Las reformas españolas, que aumentan la competitividad del país en costes y elevan el potencial de crecimiento, instauraron la creencia poco contrastada de que España se habría inmunizado y blindado frente a las posibles adversidades externas.

La tesis es errónea porque España no corrigió sus desequilibrios (sobre todo su enorme deuda), el patrón de crecimiento en la salida de la crisis vuelve a depender de la demanda interna y de la repetición de hitos del pasado, el objetivo exportador de la devaluación interna está condicionado por el comportamiento de los mercados de destino y el país sigue muy expuesto al contagio de deudas soberanas y financieras. La inquietud global por la ralentización de China y los emergentes, el tenue avance de Europa y la revisión a la baja del crecimiento global no le serán indiferentes a España. De hecho, los últimos datos apuntan a una desaceleración.

El 29 de junio el presidente del Gobierno dijo que Grecia "no afectará a España". Y el 8 de julio Rajoy rectificó: "Esto afecta a España". El 21 de septiembre el Banco de España dijo: "España tiene garantizado el crecimiento al 3%" en 2015 y 2016, pero dos días después aseveró que la incertidumbre exterior y la volatilidad de los mercados elevaban los riesgos para el crecimiento de España.