Tipos de interés en el 0% e incluso negativos tras 637 recortes en las tasas y una masiva inyección monetaria sin precedentes por los grandes bancos centrales del mundo (Bank of América elevó su cuantificación a 12,3 billones de dólares desde 2008) no han logrado devolver la pujanza a la economía tras casi ocho años de la mayor crisis internacional en tres cuartos de siglo.

La inflación es casi nula o negativa; el crecimiento mundial, escuálido y vulnerable; y las expectativas no remontan e incluso se debilitan. Banco Mundial, FMI, OCDE, CE, BCE y la Reserva Federal han reducido desde enero sus proyecciones económicas para el conjunto del planeta y sus principales áreas económicas y el FMI se plantea una nueva corrección a la baja. La economía crece sin pulso y, pese al PIB en tasas positivas, el comercio mundial se estanca o retrocede y el paro se atenúa poco, y lo hace con devaluación salarial, precarización contractual y el concurso necesario de la expulsión de desempleados fuera del mercado laboral y de las estadísticas de paro.

Tras esta sintomatología insólita, y del fracaso reiterado de la mayor y más prolongada operación de rescate de las economías avanzadas realizada por la actuación conjunta de los bancos emisores, subyace, al igual que en las gravísimas turbulencias vividas por los mercados a comienzos de año, la encrucijada de China, la segunda economía del planeta.

Agotado el recorrido del modelo desarrollista-exportador de la gran economía asiática, tras su espectacular crecimiento a partir de las reformas de 1978, y sobremanera tras su incorporación en 2001 a la Organización Mundial de Comercio (OMC), el gigante asiático ha alcanzado el punto crítico en el que precisa definir y hallar un nuevo espacio y una nueva función en el esquema mundial de la economía.

El viraje forzoso de China, con unas magnitudes colosales, constituye un desafío para el país y también para el resto de las economías, que se verán forzadas a readaptarse al futuro modelo que trata de implantar Pekín, basado en una estructura productiva que esté menos desequilibrada a favor de la inversión, la industria básica y la exportación masiva de bienes baratos -como ocurrió hasta ahora-, y facilite una mayor contribución de la demanda interna -incluido el consumo-, del sector servicios y del valor añadido.

EMovimientos tectónicos. Las decisiones de China para resituarse en el mundo está arrastrando ya, por su dimensión ciclópea (mayor economía manufacturera del mundo, 17% del PIB global, principal potencia exportadora, segunda importadora, inversor hegemónico en infraestructuras mundiales y titular de las más cuantiosas reservas de divisas del planeta), desplazamientos tectónicos mayúsculos en el orden económico internacional, y de esos avatares emanan los movimientos sísmicos que se detectan y manifiestan en el anómalo y turbulento comportamiento de los mercados, los bajos precios de las materias primas, la persistencia de la desinflación y el incierto y dubitativo crecimiento mundial.

La desaceleración de la economía china (6,9% de avance en 2015, el menor ritmo de crecimiento del país en 25 años) lastra la recuperación global y genera recesión y decrecimiento en sus principales suministradores de materias primas. Pero, aun así, China todavía aporta un tercio del crecimiento mundial (supuso la mitad del avance global desde 2000 y el 70% en plena recesión), lo que hace que el planeta sea extremadamente sensible a lo que ocurra en China y al éxito o no de la gigantesca y delicada operación en la que está embarcado el país: desactivar de forma controlada sus burbujas inmobiliaria, de deuda, bancaria y bursátil; instaurar un nuevo patrón de crecimiento y hacer una vasta reconversión de su sobredimensionada industria pesada.

Todos estos hitos están determinando una nueva oleada de desinflación global. Amén de otros factores adicionales -como la guerra de cuotas de producción de los países petroleros, la creciente brecha de riqueza, el envejecimiento demográfico, las nuevas tecnologías y otras causas-, detrás de la baja inflación generalizada está la menor demanda china de materias primas y de bienes de equipo, que no sólo ha hundido los precios sino que ha dejado tras de sí un exceso de capacidad instalada mundial que afecta tanto a la propia China como a los países que le suministran bienes básicos e intermedios.

El exceso de capacidad ociosa y el gravísimo endeudamiento en que incurrieron muchas empresas y países para dotarse de capacidad de aprovisionamiento a la nación que se erigió en la gran fábrica del mundo impide ahora el restablecimiento del ciclo inversor por mucho que los bancos centrales depriman el precio del crédito. Con un exceso tal de capacidad minera e industrial instalada en el mundo, la inversión, que es el verdadero motor de la economía a largo plazo, no es capaz de restablecer su ciclo expansivo porque, aun con los tipos oficiales en el 0%, el rendimiento marginal del capital sigue por debajo de la tasa de interés. Y más cuando China intenta exportar deflación y drenar su exceso de capacidad fabril inundando el mercado internacional de productos intermedios por debajo de coste, con prácticas de dumping (competencia desleal), lo que está forzando el cierre de instalaciones en Europa y otras áreas, e impide nuevas inversiones porque el estrechamiento de márgenes asfixia cualquier expectativa de rentabilidad. De ahí el empeño de los bancos centrales por convertir las tasas nominales del 0% en tipos reales negativos fabricando para ello ingentes cantidades de moneda, en la confianza de que la inflación levante el vuelo y abarate el dinero.

EDeuda. La deuda acumulada en el planeta (en parte, generada para atender la insaciable demanda de China de materias primas y energía, y en parte por las enormes facilidades crediticias que permitió en los años 90 y 2000 la enorme afluencia de ahorro asiático hacia el mundo avanzado) actúa ahora de lastre de la recuperación. La deuda resta crecimiento, es deflacionaria e impulsa desapalancamientos para restablecer la solvencia. Y todo esto camina en el sentido contrario al que se pretende con las expansiones monetarias: alentar el crecimiento, fabricar inflación y promover el crédito, la inversión y el consumo.

Al descomunal endeudamiento acumulado en el mundo (privado y público) se sumó China a partir de 2008 cuando, para hacer frente a la recesión internacional, promovió una política fiscal muy expansiva que llevó a un gran apalancamiento no del Gobierno central (17% del PIB) pero sí de las administraciones regionales, de las grandes empresas públicas y del conjunto de la economía. Aunque China aún es un país acreedor con el resto del mundo, la economía soporta un endeudamiento (fundamentalmente interno y en yuanes) cercano al 300% del PIB.

De no lograr las autoridades -como pretenden- un "aterrizaje" suave y lento, existe el riesgo latente de una posible cadena de impagos, con el consiguiente impacto negativo en la banca del país y en la que se cree descomunal banca en la sombra nacional. Y nada convendría menos ahora que una inestabilidad financiera en la segunda mayor economía.

Al tiempo que copartícipe de la desaceleración del crecimiento internacional, China actúa como factor amplificador de la debilidad de la recuperación del resto del mundo, en la medida en que el escaso crecimiento global deprime las exportaciones chinas y las menores ventas del país en el exterior desaceleran su propia economía, lo que la estructura productiva china traslada de inmediato a sus proveedores con una reducción de sus importaciones de materias básicas e intermedias y de bienes de equipo. Hay 29 países muy expuestos a este efecto, según la ONU.

Las compras chinas en el exterior están menguando a su vez por la creciente madurez de su tejido empresarial, que hoy ya es capaz de fabricar el 65% de los componentes que precisa para sus productos elaborados finales cuando en los años 90 apenas se autoabastecía del 40%.

Todo esto está hundiendo el comercio mundial a niveles mínimos desde que existe el Índice Seco del Báltico. El abaratamiento de los fletes se suma así a la corriente de caída de precios y contribuye a alimentar la expectativa de un retroceso global, lo que incide de forma negativa a su vez en las expectativas y en el comportamiento de los inversores y de los mercados.

El debilitamiento del ritmo de avance chino, su menor superávit exterior, la desconfianza sobre la fiabilidad de sus estadísticas (se teme que la ralentización sea mayor de lo que se reconoce), la incertidumbre sobre el grado de éxito que vaya a tener en la titánica tarea de virar un país gigantesco hacia otro modelo económico, la expectativa sobre la incipiente (aunque de momento demorada) subida de tipos de interés en Estados Unidos, el aumento de la posición inversora de China con la compra masiva de compañías en el exterior y la política de convergencia de los tipos de cambio del yuan del exterior y del interior están configurando un conjunto de fuerzas depreciadoras de la moneda china, que el banco central del país está intentando frenar con la venta de parte de sus voluminosas reservas de divisas.

EYuan. La estrategia china de liberalizar de modo gradual la fijación del tipo de cambio del yuan y someterla cada vez más a la disciplina del mercado (condición por la que el yuan fue admitido en los derechos especiales de giro del FMI en noviembre y que se le exige al país para el pretendido reconocimiento de su moneda como divisa de reserva internacional) ya dio sustos importantes, como la depreciación de agosto, y existe el temor a que, tarde o temprano, el mercado fuerce un ajuste a la baja del tipo de cambio para corregir la apreciación en la que incurrió el yuan entre 2005 y 2015.

El temor a un debilitamiento del yuan está acelerando las salidas de capitales. De materializarse la expectativa, China sumaría más presión en la tácita guerra de divisas existentes y supondría una fuerza exportadora más de desinflación al resto del mundo.

La hiperactiva compra de empresas en el exterior por los grupos corporativos chinos está suponiendo una toma de posiciones coherente con el pretendido cambio de modelo económico del país. China aspira a producir bienes con mayor valor añadido y, con la compra de empresas, está adquiriendo mercados, marcas y tecnología en 27 países. El efecto de esta inversión es la revalorización de activos y su contribución al récord de fusiones y adquisiciones empresariales, dos de los efectos, junto con la escalada apreciadora de bonos y activos financieros, que ha logrado hasta ahora la masiva inyección de liquidez de los bancos emisores.