Aunque la mejora de la competitividad española en costes respecto a los países socios del euro y de la UE a partir de 2013 (medida por el IPC) se atribuyó como mérito exclusivo a la reforma laboral de 2012, fue suficiente que el abaratamiento del petróleo se diese la vuelta para que esa ventaja también lo hiciese y se haya puesto en contra.

Hay otro dato elocuente de la preeminencia del factor petróleo: el índice general de inflación (IPC) entró en tasa negativa y se situó por debajo de la inflación subyacente (la que no contabiliza el impacto del petróleo y de los alimentos frescos) en julio de 2014, coincidiendo con el abaratamiento del crudo desde los 105 dólares del 1 de junio de 2014 hasta los 29 dólares de enero de 2016. Fue a partir de abril pasado, con el crudo reconquistando posiciones, cuando el índice general de inflación español empezó a remontar hasta superar en diciembre (por vez primera en dos años y medio) el índice subyacente.

De ello parece colegirse a su vez la constatación de que el petróleo barato benefició desde 2014 más a España que a sus socios por ser un país más dependiente e intensivo en su uso por unidad de PIB, por lo que ahora el alza del crudo también perjudicará más a la economía española.