La insólita y excepcional política de expansión monetaria delBanco Central Europeo (BCE) puede ser intensificada hoy con la adopción de medidas adicionales por el consejo del eurobanco. Los analistas están anticipando esta expectativa, que el presidente del BCE, Mario Draghi, fomentó en sus últimas comparecencias públicas.

La ampliación de las medidas heterodoxas no es una buena noticia, aunque los mercados, habituados al narcótico de la compra de activos financieros a gran escala, suelen celebrarlo: los estímulos monetarios ultraofensivos benefician a las Bolsas, revalorizan los títulos de deuda y otros activos financieros, deprecian la moneda y rebajan los tipos de interés vigentes en el mercado.

La decisión, que tiene ganadores y perdedores, supondría la constatación de las dudas e inquietudes del banco central sobre la marcha de las economías europea y global, la evidencia de la ralentización internacional y del débil crecimiento europeo, la falta de pulso inflacionario y el temor al posible impacto de las nuevas tensiones y desequilibrios en escena, fundamentalmente procedentes de los países emergentes y de China.

Una ampliación del catálogo de estímulos monetarios o una intensificación de las medidas que ya están en marcha confirmaría que la relajación cuantitativa no está dando el resultado esperado.

Hoy, con los tipos oficiales en el inaudito 0,05% desde hace más de un año, la tasa de depósito (la remuneración del BCE a los bancos por la liquidez sobrante que depositan en las ventanillas del banco emisor) en tipos negativos por vez primera en la historia del Banco Central (-0,2%) y con la mayor ofensiva jamás hecha en la creación de dinero con la compra desde el pasado 9 de marzo de bonos soberanos y otros activos financieros para inundar de liquidez el mercado (a razón de 60.000 millones mensuales, con el objetivo de alcanzar los1,14 billones en septiembre de 2016), el BCE va decidir si acrecienta la dosis para conjurar los peligros que atenazan a la zona monetaria.

La tasa de inflación en la eurozona sigue estancada en el 0,1%, según dijo ayer la oficina estadística Eurostat, y ello pese al mayúsculo esfuerzo del BCE en la ampliación de la base monetaria. Aunque la energía (y en particular el petróleo) está actuando como una poderosa fuerza desinflacionaria, su abaratamiento -inducido por diversos factores-, no es ajeno a la desaceleración global y tampoco a la divergencia en las políticas monetarias de los bancos centrales. Aún así, tampoco el petróleo lo explica todo, dado que otros componentes del IPC también flaquean. En la última reunión del BCE se dijo que "el riesgo de deflación es relevante". Y los precios industriales en el área monetaria volvieron a bajar en octubre (-0,3%) respecto a septiembre, según se supo ayer.

Las previsiones de crecimiento del PIB tampoco son esplendorosas. En el tercer trimestre la Unión Monetaria creció el 0,3%, una décima menos que en el segundo. Y el FMI barruntó en octubre un crecimiento para la eurozona del 1,6% en 2016, sólo una décima más de lo previsto para este año, y el Banco Mundial, más optimista, avanzó en noviembre su estimación del 1,8%.

Y pese a que la eurozona ya casi ha recuperado el nivel de PIB previo a la crisis (no así algunos países, caso de España), la tasa de paro sigue muy alta (10,7% de la población activa), aunque sea la menor desde enero de 2012.

Sobre el BCE pesa además la probabilidad de que EEUU suba tipos, aunque de forma leve, este mes. Si eso ocurriera, lo esperable es una salida de capitales hacia EEUU para beneficiarse de la mayor rentabilidad de su renta fija y de la mejor expectativa de su economía. Esto contagiaría una subida de tipos en la eurozona salvo que la neutralice el BCE con compras en el mercado. El arsenal de que dispone el BCE es cada vez menor. Las políticas monetarias ultraexpansivas empiezan a agotar sus recursos y esto es otro motivo de inquietud porque aún hay que consolidar e impulsar la salida vacilante de la mayor y más compleja crisis económica en 70 años, porque están surgiendo nuevos frentes de inestabilidad, y porque, en contradicción con lo anterior, se empieza a precisar la normalización de las políticas monetarias para atesorar fuerzas ante la eventualidad de otras crisis.

Entre las opciones al alcance del BCE se ha barajado la reducción del tipo oficial del 0,05% al 0% (un movimiento simbólico), situarlo en tasa negativa (sin precedente) y acometer un segundo endurecimiento de la tasa de descuento que el BCE cobra a los bancos (ya lo hizo hace un año) para forzarlos a aumentar el crédito. Esta decisión, sumada al estrechamiento de márgenes, metería más presión a la solvencia de la banca. Se especula con una ampliación aún mayor de la base monetaria, bien aumentando el importe mensual que el BCE inyecta en la economía (60.000 millones) o prolongando el programa más allá de septiembre de 2016, así como una mayor diversidad de los activos financieros que adquiere. Rebajar la tasa de descuento a la banca permitiría al BCE, según sus normas, comprar activos con rentabilidades negativas hasta ese mayor nivel de descuento.