El incipiente cambio de modelo productivo y la desaceleración de China (que aportó el 30% del crecimiento mundial durante la Gran Recesión) es un factor explicativo adicional de la ralentización en el proceso de salida de la crisis. La lentificación de China merma apoyo al impulso mundial de forma directa y por vías indirectas: contribuyó a deprimir los precios de las materias primas (lo que ha impactado en Latinoamérica y en otros emergentes productores) y también de bienes intermedios como el acero, con exportaciones masivas a bajo precio.

El hundimiento de las cotizaciones de los productos básicos (a lo que contribuyó una "guerra" por cuotas de mercado en el caso del crudo) ha frenado inversiones de exploración, ha frenado la inversión de fondos soberanos y ha abocado a algunas petromonarquías como Arabia Saudí a anunciar un gran plan de austeridad y de freno de inversiones en infraestructuras y otros fines.

Para romper el cerco al crecimiento, el G-20 pidió en Hangzhou más innovación para aumentar inversiones y productividad, y algunos economistas, como Adair Turner, plantean reorientar la expansión monetaria para que los bancos centrales financien directamente la inversión pública de los estados. Se rompería la distinción entre política monetaria y fiscal (un tabú roto, según la ortodoxia alemana) con tal de generar demanda, empleo e impulso del PIB.