos dieron por muerta, se está fortaleciendo. La prima de riesgo, que llegó a dispararse hasta los 600 puntos, anda estabilizada ahora en torno a los 200. Las naciones desarrolladas prosperan aunque los países emergentes aparecen como amenaza. La inversión extranjera retorna a España. Después de seis años largos de crisis y dos recesiones consecutivas, empieza a restaurarse la confianza, primera condición para tomar impulso.

El gran problema en estos momentos es encontrar acomodo para una ingente masa de parados sin formación proveniente de la construcción y los servicios. Aunque las cosas mejoren, cuentan con escasas posibilidades laborales por su baja preparación. Su dramática situación muestra lo urgente de una reforma educativa que haga competitivo el sistema en todos sus niveles, desde la absurdamente enterrada formación práctica con aprendices hasta el doctorado.

Los economistas gallegos coinciden, aunque con matices, en ver a nuestra comunidad en un punto de inflexión. Perciben un cambio en su tono vital pese a que todavía le auguran muchísimo camino por recorrer. A esa leve mejoría contribuyen, principalmente, las exportaciones. Con un matiz muy importante: no solo se están abriendo al comercio exterior las grandes corporaciones, sino también pequeñas y medianas empresas. Y en la misma dirección apunta el último informe del servicio de estudios de BBVA, publicado esta misma semana, al resaltar que el año que viene Galicia liderará la salida de la crisis en España con una tasa de crecimiento de su PIB del 2,6%, seguida de Madrid, con un alza del 2,4%.

Un economista, exasesor del presidente socialista Zapatero, afirmaba esta semana que para engancharse al crecimiento hay que reducir de inmediato el gasto público en otros 50.000 millones de euros, rebajar impuestos e imponer el contrato único. Podía, por sus afinidades políticas, refugiarse en la demagogia pero tiene mérito cantar las verdades. El déficit, ahora silenciado, sigue galopando, y mientras los salarios de los trabajadores han menguado el 7,5%, el sector público apenas realizó ajustes. La conclusión es que la deuda pública no se frena y está a punto de rebasar el 100% del PIB. En una palabra: los españoles tendrían que estar todo un año trabajando sin gastar nada para pagar lo que debe el Estado.

Queda camino por andar y no va a ser de rosas. Pero hay que engancharse ahora, una vez superado lo más abrupto del abismo, a la espiral contraria, la de los datos positivos que estamos logrando, y creer en ellos. Para que cada región, consciente de las dificultades pero segura de sus fuerzas, aproveche todas sus oportunidades y salga adelante.