Feijóo y Galicia fundidos en los carteles, en los mítines, en los mensajes, como si fueran uno. Decir "sí" a Galicia es decir "sí" a Feijóo. Sin siglas ni partidos. Ése fue el guión de una campaña en la que el candidato popular no ha pedido el voto para su partido, sino para ser presidente.

En un contexto de hastío ciudadano con los partidos por el bloqueo político de España, Feijóo reivindicó su propia marca -la de un buen gestor, el niño de aldea, que sirve a Galicia- y se desvinculó de siglas e ideologías. Y marcó distancias con su propia formación política, que acusa un mayor desgaste por los recortes y escándalos de corrupción -el caso Rita Barberá saltó en plena campaña y el asunto Soria en vísperas-. Feijóo supo capearlos nadando entre dos aguas. Por un lado, reprendió sutilmente a su partido y al mismo tiempo mantuvo inquebrantable su lealtad a Mariano Rajoy, si bien hicieron campaña por separado y con matices. Mientras Rajoy pidió que se sacasen a la calle todas las banderas del PP, Feijóo proclamó que está por encima de las siglas.

¿Y qué consigue con eso? Ponerse a salvo de la corrupción, pero también pescar en caladeros de otros partidos.

Feijóo hizo campaña para los votantes socialistas y de Ciudadanos. A estos últimos les habló en castellano en los mítines, les prometió frenar al populismo y que no habría referéndum de autodeterminación. A los desencantados del PSOE los alertó de la deriva hacia la extrema izquierda de su partido y se erigió en el candidato de la "moderación". Fue una campaña tranquila en la que intentó visualizar que era él o el caos, una opción sin candidato. Y, de hecho, no dio ningún protagonismo a Xoaquín Fernández Leiceaga, Luís Villares o Ana Pontón. Ni una sola mención a los candidatos, solo a las siglas, porque para Feijóo lo importante es mantenerlos de incógnito.