"Más pobres, más desiguales, más precarios, menos protegidos, más desconfiados, menos demócratas". El "devastador balance" de la Gran Recesión con el que comienza el último libro de Joaquín Estefanía (Madrid, 1951) bien justifica su título: Estos años bárbaros (Galaxia Gutenberg). Estefanía -economista, periodista de larga trayectoria ligada al diario El País, del que fue director- analiza en más de trescientas páginas el vendaval que comenzó en 2007. Y sugiere la demoledora hipótesis de que incluso superada la crisis y recuperado parte de lo perdido sus efectos negativos persistirán porque "se han hecho estructurales".

-Después de tanto como se ha escrito, ¿queda algo todavía por decir sobre la crisis?

-Creo que sí, quedan muchas cosas que decir y que priorizar. Hay que cambiar el orden de valores de los que hemos estado contando en el día a día de la crisis en estos ocho años y hacer un balance ordenado de qué fue lo importante. Esa es una labor para los historiadores, dentro de algún tiempo. Todavía estamos deglutiendo lo que nos ha pasado.

-Por no saber, todavía no sabemos muy bien si estamos ya fuera del todo.

-Por supuesto. Pero lo que la experiencia de otras crisis importantes, tanto económicas como políticas, nos dice es que pasan bastantes años antes de determinar exactamente qué fue lo más importante que ocurrió. Cosas que en un determinado momento parecen significativas conforme va pasando el tiempo van perdiendo esa relevancia a favor de otras en apariencia menores y que luego son las que sostienen los grandes cambios de la humanidad.

-¿Podemos decir que las consecuencias de esta gran recesión han venido para quedarse?

-Han llegado para quedarse un tiempo. La diferencia de esta crisis con respecto a la Gran Depresión u otras anteriores consiste en que es mucho más larga, quizá menos profunda, pero más compleja. Esa misma complejidad impide ir más allá en cierto tipo de evaluaciones. Lo que sí sabemos con seguridad es que algunas de las consecuencias que ha tenido van a durar una década. En algún momento durante la crisis se habló de la década perdida, que iría de 2007 al 2017. Ahora sabemos que algunas consecuencias van a ser más persistentes hasta que recuperemos una cierta normalidad y, en ese sentido, será una crisis muy larga.

-¿A qué normalidad se refiere?

-Normalidad significa, al menos, volver a recuperar los niveles que teníamos antes de la crisis, que no eran perfectos, como en ocasiones nos parece ahora. Hemos sufrido tanto en general que nos parece que lo que teníamos antes de 2007 era maravilloso y, si repasamos lo que había, no es para tanto. Volver a la normalidad significa recuperar los niveles de bienestar, de protección y de calidad de democracia que teníamos, que no eran óptimos pero sí mayores que los que tenemos ahora.

-Recuperar eso parece casi una tarea imposible.

-Imposible no, más que cuantificar de forma tangible lo que hemos perdido a mí lo que me interesa más son las tendencias. Y esas tendencias son recuperables. El haber conseguido en Europa una universalización del Estado de Bienestar es quizá la mejor utopía factible que ha vivido la humanidad y que no tenemos por qué dejar atrás. El hecho de que los europeos se considerasen ciudadanos con derechos políticos, civiles y económicos porque tenían unos mínimos de supervivencia son cosas que no deberíamos abandonar. No estamos hablando de grandes utopías y esas son las cosas por las que merece la pena avanzar y luchar.

-¿Las elecciones generales de diciembre pueden marcar algún tipo de inflexión o cambio en España respecto a lo que estamos viviendo?

-Estas elecciones distorsionan el análisis de las cosas más significativas. Ahora estamos discutiendo asuntos muy urgentes y apremiantes: el modelo territorial de nuestro país, la cartografía de los partidos políticos, el paso del bipartidismo imperfecto al multipartidismo. Otros temas más profundos, como qué va a pasar con los refugiados que irremediablemente se van a incorporar a nuestro sistema, qué va pasar con el euro o si resulta posible hacer políticas económicas dentro de la moneda común distintas de las actuales, que den paso a un nuevo modelo de estar en Europa, son muy importantes pero quedan en segundo plano, solapados por los que han surgido ahora.

-Perseverar en el error ha sido uno de los signos de la política de estos tiempos, por ejemplo, el empeño en la austeridad a costa de todo.

-De manera implícita, sin reconocer el error, ya está cambiando de orientación. Empezamos a ser un poco más laxos, un poco más norteamericanos por así decirlo en el tratamiento de las políticas. Sería importante que se hiciese la autocrítica para no cometer los mismos errores, pero aquí entran en juego los pruritos y los egos personales de los economistas, que no son capaces de reconocer que las políticas de austeridad que han incorporado sobre todo los países del sur han sido un desastre. La primera crítica a esas políticas la hizo un organismo tan poco sospechoso como el FMI cuando advirtió que las dosis de austeridad eran mortales e instó a corregirlas.

-Esta es también la crisis del saber económico y de sus pretensiones científicas.

-En mi anterior libro La economía del miedo dedico un gran capítulo a este aspecto. La ciencia económica muchas veces ha pretendido disfrazarse de ciencia pura a través de las matemáticas y de la macroeconomía. Y ha errado por no tener en cuenta lo que Keynes llamaba animal spirit, las pasiones de las personas, el hecho de que puedes comprarte un abrigo no porque lo necesites sino porque te gusta. Nuestras decisiones económicas no son estrictamente racionales, en ocasiones las tomamos por elementos que no son tangibles pero que forman parte de la realidad y que hay que tener en cuenta para hacer los análisis. Eso es lo que ha fallado en buena parte del mundo de la economía.

-Sostiene que cierta forma de capitalismo ha terminado por convertirse en el mayor enemigo del sistema.

-Es un análisis que yo hago en el libro: los mayores enemigos del capitalismo en esta crisis han sido los propios capitalistas, todos aquellos que han abusado de tal manera que han puesto al propio sistema frente al espejo. Han generado, en primer lugar, un desequilibrio con la democracia, y segundo, los "golfos apandadores" son los que más han desprestigiado el capitalismo. Eso se nota en las biblias mediáticas del capitalismo, publicaciones que ahora están en esa tesis de que hay que corregir el sistema porque de los contrario ellos mismos acabarán con él.

-¿Podemos confiar en que en algún momento la política recupere el terreno que perdió estos años frente a la economía?

-Creo que ocurrirá. La herida más profunda de lo que nos ha sucedido en este tiempo es la pérdida de calidad de la democracia, no la pérdida de calidad de la economía. Hay que recuperar mucho de lo perdido para que la gente confíe en el sistema político. La desafección de la democracia ha sido creciente en estos años y se parece mucho a lo que ha ocurrido en otros lugares como América Latina o Asia, donde la gente se muestra partidaria de la democracia a condición de que le arregle los problemas; el sistema político es algo meramente instrumental. Eso sería lamentable que ocurriese en una zona de Europa que era la más desarrollada en el concepto de ciudadanía.

-Lo que también nos queda es el fracaso de Europa.

-El proyecto europeo, desde su nacimiento, si no avanza, retrocede; nunca permanece estático. Europa tiene que acotar en estos momentos dos o tres aspectos para recuperar su horizonte. Lo primero es qué hacemos con los refugiados, que es un problema estructural. Segundo, el esquema del euro. Resulta muy difícil hacer políticas distintas de las de ahora si no existe una unidad fiscal y bancaria, una unidad económica más allá de la monetaria. Si eso no se completa, volveremos a tener problemas y movimientos telúricos como los que ya sufrimos hace dos o tres años. Y tercero: determinar si Europa va a seguir ampliándose. Esos son los debates de medio plazo en los que tendríamos que estar.

-Hay una pregunta inevitable en su caso. Uno de los sectores que con más virulencia ha sufrido el vendaval de estos años ha sido la prensa. ¿Qué horizonte tienen los medios tras este proceso devastador?

-Hay dos fenómenos paralelos. Uno son las dificultades económicas, espectaculares, porque la prensa es un sector que vive de la fortaleza de otras empresas a través de la publicidad, y eso también nos ha hundido. Al mismo tiempo surge algo que no se puede llamar crisis sino transformación a impulso de los cambios tecnológicos. La coincidencia de una crisis económica y una revolución tecnológica, ambas brutales, es lo que nos ha llevado a lo que el Instituto Internacional de Prensa llama la tormenta perfecta, algo que nos está afectando como medios de comunicación y como periodistas. Se va a producir una selección natural en el mundo de los medios de comunicación y sólo sobrevivirán aquellos que antes que los demás sepan adaptarse a esa revolución tecnológica, de la que ahora no sabemos ni cuál es su modelo de negocio ni su sistema de contenidos. Y mientras tanto tiene que producirse, irremediablemente, una concentración de medios porque el minifundismo de nuestro sector en estos momentos es impresionante. Todos los días aparecen, en la parte digital, cabeceras nuevas sin saber cómo van a sobrevivir.