La teoría monetarista hizo popular la tesis de que el riesgo de deflación -caída generalizada, sostenida e incontrolada de los precios- se resuelve diseminando dinero desde un helicóptero. El Banco Central Europeo (BCE) ha decidido sacar el suyo del hangar y el despegue ha sido programado para marzo. Será entonces cuando, durante al menos año y medio, la aeronave del eurobanco se dedique a bombear a la economía 60.000 millones de euros mensuales.

La inflación negativa, el débil pulso de la demanda, la reducción del 23% del superávit exterior en tasa interanual, el estancamiento del PIB y el riesgo de tercera recesión en la eurozona han logrado orillar las resistencias internas en el seno del BCE a adoptar esta estrategia. La operación se emprenderá en marzo mediante la compra en el mercado de títulos privados y públicos de deuda europea.

La operación del organismo liderado por Mario Draghi es también preventiva. Para abril está previsto que la Reserva Federal (el banco central de Estados Unidos), que está de regreso de estas políticas monetarias expansivas, comience a subir los tipos de interés oficiales. De no haber hecho nada el BCE, lo lógico es que se produjese la salida de capitales de la eurozona hacia el área dólar, atraídos por la recuperación de la economía de EEUU y por la subida de sus tasas de interés, y para protegerse de las pérdidas que les ocasionaría una mayor apreciación del dólar frente al euro. El éxodo de dinero forzaría la caída del precio de los bonos públicos y privados europeos, con la consiguiente subida de sus tipos de interés por más que el BCE mantuviese la tasas oficiales del dinero en el 0,05%.

Y una subida de tipos en Europa en este momento, en pleno estancamiento económico y con inflación negativa, hubiese conducido a la eurozona a los peligrosos abismos de la deflación y la recesión, y hubiese acrecentado el peso de las cargas financieras para los estados, las empresas y las familias, agudizando aún más la morosidad bancaria y el riesgo de reabrir la crisis financiera. Para evitarlo, el BCE ha decidido entrar en lo que el FMI denomina los "territorios desconocidos" de la expansión monetaria, fabricando electrónicamente euros para inyectarlos en la economía.

La inyección de dinero se hará mediante la compra en los mercados (no directamente a los emisores) de activos financieros emitidos por estados, empresas y bancos. Con ello el BCE y los bancos centrales nacionales incorporarán estos activos, en la proporción de 20% y 80% respectivamente, en sus balances para cuadrar y reequilibrar su activo y su pasivo.

La operación es doble: tanto la emisión de dinero como su contraparte (la compra de títulos de deuda) tienden a materializar, por distintas vías, los fines previstos: subir la inflación a niveles óptimos, depreciar el euro, estimular la liquidez y el crédito, y generar dinamismo económico y empleo.

El sólo aumento previsto del dinero en circulación -serán al menos 1,14 billones adicionales de euros hasta septiembre de 2016- supondrá por sí mismo un factor inflacionario: si la oferta monetaria aumenta, cae el poder adquisitivo de la moneda, y si la moneda pierde poder de compra es porque aumentan los precios de bienes y servicios. La teoría monetaria sostiene que, tanto si se mantiene constante como si se reduce la producción de bienes y servicios, todo aumento de la masa monetaria -o, en su defecto, de la velocidad de circulación del dinero- impulsan al alza los precios. Y la subida de precios es el antídoto contra la deflación que amenaza a la eurozona.

Al mismo tiempo, la pérdida de valor del dinero a causa de la inflación, y también como consecuencia de una oferta de euros superior a su demanda, depreciará la divisa europea. Este efecto devaluador permitirá ganar competitividad exterior a la eurozona, y con ello acrecentar las exportaciones y el PIB y, a la vez, importar inflación. La inflación tenderá también a subir por efecto del crecimiento económico en la medida en que conlleva un aumento del empleo, lo que comporta a su vez una expansión de la renta disponible y, por lo tanto, de la demanda interna, con la consiguiente subida de los precios.

La compra por el BCE de bonos públicos y privados (caso de emisiones de deuda empresarial), cédulas hipotecarias y valores financieros consistentes en titulización de créditos de la banca es una contraprestación por el dinero entregado a los mercados. Y la propia compra de bonos genera efectos que coadyuvan a la finalidad buscada. La adquisición de deuda supone un aumento de su demanda y en consecuencia un incremento del precio del título. Todo encarecimiento de los títulos entraña una reducción de su rentabilidad, dado que su remuneración es la misma que aquella con la que fueron emitidos por más que su precio haya subido en el mercado. El descenso de los tipos se traslada al resto de tasas de interés y esto abarata el crédito.

La banca, las empresas, los particulares y las instituciones que poseen tales títulos podrán desprenderse de ellos en el mercado y generar plusvalías, dado que los precios de esos títulos subirán como consecuencia de la enorme potencia de compra del BCE. Empresas y particulares tenderán a destinar dinero que obtengan a consumo e inversión (en proyectos empresariales, renta variable y otros fines) o a reducir su propia deuda, dado que el ahorro en forma de depósito estará muy penalizado por la combinación de tipos a la baja e inflación al alza. La banca debería destinar los recursos que capte a facilitar el crédito porque la caída esperable de tipos estrechará aún más sus exiguos márgenes actuales, de modo que sus beneficios estarán ligados a una mayor reducción de costes y a aumentar su negocio crediticio.

Más crédito y más barato debería aumentar la inversión y el consumo, dinamizar el PIB y el empleo, y generar inflación. Y todo ello hará más atractiva la Bolsa, y más cuando la renta fija perderá interés. La subida de la Bolsa genera efecto riqueza y propende a estimular la economía.